Camuflaje
popular
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La
comedia electoral que moviliza a legiones de funcionarios no es
harina de otro costal. Desde 1977 el guión es el mismo en
los 169 municipios de Cuba y en la colindante Isla de la Juventud.
Los candidatos electos conforman la Asamblea local del Poder Popular
bajo la mirada cautelosa del Partido Comunista, quien propone la
nómina del gobierno territorial y los representantes de éste
al nivel provincial, donde son “escogidos” los diputados
a la Asamblea Nacional, la cual “designa” al Consejo
de Estado y a su inefable Presidente.
A simple vista –y desde el exterior- el tablado
electoral del castrismo parece justo y democrático. Pero,
cuidado con las apariencias, nuestras elecciones son un instrumento
de legitimidad interna, un eco tardío de las votaciones en
la antigua Unión Soviética, donde los intereses del
sistema y las ordenanzas del Partido condicionaron la opinión
de las masas y convirtieron “los sufragios” en rituales
previos a los nombramientos.
Nada mejor que un par de ejemplos para correr la
cortina de la formalidad de un sistema electivo que reajusta el
engranaje del régimen burocrático, cuyos funcionarios
son “cuadros del partido” y clientes de sus superiores.
Recuerdo al anti popular Mario Cartaya López,
quien fue reelecto cinco veces como delegado de una circunscripción
en Lotería, Cotorro, donde presidió durante 14 años
la Asamblea de ese municipio capitalino.
Cartaya era alto y fuerte, laborioso y soberbio,
inculto y grosero. Temía a los de arriba y despreciaba a
los subordinados. La pobreza de su léxico contrastaba con
la riqueza de sus disparates y con las mañas para consumar
las órdenes del Partido y del Gobierno provincial. Le decían
Plutarco Tuero en alusión al personaje televisivo que encarnaba
la estupidez de los alcaldes del pasado republicano. Hasta los jefes
que lo imponían en cada mandato se burlaban de sus habituales
meteduras de pata.
Felizmente, los electores del Cotorro no tuvieron
que seguir votando por el represivo y folklórico Mario Cartaya
López, quien murió en otro puesto superior.
Lo sustituyó Roberto Labrada Ávila,
ex miembro del Buró nacional de la Juventud Comunista y compañero
del entonces canciller Roberto Robaina. Labrada era más populista
y menos represivo sin dejar de ser prepotente. Se caracterizó
por la grisura administrativa y por la obediencia a sus superiores,
quienes lo ascendieron a vicepresidente del Gobierno provincial
y lo “eligieron” diputado a la Asamblea Nacional. Un
infarto irreverente puso fin a su carrera de cortesano.
Me pregunto cuántos Cartaya y Labrada han
sido designados en puestos “electivos” en todo el país
durante tres décadas de institucionalización socialista.
Una lista tan enorme de cuadros obedientes y utilitarios justifica
la existencia de los basurales públicos, la ineficacia de
los servicios urbanos y otras calamidades que sumergen a los ciudadanos
en el escepticismo.
Ni el vigor del tiempo agrega un adarme de
valor al camuflaje electivo cubano. La comedia legitimadora sigue
igual, pues los “elegidos” no responden a sus electores,
sino a un centro de poder que pretende perpetuarse. La dinámica
del voto convirtió el sueño democrático en
pesadilla colectiva.
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