PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 7, 2005
 

Guillermo Cabrera Infante: Encuentros de tercera clase

Olga Connor. El Nuevo Herald, 6 de marzo de 2005.

(Primer artículo de una serie)

La pérdida de Guillermo Cabrera Infante es más dolorosa aún, porque no tuvo la oportunidad jamás de volver a ver a su adorada Habana antes de morir. En lo físico, la hubiera encontrado igual, pero con más arrugas; en lo espiritual, le hubiera desolado, porque La Habana de Cabrera Infante era un caleidoscopio, un laberinto de búsquedas nocturnas, donde La Estrella, Freddy, era el centro descomunal --de voz, la música y de cuerpo, el monumento-- en su novela esencial sobre la ciudad, Tres tristes tigres. La Habana, como cantaba Celia Cruz, era para él como la vida, un carnaval. Así la presentó en esa novela, que es también una trayectoria de la búsqueda en la gran ciudad: del lenguaje, del amor, de la realidad.

A fines de los años 70 yo llevaba ya casi 10 años dando clases en las universidades del Norte sobre esa novela, premio Biblioteca Breve 1964, que apareció publicada en 1967, y luego fue traducida al inglés y publicada como Three Trapped Tigers, en 1971. Era el centro de mi curso sobre el ''boom'' de la narrativa latinoamericana que incluía, entre otros, a Alejo Carpentier, con Los pasos perdidos; Gabriel García Márquez, con Cien años de soledad; Mario Vargas Llosa, con La casa verde; Carlos Fuentes, con La muerte de Artemio Cruz; Ernesto Sábato, con El túnel y, por supuesto, Jorge Luis Borges, con sus Ficciones.

Ese era el canon, y para pertenecer a él había que contar con el espaldarazo del crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, que se encontraba de profesor y gurú de la literatura latinoamericana en la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut. Pero de todas esas obras, incluso la de Borges, la más difícil de comprender para los estudiantes norteamericanos, por sus elaborados juegos con el lenguaje, era la de Cabrera Infante.

En 1980 me encontraba de profesora de literatura latinoamericana en Dickinson College, dando clases sobre Tres tristes tigres a estudiantes especializados en español, y pude contar en ese caso particular con la asistencia invaluable de una amiga que ni siquiera era cubana, una nórdica completa, Ardis Nelson, colega en ese College, que se encuentra en Carlysle, cerca de Harrisburg, la capital del estado de Pennsylvania, y a unas dos horas de Philadelphia.

Ardis estaba escribiendo su tesis sobre T.T.T., como ella le llamaba constantemente, "Ti-ti-ti", o a veces "Te-te-te", según estuviera hablando con norteamericanos o latinos, que luego publicaría como Cabrera Infante in the Menippean Tradition (1983). Guillermo Cabrera Infante se había convertido para ella en "Gi-Ci-Ai", con su pasión por las siglas, pero ella entendía muy bien lo que se traía entre manos y ya llevaba un cierto tiempo correspondiéndose con el novelista cubano.

Acabábamos de comprar ambas La Habana para un Infante difunto (Biblioteca Breve, Seix Barral, 1979). El diseño de la cubierta era de Cabrera Infante con una foto del gran fotógrafo cubano Jesse Fernández, tomada en 1948, que muestra a otro fotógrafo, pero anónimo, sentado en la base de una farola en el Parque Central, esperando por los turistas; Jesse también había tomado la foto del escritor en la contraportada, pero en el Londres brumoso de 1978. Nos enteramos entonces de que nuestro ídolo literario venía a presentar la novela en Yale, precisamente ante el altar de Rodríguez Monegal, que le tenía gran estima.

En gran y hermoso peregrinaje nos preparamos para ir desde Carlysle a New Haven y llegar a tiempo para la conferencia en una sala de la Universidad de Yale, pues hicimos escala en Nueva York con la idea de regresar el mismo día. Allí conocimos a la traductora Suzanne Jill Levine y a la pintora cubana Lydia Rubio, que ahora reside en Miami. Jill Levine hizo una de las presentaciones, aludiendo a la idea del título basado en una 'pavanne', ''danza española antigua, lenta y grave'', y en una composición de Ravel, Pavanne Pour Une Infante Defunte, (Pavana para un infante difunto), porque, como se sabe, un infante es un príncipe. Incluso, creo recordar que trató de bailar la pavana.

Al salir de la presentación, nos unimos a Cabrera Infante y a la actriz Miriam Gómez, de hermosa cabellera intensamente negra, su esposa desde 1961, ahora su viuda, que me había dejado consternada cuando me dijo que había abandonado el teatro, cosa imposible de comprender para mí hasta que los vi juntos. Eran como un díptico, parecían no poder vivir el uno sin el otro. Los acompañaba Rodríguez Monegal, y todavía me parece estar en el ascensor todos nosotros reunidos, Ardis, Guillermo, Miriam, Emir y yo. Cabrera Infante se viró entonces para Ardis y para mí y muy escuetamente nos dijo: "Son muy rubias las dos''.

Yo estaba tratando de tener una conversación literaria y él nos envolvió con su humor, pero sin apenas darme cuenta me apresuré a contestarle que éramos rubias naturales, porque creo que Miriam quería saber el nombre del tinte, y sin recordar yo de momento que aquella novela que había ido leyendo todo el viaje en el auto, La Habana para un infante difunto, comenzaba con el epígrafe de King Kong: 'Carl Denham (after taking a good look at the natives): 'Blondes seem to be pretty scarce around here' ''. Que traducido quiere decir más o menos 'Carl Denham (después de mirar bien entre las aborígenes) comentó: 'Las rubias parecen escasear por aquí' ''. Por supuesto, la conversación no se quedaría ahí. El domingo próximo: Julia --Julieta-- Estévez-Astoviza.

olconnor@bellsouth.net

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