Los
hermanos Castro
En Después de Fidel
(Norma), libro que llegará a las librerías
en las próximas semanas, el ex analista
de la CIA Brian Latell explora la relación
entre Fidel y Raúl Castro y plantea los
posiblesescenarios de una sucesión que
es motivo de especulaciones. Aquí un fragmento.
La
Nación Line, Argentina, 24 de septiembre
de 2006.
[...] La revolución está, literalmente,
en ruinas. Según un estudio de la Universidad
de Miami, se estima que, sólo en La Habana,
trescientos edificios colapsan anualmente y cerca
de cien mil residentes viven en estructuras inseguras.
El deterioro de las vías, los sistemas
de comunicación, el alcantarillado y las
tuberías de agua y otras infraestructuras
de importancia básica ha alcanzado niveles
críticos. La descomposición se ha
extendido a todos los niveles del sector civil.
Aun más, muchos de los funcionarios del
gobierno y del Partido Comunista admiten, en conversaciones
privadas, que el sistema ya falló. Estos
son los problemas que Raúl está
por heredar y no tendrá otra alternativa
que intentar aliviarlos como pueda.
Lo más probable es que a Fidel lo suceda
un régimen pretoriano controlado por Raúl
y sus generales, pero lo difícil es saber
por cuánto tiempo. Ya se han venido adelantando
los preparativos para una sucesión ágil,
y los oficiales de segunda y tercera línea
tienen todos los incentivos para mantenerse unidos,
aunque sólo sea una estrategia para conservar
sus prebendas.
No es probable que la élite civil, ya
sea individualmente o a través de alianzas,
logre desafiar a los militares mientras éstos
permanezcan unidos. El Partido Comunista y las
organizaciones populares son frágiles cascarones
cuya importancia se ha debilitado bajo los hermanos
Castro. Los grupos de oposición, promotores
de los derechos humanos y de la democracia, están
dispersos y son todavía muy pequeños.
Por lo tanto, en un corto plazo no habrá
quien se enfrente con los raulistas. La principal
amenaza para la estabilidad será cualquier
falla de cálculo de los nuevos líderes
al lidiar con un pueblo cada vez más impaciente
y deseoso de cambio.
Con un personal de cerca de cincuenta o sesenta
mil individuos, el sector militar es el más
poderoso, competente e influyente de Cuba. Es
también el más rico. La mayoría
de las empresas turísticas, y otras, se
hallan bajo el control de diversos oficiales de
alto rango, activos o retirados, y son manejadas
desde el cuarto piso del Ministerio de Defensa.
El general Casas, yerno de Raúl y segundo
al mando del ministerio, maneja estas actividades
lucrativas, aparentemente sin ningún control
externo. Sus empresas retienen el 60 por ciento
de las ganancias del turismo y los dos tercios
de las ventas al por menor en moneda dura. También
otros ministerios y agencias del gobierno se hallan
bajo la dirección de oficiales de alto
rango.
Raúl ha sido el arquitecto de estas adaptaciones
de la misión de los militares en Cuba.
Al igual que con las concesiones que Fidel hizo
para permitir el turismo extranjero y la dolarización,
Raúl no se hace ilusiones ni menosprecia
el riesgo que implica otorgar a los oficiales
militares acceso a tan importantes flujos financieros.
Pero ante el colapso de la economía, llegó
a la conclusión de que no había
alternativa, si se pretendía que la institución
militar sobreviviera y se mantuviera la revolución.
No obstante, el costo ha sido tan grande para
la institución que ya no es prudente asumir
que el alto mando permanecerá unido cuando
el régimen enfrente sus primeras pruebas
de envergadura.
La moral, la disciplina y el alguna vez fuerte
sentido de propósito nacional se han visto
erosionados por el resentimiento y los celos entre
oficiales. Las desigualdades van a la par con
las de la sociedad civil; por lo tanto, algunos,
favorecidos por Raúl y su plana mayor,
se enriquecen a medida que tienen acceso a la
moneda dura, mientras que otros deben contentarse
con vivir al margen en la economía del
peso. Los oficiales jóvenes, los que están
apostados en las provincias lejanas a los centros
turísticos y el cuadro militar que no hace
parte de esta burocracia de prebendas, se hallan
en el lado empobrecido de este espectro. Es posible
entonces que, entre las fuerzas militares, los
más tradicionalistas estén no sólo
consternados sino enfurecidos al ver que la institución,
alguna vez fuente de orgullo, se ha convertido
ahora en un semillero de conspicuo consumismo.
[...] Sólo a unos pocos oficiales se los
ha dado de baja por corrupción. A un general
y dos coroneles se los despidió hace unos
años por un escandaloso fraude. Por lo
demás, la tolerancia impera en el ministerio
y aun Raúl tolera casi todo, excepto un
enriquecimiento escandalosamente evidente. No
se han establecido normas de conducta en este
sentido y poco se sabe sobre la gestión
de los militares, sobre la forma como se seleccionan,
controlan o vigilan, sobre cuánto duran
sus cargos empresariales o qué requisitos
deben cumplir para obtenerlos. No es sorprendente,
entonces, que estas empresas pretorianas tengan
fama de ser ineficientes y de no tener la capacidad
para competir en un entorno de mercado libre.
Las ganancias a corto plazo que Raúl ha
logrado al otorgar este tipo de sinecuras pueden
convertirse en una de las peores desventajas o
peligros para la estabilidad cuando esté
en el poder. Al permitir un estándar más
alto de vida a un grupo de oficiales privilegiados
ha garantizado su lealtad, ¿pero por cuánto
tiempo será esto cierto al acostumbrarse
ellos al fruto, antes prohibido, del capitalismo?
Casi todo lo que Raúl ha hecho para colocar
oficiales en el sector de la economía de
la moneda dura tiene implicaciones perjudiciales.
Si hay un conflicto entre estos generales y coroneles,
la supervivencia del régimen raulista se
vería inmediatamente amenazada [...].
Mas la posibilidad más peligrosa tiene
que ver con el mismo Raúl. ¿Qué
pasaría si él muere antes que Fidel?
Raúl es cinco años más joven
pero se sabe que es alcohólico. En muchas
ocasiones, la tensión producida por el
peso de sus responsabilidades ha sido tal que
puede haber afectado su salud en forma duradera.
Periódicamente surgen rumores sobre supuestas
graves enfermedades de Raúl, en parte porque
a menudo pasan largos períodos sin que
aparezca en público. En diciembre de 1991,
los insistentes rumores de que había muerto
obligaron a Raúl a hablar ante la prensa
para desmentirlos.
"Cada cierto tiempo -dijo a los reporteros-,
surge el rumor de que he muerto. Durante los Juegos
Panamericanos incluso llegó a decirse que
me conservaban en un refrigerador".
A diferencia de su hermano, Raúl tiene
un agudo sentido del humor, a veces negro. En
esta ocasión se rió con los reporteros
y les aseguró que su salud era buena y
que se mantenía en forma corriendo varios
kilómetros al día.
El 3 de junio de 2006 cumplió setenta
y cinco años, pero si llegara a morir antes
que su hermano, el plan de sucesión sería
caótico. Inevitablemente se daría
una lucha por el poder, sobre la cual Fidel tendría
muy poco o ningún control. El escenario
de mayor inestabilidad se produciría si
Raúl muriera en un momento en el cual el
buen juicio de Fidel estuviera severamente afectado,
bien sea por la edad o por una enfermedad. El
régimen de los hermanos Castro quedaría
al borde de la desintegración.
La muerte de Raúl enfrentaría simultáneamente
a las tres líneas de sucesión más
fundamentales del país: en el Partido Comunista,
el gobierno y el Ministerio de Defensa. Fidel
se vería sometido a intensa presión
a medida que los ansiosos rivales se peleen entre
sí y maniobren para obtener su favor. De
igual manera, Fidel no querría nombrar
un nuevo ministro de Defensa que luego estuviera
en capacidad de dar un golpe de Estado. Según
la Constitución cubana, el Consejo de Estado
tendría que reunirse para nombrar los reemplazos
de Raúl en el gobierno, pero este órgano
estatal siempre ha estado bajo la égida
de los hermanos Castro y, sin la intervención
de éstos, podría verse paralizado
por la indecisión y las peleas internas.
Si los generales permanecieran unidos, su opinión
prevalecería, pero como Raúl no
estaría presente como mediador, las inquinas
existentes estallarían abiertamente. Los
observadores extranjeros que conocen los altos
mandos militares creen que no hay un consenso
interno sobre quién sucedería a
Raúl como jefe de Defensa. Por rango, sería
el general de tres estrellas Colomé, pero
se considera que el duro y taciturno ministro
del Interior se desempeña mejor en el cargo
que actualmente ocupa. El general Casas estimularía
aun más la polarización, dado el
tinte de corrupción que colorea sus actividades
empresariales.
Nunca ha habido un plan de contingencia para
la sucesión, ni se ha planteado candidato
alguno de tercer nivel. No existe otro líder,
militar, del gobierno o del partido, que se acerque
a la talla de los hermanos Castro y pueda por
lo tanto reclamar para sí el derecho a
esta sucesión. Los dos hermanos se las
han arreglado para que nadie logre llegar a ser
un contrincante del mismo nivel que pueda suceder
a uno u otro de ellos. Esta estrategia cumplió
su cometido por varias décadas, garantizando
así las respectivas hegemonías de
los Castro. Pero ahora que la sucesión
es un evento cercano, se ha convertido en una
bomba de tiempo a punto de estallar.
El escenario de la plaza de Tienanmen también
puede estimular una escisión entre los
militares. Aun si estuviera en juego la supervivencia
de la revolución, muchos comandantes de
tropa no estarían dispuestos a abrir fuego
contra los manifestantes civiles. Existen, sin
embargo, otras tropas paramilitares, así
como las llamadas tropas especiales o de élite,
que primero fueron a Angola, en 1975, y que estarían
dispuestas a cumplir este tipo de orden. Pero
ello sería la fórmula más
segura para que estallara una guerra civil, e
incitaría a los comandantes leales y disidentes
a las unidades a luchar entre sí.
Es una perspectiva de pesadilla, tanto para Cuba
como para los Estados Unidos. Cualquier ruptura
masiva del orden en la isla, inevitablemente conduciría
a una migración marítima, también
masiva, hacia la Florida. Parte de la comunidad
en exilio probablemente regresaría con
la esperanza de desestabilizar aún más
al régimen. Habría llamados de individuos
con influencia política pidiendo la intervención
internacional o, específicamente, la del
gobierno estadounidense. Y si llegara a intensificarse
el número de muertos en Cuba o durante
la migración por mar, no existiría
otra alternativa viable fuera de la intervención
militar. Sería el peor resultado posible
tanto para Cuba como para los Estados Unidos.
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