PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 1, 2006
 

Crímenes de lesa patria

William Navarrete, 9 de enero de 2006.

Acabo de leer, reunidas en un mismo volumen, las crónicas que entre febrero de 2001 hasta marzo de 2003 escribió el poeta y periodista cubano Raúl Rivero desde Cuba y desde la propia agencia de prensa no gubernamental que fundara en La Habana de finales del siglo XX. Cabe el honor de reunir este legado a la editorial gaditana Aduana Vieja que lo ha incluido recientemente en su catálogo.

La consecutividad del trabajo del cronista, agudo y mordaz, hubiera arrojado más luz sobre esa sociedad en penumbras que es la cubana si no le hubieran condenado arbitrariamente a vivir el encierro de una cárcel donde, ya lo sabemos, sólo se le autorizó a escribir poesías de amor. En esa cárcel, distante de su domicilio habanero y cruelmente cercana a Morón, su poblado natal, Rivero padeció un año y medio de humillaciones, que -lo comprendo- tal vez no tenga ganas de evocar.

Las que pudo escribir fuera de ella, son las crónicas de un hombre que siempre fue libre, y que aún encerrado, siguió siéndolo. Raúl Rivero, cuando lo dejaban, auscultaba con la única luz posible en medio de tan desolador panorama, la propia, las fibras de un tejido social descompuesto y moribundo, asfixiado e irreal, angustiante y doloroso. Irrelevante para el mundo, trascendental para los cubanos.

Se podría ofrecer una lista interminable de todas las desgracias que el régimen inflige al ciudadano cubano bajo sus botas. Por ahí andan en cientos de libros y miles de artículos. No mencionaré ni una. El periodista atrapa las que humanamente puede digerir, el poeta las teje con su prosa sabia sufriéndolas y sintiendo cómo le escamotean impunemente horas de vida que son años de poesía. Horas de vida, días, sacrificados por la aberración de unos pocos que han convertido al absurdo en una necesidad de la que no se puede huir. De todo ese dolor reunido el que más me lacera es el del poeta malgastándose porque otros le desgastan el alma y otros tantos, indiferentes o terriblemente incapaces, van a lo suyo.

Hay que ser muy generoso -y en lo adelante no me cabe duda alguna- para ofrecer a quien lo merece y también a quien no, estas lesiones de historia. Hay que ser muy generoso cuando siendo un lesionado de la historia, un ser acorralado, con una familia desmembrada por el éxodo, una madre muy mayor, la miseria al pie de la ventana y una patria en ruinas, se clama, desde dentro, por los indefensos y por lo que queda de memoria.

Ahí están esas lesiones -que ni siquiera pretenden convertirse en lecciones-. Desde el Martí vaciado de su bella humanidad ("Un tal José Martí") hasta la jinetera de mirada triste y altaneras marcas que llega de Roma y enseña el as de triunfo con que tapa su tristeza ("Mírala tenderse"). Desde los boleristas censurados del exilio ("Oro y olvido") hasta la muerte en otras latitudes de los que han dado su sabiduría por Cuba ("El sabio nuevo"). Está también la masa "amorfa" que sufre tanto o más que las ciudades oscuras, las fábricas silenciadas, los campos arrasados. Raúl Rivero lo dice en una frase: "la vida a plazos" de todo lo que intenta sobrevivir al régimen. Todo ello, sin descuidar, de vez en cuando, un toque de humor inteligente, irónico y también muy generoso, el que tal vez nos ayuda a soportar la espera, el mismo que hace que los habitantes de un caserío cercano a Chambas cronometen el tiempo a partir de un hecho en apariencias irrelevante: antes o después de que el Granma (diario oficial del gobierno cubano) matara a una vaca que pastaba ajena al mundo cuando la avioneta encargada de lanzar el bulto de periódicos hizo de su cabeza un blanco ("Realismo limpio").

Y está ese crimen de lesa humanidad que cometen amparados en un código penal de carcajadas trastrocado en otro de lesa majestad que ni siquiera existe, y aunque existiera, no cabe en medio de tanto horror, y lejos de ser crimen, sería alivio. A Raúl lo condenaron porque estas crónicas, su poesía, su pluma de hombre libre, atentaba contra la seguridad de un país, o sea, contra la seguridad de los pocos tunantes para los que sí vale la pena seguir viviendo en él.

Mas lo que queda ileso, no es el hombre, ni el creador, ni el lector, ni siquiera los malos gobernantes que ya ni siquiera saben cómo se gobierna. La que nos llega ilesa, para perdurar y no olvidar, es la memoria, por muy poco poética que sea, que Raúl Rivero convierte en necesaria para que futuros gobernantes recuerden que hay crímenes sin sangre, y los indiferentes gobernados sepan también que, a veces, se mata lentamente cuando, por cansancio o egoísmo, dejamos cometer crímenes de lesa patria.

Raúl Rivero
"Lesiones de historia"
Ed. Aduana Vieja, Cádiz, 2005, 206 pp.

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