Merolicaje y economía
Pablo Alfonso. El
Nuevo Herald, 30 de marzo de 2005.
El Diccionario de la Real Academia Española,
que da ''lustre y esplendor'' a nuestro idioma
define al Merolico como un ''vendedor callejero,
especialmente de remedios medicinales, que atrae
a los transeúntes gracias a su verborrea''.
Es un mejicanismo que en su segunda acepción
precisa: "parlanchín, hablador''.
El vocablo fue popularizado en Cuba en medio
del llamado ''período especial'' para aplicarlo
a esos vendedores (trabajadores por cuenta propia)
que lo mismo venden un jarro de lata que una hornilla
eléctrica.
Gracias a la falta de atención que el
Estado ha prodigado en Cuba a las necesidades
domésticas, los merolicos prosperaron en
Cuba como respuesta a los problemas cotidianos
de la población.
Casi medio siglo de absoluto control estatal,
inclinó a los jerarcas del régimen
a despreciar esas ''pequeñeces'' domésticas.
Así, mientras la isla se encuentra entre
los países con mayor número de médicos
por habitantes y miles de profesionales se gradúan
en sus Universidades, sus pobladores no cuentan,
ni con una palangana para lavarse la cara al despertar
cada mañana. Y esto, sólo para citar
un ejemplo de otras contradicciones semejantes.
Sin embargo, desde el pasado 8 de marzo el Presidente
del Consejo de Estado, Primer Secretario del Partido
Comunista y Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas, Fidel Castro, ha decidido prestar atención
a este asunto.
El dictador cubano ha puesto manos a la obra,
declarando la guerra a los merolicos y anunciando
que -ahora sí-, el Estado se ocupará,
bajo su personal dirección, de vender y
distribuir los necesarios utensilios y otros accesorios
domésticos.
Por lo pronto, luego de tres intervenciones televisivas
de cuatro horas cada una, ya se han vendido ollas
de presión y arroceras eléctricas
en Santa Clara y en Cienfuegos. El resto del país
todavía espera por las suyas, una olla
por cada núcleo.
Para tomar chocolate mezclado con leche en polvo
hay que esperar hasta junio y un poco más
para acostumbrar el paladar al café, que
se promete sin chícharo mezclado. El Estado
se encargará también de producir
juntas de goma para las desvencijadas puertas
de los refrigeradores y las destartaladas y antiguas
ollas de presión.
En menos de un mes Castro se ha convertido en
el Merolico Mayor. Su merolicaje televisivo está
acompañado de ''noticias'' sobre la economía.
Entre otras, la más baja cosecha azucarera
en la historia de Cuba (1.5 millones de toneladas)
para este año y la probable desaparición
de la industria. Revalorización del peso
cubano y de su hermano el peso convertible, frente
al dólar estadounidense; y la ''seguridad
energética'' que promete la instalación
definitiva del chavismo en Venezuela.
En lo adelante estas audiencias televisivas de
Castro serán semanales y en presencia de
sus casi 2,000 invitados, entre los que se cuentan
los jefes del Partido, el Gobierno, las Fuerzas
Armadas y las organizaciones políticas.
Resulta curioso, para decir lo menos, ver a este
hombre envejecido ofreciendo recetas de cocina,
hablar del sabor del chocolate, recomendando cómo
cocinar los frijoles negros y haciendo cálculos
de cuánto consumo eléctrico necesitarán
las ollas eléctricas prometidas. Incluso
de la posibilidad de ''planificar'' los horarios
de cocinar en cada provincia para no recargar
demasiado el sistema eléctrico nacional.
Confieso que para mi es todo un espectáculo
disfrutar de este Castro y compararlo a aquél
que en otros tiempos, organizaba movimientos revolucionarios
y guerrillas en tres continentes, llevó
al mundo al borde de una guerra nuclear y envió
legiones de soldados a guerrear en Africa, en
aras de un cuestionable internacionalismo proletario.
Pienso que desde algún punto de la eternidad,
su desaparecido comandante guerrillero, Camilo
Cienfuegos, con su amplia sonrisa, le soplará
al oído: ¡Vas bien, Fidel!
palfonso@herald.com
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