La Habana: Los 75 de marzo
A dos años de la ola represiva de 2003, cuando fueron
detenidos y condenados a largas penas de prisión opositores, periodistas
independientes, economistas, bibliotecarios
Miriam Leiva, Encuentro
en la Red, 17 de marzo de 2005. Extenuada llegó a Villa
Marista esa mañana. La pesadilla había comenzado la tarde anterior.
Autos de la Policía y la Seguridad del Estado cerraron la cuadra. Agentes
de civil se precipitaron hacia el minúsculo y humilde hogar. Tocaron a
la puerta y mostraron un papel de dudosa credibilidad para justificar el registro.
Al entrar, desconectaron el teléfono. Apenas se podía caminar;
unos nueve hombres lo revolvían todo. El esposo estaba junto a ellos, así
como los dos "testigos" de la vecindad. Ella debía permanecer
lejos de él, sentada. No podían hablarse. Durante las diez horas
transcurridas debió pedir permiso para ir al baño o tomar agua. Se
llevaron papeles cuyo contenido era muy conocido, libros leídos en cualquier
parte del mundo, una máquina de escribir vieja, un fax comprado a una empresa
del gobierno, una computadora que nunca estuvo escondida, quizás algún
dinero ahorrado durante años. Por fin, secuestraron a su compañero
de tantos años
lo mantendrían de rehén. Desorientada,
nerviosa, como si le hubieran arrancado el alma, sentía un dolor profundo,
indescriptible. Ese dolor nada físico, que no se calma con aspirina ni
inyecciones. Tenía la mente muy clara, porque se resistía a tomar
sedantes. Eso había que vivirlo
padecerlo a plenitud para recordar
bien, para reaccionar adecuadamente. Tilo, pasiflora, manzanilla
ayudaban
algo. Se detuvo ante la verja. Al final del amplio jardín vio una
vetusta casa de dos plantas y a un guardia delante de la puerta. Nunca antes pensó
cómo sería ese lugar. Una vez caminó frente a Villa, pero
no meditó sobre lo que sucedía en el Cuartel General de la Seguridad
del Estado, Policía Política
Villa Marista. Después
que le inspeccionaron la cartera pudo acceder al recibidor, donde un "carpeta"
la miró con cara hosca. Ella dijo el nombre del esposo. Sonó extraño
escucharlo en ese lugar y en su propia voz. Le traía el "aseo":
jabón, pasta de dientes, cepillo, peine, una toalla y algo más.
Casi no entendió, no escuchó al uniformado que le ordenaba sentarse
en uno de los dos salones situados a cada lado. Muchas personas estaban
allí. Unas tenían caras contraídas, otras ya parecían
acostumbradas a esperar o estaban resignadas. Una mujer con rostro demacrado y
ojos desencajados la miró. Se preguntaron por qué estaban allí.
No se conocían, pero habían visto lo mismo. Después encontrarían
a otras y otras. Aún no habían salido del asombro
tantos agentes
en la calle y dentro del hogar; todo eso para humillar a un hombre tan pacífico. Se
contaron que los vecinos, con terror, comentaban en voz baja. Muchos escondieron
sus productos, y por un tiempo, disminuyó la "bolsa negra", con
la que procuran "sobrevivir". A su alrededor, los demás
escuchaban intrigados. Su talante era distinto. La mayoría ya había
venido anteriormente. Ellas les preguntaron el motivo de su presencia allí.
Dijeron que los suyos habían sido detenidos durante la "ofensiva contra
la droga", lanzada antes. La atmósfera de miedo volvía
a ahogar. Demasiado habían proliferado los periodistas, economistas y bibliotecarios
independientes, así como los defensores de derechos humanos. La oposición
se había lanzado por primera vez a hablar discretamente en las calles con
la población, a explicarle en qué consistía el Proyecto Varela,
para solicitar un referendo. Las miles de firmas acumuladas aseguraban miles más.
Era necesario un escarmiento hasta para los altos funcionarios del Gobierno. Se
aprovechó la guerra de Irak para lanzar la asonada represiva de marzo de
2003. En tres días llevó a prisión a 74 hombres y una mujer. Todavía
ella no se percataba de todo eso. Aún este día, se preguntaba el
motivo de tanto ensañamiento
pensar que era sólo el comienzo. |