Buenas
intenciones y el camino al infierno
Armando Gonzalez, El
Nuevo Herald, 11 de septiembre de 2006.
Cuando hace unos días el tercera base
de los Marlins, Miguelito Cabrera, impulsó
tres carreras en un juego contra los Cerveceros
de Milwaukee y superó la marca de 100 carreras
empujadas en la temporada, pasó a integrar
un grupo muy exclusivo. Miguelito es el cuarto
jugador más joven en la historia del béisbol
en impulsar 100 carreras o más en tres
temporadas consecutivas. ¿Los otros miembros
de esa exclusiva fraternidad? Ty Cobb, Mel Ott
y Ted Williams.
Cuando, en 1987, el presidente de Costa Rica
Oscar Arias recibió el premio Nobel de
la paz, pasó a la compañía
de Jimmy Carter y Rigoberta Menchú.
Me quedo con Miguelito y compañía.
Pero démosle crédito a Arias por
su nueva posición respecto a Cuba expresada
en nuestros periódicos recientemente [ver
Cuba: la hora de la democracia, Perspectiva, 30
de agosto]. En términos precisos dijo que
Cuba es, simple y llanamente, una dictadura. El
último rezago en América Latina.
Y que es hora de una transición a la democracia
(énfasis en transición).
Estoy completamente de acuerdo con el presidente.
Y no tengo la menor duda de sus buenas intenciones.
Pero discrepo de la estrategia que sugiere en
su columna.
Arias propone que Estados Unidos ponga final
al embargo (gracias a Dios que no le llamó
"bloqueo''). Y propone, ademas, una acción
unida de los países latinoamericanos para
presionar fuertemente a Estados Unidos para que
cierre la base naval de Guantánamo y "le
devuelva ese territorio a Cuba''.
¿Quién le ha dicho a Arias que
los cubanos que vivimos en una Cuba libre precastrista
teníamos algo en contra de la base naval?
¿Ha pedido Arias una acción conjunta
latinoamericana que, a nombre de España,
''presione fuertemente'' a Estados Unidos para
que cierre la base naval de Rota en el Mediterráneo
español o la base aérea que hasta
hace poco estuvo activa en Torrejón de
Ardoz?
A pesar de sus innegables buenas intenciones,
Arias gasta pólvora en salvas. ¿Por
qué no busca una acción conjunta
latinoamericana (buena suerte con Chávez
y Evo) para ''presionar fuertemente'' a la dictadura
castrista a iniciar una transición hacia
la democracia? ¿Por qué no darle
la oportunidad a la Organización de Estados
Americanos de demostrar que sirve para algo? ¿Será
acaso porque al tratar de presionar a Estados
Unidos sólo arriesgaría una negativa
cortés, pero si tratara de presionar a
los castristas arriesgaría una simbólica
patada en el trasero presidencial? ¿Cuál
es la meta real de Arias, el lograr un inmenso
bien para el pueblo de Cuba o insuflarle nuevos
bríos a un protagonismo cuya influencia
se ha visto diluida por el paso de los años
y la falta de acción?
Durante décadas los gobiernos de Estados
Unidos, republicanos y demócratas, han
puesto sobre la mesa las condiciones básicas
y esenciales para permitir iniciar negociaciones
tendientes a sanar las heridas de medio siglo.
La respuesta castrista ha consistido en acciones
mercenarias en Africa y el Medio Oriente, de refugio
a cuanto terrorista internacional lo necesitara,
de una versión gubernamental de ''cobrarle
el barato'' a gobiernos latinoamericanos timoratos,
que se pliegan a las amenazas de los matones de
La Habana, y de mantener subyugada a una sociedad
entera por medio del asedio policíaco y
las prisiones políticas.
Si el presidente Arias ha determinado que es
hora de unirse a la lucha anticastrista, bienvenido
al ruedo. Lo respetamos a usted y sus buenas intenciones.
Pero no confundamos al enemigo. No está
en Washington. Está en La Habana.
agonzalez@herald.com
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