En
Cuba: transición sí, sucesión no
Jaime Suchlicki, El
Nuevo Herald, 20 de septiembre de 2006.
La reciente afirmación hecha por Carlos
Gutiérrez, secretario de Comercio de Estados
Unidos, en la Conferencia de las Américas
organizada por el Miami Herald, ha supuesto el
lanzamiento de una importante iniciativa del gobierno
norteamericano. Se plantea un reto al régimen
de Raúl Castro: llevar a cabo un referéndum,
bajo la supervisión de la Organización
de Estados Americanos, para determinar si el pueblo
cubano desea o no la democracia. Este referéndum
está diseñado siguiendo el patrón
del plebiscito que dio fin a la dictadura de Pinochet
en Chile hace dos décadas. Y está
en la línea de las afirmaciones del presidente
Bush en relación a que son los propios
cubanos quienes deben determinar su futuro.
El objetivo de esta iniciativa de carácter
táctico es múltiple. En primer lugar,
colocaría al régimen de Raúl
a la defensiva, y pondría de manifiesto
su disposición real de proporcionar una
apertura hacia la democracia en Cuba. En segundo
lugar, serviría para generar mayores discusiones
entre las varias élites gubernamentales
del país, en particular los militares,
para encontrar una solución honorable que
dé fin a los 47 años de dictadura.
En tercer lugar, proporcionaría un punto
de apoyo en torno al cual la comunidad internacional
se podría unir para presionar al régimen
actual o al siguiente, exigiéndole una
apertura al proceso político. Y, finalmente,
haría surgir dentro de los Estados Unidos
y en todo el mundo una justificación adicional
para la toma de otras medidas más severas,
si Raúl Castro, tal como puede esperarse,
ignora el reto norteamericano o se niega a llevar
a cabo un referéndum.
Si Raúl Castro aceptara, Cuba se vería
vuelta de cabeza. La votación tendría
que estar precedida por meses de discusiones y
preparación; sería necesario que
los opositores tuvieran acceso a la prensa cubana,
hasta ahora controlada; requeriría que
miles de observadores provenientes del exterior
visitaran la isla y tuvieran una participación
en el proceso. Todo esto haría que, para
Cuba, fuera muy difícil regresar a las
prácticas totalitarias del pasado.
Lamentablemente, la sucesión dinástica
de Fidel a su hermano está procediendo
actualmente sin problemas. La inevitable transición
que todos deseamos, hacia una sociedad democrática
y abierta, será difícil y tomará
tiempo. Requerirá, además, que se
mantengan las actuales políticas norteamericanas,
lo cual supondrá un esfuerzo considerable
en varias áreas: la diplomacia y la comunicación
pública; iniciativas diplomáticas;
apoyo a los disidentes y a los activistas de derechos
humanos, así como a la sociedad civil en
la isla; y toda una serie de operaciones encubiertas
orientadas a debilitar a los regímenes
que sucedan al castrista.
Los Estados Unidos y la comunidad cubanoamericana
necesitan desarrollar políticas y acciones
capaces de minar al régimen cubano, de
ponerlo a la defensiva y a fin de cuentas, acelerar
su fin. Para movilizar y llenar de valor al pueblo
cubano, se necesita enviarle un mensaje de esperanza
y de prosperidad, que sustituya el de miseria
y sufrimiento que le ofrece el actual régimen
comunista. Un elemento clave sería enviar
a los militares el mensaje de que otros ejércitos
han prosperado después de las transiciones,
como por ejemplo en el caso de Europa oriental
y de Chile; esto sería esencial para animar
a los militares cubanos a que empiecen a desempeñar
un papel en la vanguardia del cambio, y no en
contra de él. Y para tender puentes con
los cubanos de la isla es fundamental que la comunidad
cubanoamericana les envíe el mensaje de
que no busca venganza o ganancia en Cuba, y que
está lista para ayudar a reconstruir al
país y ayudarlo a salir de su pobreza.
El camino que se abre es tan traicionero como
un campo minado. Nadie tiene el monopolio sobre
los métodos de acelerar una transición
hacia la democracia. Las lecciones de Europa oriental
y otras áreas proporcionan algunos lineamientos
sobre lo que puede hacerse. Sin embargo, la terminación
del comunismo en Europa tomó décadas
de cambios del liderazgo, declive económico
y corrupción interna, junto con una considerable
ayuda de Occidente y de sus instituciones. Reunamos
todos estos recursos, junto con nuestra propia
resolución, para traer a Cuba a la comunidad
de naciones libres. Está claro que la meta
inamovible de la administración Bush, y
la mía propia, es que Cuba alcance plena
democracia y libertad.
Director del Instituto de Estudios Cubanos y
Cubanoamericanos de la Universidad de Miami.
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