Érase
una vez un hombre que coleccionaba colecciones
Raúl Rivero, El Mundo,
España, 16 de septiembre de 2006.
Toda la vida
Carlos Monsiváis es un especialista en
Agustín Lara, en gatos, boleros, danzones,
poesía mexicana, Juan Gabriel, Octavio
Paz, rumbos de la Ciudad de México, figuritas
y máscaras, cine, lucha libre, prólogos
de libros y crónicas periodísticas.
Es cuentista y, quizás, el más sereno
y lúcido observador de la realidad de su
país. Hizo una vez de Santa Claus en unos
festejos y, en una telenovela de éxito,
encarnó a Carlos Monsiváis.
Él suele decir que no es nada más
que un simple lector, pero, en realidad, ha escrito
ensayos, cuentos, crónicas, biografías
y ha preparado tres excelentes antologías
de la poesía de su país.
Es un coleccionista compulsivo. Un amigo ha dicho
que Carlos colecciona colecciones. Es, además,
un testigo del desarrollo de la cultura popular,
de los mitos, de los personajes y de cuanto acontecimiento
político o social de relevancia tiene lugar
en su México lindo y querido.
Se cree que puede estar (porque ha estado siempre)
en varios sitios al mismo tiempo. Con su pequeña
libreta de notas, detrás de sus espejuelos
que recuerdan los parabrisas de ciertos ómnibus
interprovinciales, con la mirada como el foco
de una cámara de un punto a otro de la
escena y la mano ligera sobre el papel rayado,
donde van apareciendo garabatos con una descripción
especial del episodio.
Luego, su tía le pasa a máquina
los textos y él hace que salgan hacia las
redacciones y después hasta los lectores
para conmover, iluminar o molestar (según
quien lea) a un público que, desde luego,
siempre lo espera. Lo espera desde que comenzó
a escribir hace más de cuatro décadas.
Nació en Ciudad de México. Tiene
65 años y estudió Filosofía
y Letras, además de Economía. Parece
que ha renovado la crónica periodística
con unas entradas y unos ángulos diferentes
y una prosa irónica y fresca. Con sentido
del humor, inteligencia y altura, un periodismo
que reconoce en su maestro Salvador Novo, de quien
ha dicho que alcanzó "el malabarismo
perfecto".
Monsiváis es un hombre lleno de curiosidad.
Interesado en la cultura, pero en toda. Es el
biógrafo de Frida Kahlo y de Amado Nervo,
y en los aniversarios de la muerte de María
Félix le lleva flores a su tumba.
Es un especialista en Elena Poniatowska y autor
de un ensayo sobre la obra de Gabriel Vargas,
el creador de los clásicos cómics
mexicanos La familia Burrón y Jilemón
Metralla.
Estudia el uso del lenguaje popular en un libro
que se llama La ciudad del habla padrísima
y se ocupa de los caricaturistas y grabadores
de todas las épocas, de los fotógrafos
y de los pintores, de Luis Miguel y de El Santo,
El Enmascarado de Plata, un luchador que surgió
en 1952 y es un ídolo para los niños
(y muchos adultos) de México.
Carlos Monsiváis es un cinéfilo.
Un conocedor del séptimo arte y autor de
textos esclarecedores sobre el idioma en los filmes
donde aparecen figuras marginales. También
publicó un libro: Rostros del cine mexicano.
Un ensayo abarcador sobre el trabajo y la presencia
de protagonistas y creadores.
Creo que nadie se sorprendió ni se alarmó
en aquellas regiones cuando se anunció
recientemente que ha ganado el Premio Juan Rulfo.
El jurado dijo de él: "Intelectual
independiente y comprometido, el impacto de su
obra se proyecta internacionalmente con estilo
innovador y esperanza en la diversidad crítica
del diálogo para dar forma a la nueva cultura
latinoamericana".
Monsiváis se declaró abrumado y
sin posibilidades de que la obra del autor de
El llano en llamas se acerque al trabajo que él
hace. "Lo que uno recibe es una designación
de lectores", dijo. "Se recibe de Juan
Rulfo la convicción de que se puede hablar
de la marginalidad absoluta y transformarla en
una ética del desastre, de la miseria,
de la crueldad, de la violencia y de la generosidad
a pesar de todo".
Después de todas esas resonancias, lo
que me queda en la memoria es una foto de Monsiváis
en su humilde casa de Ciudad de México.
Un hombre vestido con pantalón oscuro,
una camisa gris de mangas largas, las manos en
los bolsillos. En el reflejo de los lentes, una
expresión general de yo no fui. Está
de pie, entre dos canteros de flores, sobre unas
lozas que forman mapas extraños y dibujos
incomprensibles.
Wellcome Mr. Espinel
La décima, que apareció en Ronda,
en pleno Siglo de Oro español, impulsada
por la emoción y la técnica de Vicente
Espinel, se ha instalado en el sur de Florida
y allí ha invadido sensibilidades, espacios
de radios, pistas de cabarés, revistas,
imprentas y periódicos.
La estrofa de 10 versos octosílabos se
presentó como una intrusa en la tradición
española, que tenía sus raíces
en el romance. De todas formas, se quedó
y destacados hombres de letras la acogieron como
herramienta en sus carpinterías sutiles.
Muchos diálogos del llamado teatro clásico
español están escritos en décimas.
Poetas como Pedro Calderón de la Barca
y Lope de Vega la usaron con maestría y
determinación.
La décima viajó a América
con los españoles y por allá se
afianzó en diversas regiones. En Cuba,
es la expresión más alta de la cultura
campesina y se canta acompañada por guitarras
o por su raquítico primo hermano, el tres.
Los versos salen al aire en decenas de tonadas,
que pueden ser muy tristes o muy alegres en dependencia
del momento y el sitio donde se arme el guateque.
Le llaman la estrofa del pueblo y está
en la primera obra de la literatura de la Isla,
el poema Espejo de paciencia, escrito por Silvestre
de Balboa Troya y Quesada, un canario que trabajaba
como escribano en la ciudad de Puerto Príncipe,
el actual Camagüey.
A Florida viajó con sus miles de aficionados,
que han salido al exilio y con los poetas repentistas
que se fueron también, aburridos de las
rimas consonantes que impuso la dictadura en las
serranías y en las llanuras, debajo de
cada palma real y en todos los medios secuestrados
por el Estado: fiel con Fidel y corazón
con Revolución.
La décima se va a quedar en esos sitios,
pero tendrá que defenderse de la invasión
taimada del idioma inglés. Acaba de llegarme
un libro editado en Miami: Los ojos en la isla,
del poeta Efraín Riverón, un poeta
muy conocido allí porque trabajó
durante años en la radio y la televisión
de su país.
El repentista dice en una de sus magníficas
décimas: "Se enflora el garlic, se
enflora". Aunque ese ajo en inglés
lo pone en cursiva, suena extraño en el
verso, como suena raro que la línea final
de otro sea ésta: "Wildlife ante cada
paso". O que el poeta llegue a lavar al laundry.
Sabemos que, en la vida real, es allí donde
tiene que ir a limpiar su ropa. En una décima,
debía hacerlo en una lavandería.
Es un poemario bueno y cubanísimo. Con
esos deslices que impone el entorno. Porque no
es el espanglish definitivo con sus aires triunfales
de concubinato, sus complicidades y ayudas mutuas.
Se trata de unos polizones, de otras sonoridades,
que le ponen filtros al resuello del verso.
Voy a pensar que lo que ha pasado está
en la explicación que me dio en espanglish
un amigo desde Coral Gables: "If ji duit
is for not keer, no porque le laik o lo necesiteición".
Vendría a ser algo así como esto:
"Si lo hizo, fue por falta de cuidado, no
porque le guste o porque lo necesite". Yo
creo que tiene razón.
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