PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 4, 2005
 

Las ruinas invisibles de una nación

Hoy observamos un ciudadano que desconfía de las instituciones, de otros ciudadanos para formar asociaciones o para decir lo que piensa, que con frecuencia ha perdido hasta su confianza en los próceres que fundaron nuestra nación y que prefiere abandonar el país porque no confía en su futuro

Por Jorge A. Sanguinetty. Diario Las Américas, 3 de marzo de 2005.

Nada mide tan dramáticamente el grado de devastación de la sociedad cubana bajo el castrismo como las ruinas de sus ciudades. La decisión deliberada del gobierno cubano de no abastecer a la población de un mínimo de materiales de construcción para hacer labores básicas de mantenimiento, sumada a la falta de libertades para hacer reparaciones mayores a las edificaciones existentes ha convertido al país en una verdadera fábrica de ruinas.
Sin embargo, éstas son las ruinas visibles del castrismo. Cuando de ruinas se trata, este tipo de régimen destruye más allá de lo tangible, llegando a dañar los componentes más profundos de cualquier sociedad. Así podemos hablar de las ruinas de instituciones, de las relaciones familiares y sociales, de la música cubana, de la economía nacional, de las relaciones internacionales, etc. Catalogar las ruinas que legará Fidel Castro será una tarea de gran envergadura, pero aún antes de que podamos comenzarla es necesario señalar algunos de sus aspectos, especialmente los que tienen que ver con la futura reconstrucción del país.

En este artículo me referiré brevemente a un tipo de ruina invisible de la cual el ciudadano medio no suele percatarse. Se trata de las ruinas de lo que hoy se ha dado por llamar el capital social de una nación y que posiblemente sea el elemento aglutinante de la sociedad cubana que más haya sufrido en estos últimos cuarenta y seis años.

El capital social es una forma de la riqueza de una sociedad, o lo que los economistas llamamos un bien público, que consiste en aquellos bienes que por su naturaleza tienen forzosamente que consumirse de manera colectiva, como son la seguridad nacional, la estabilidad de la moneda o el predominio de un estado de derecho, por citar unos pocos ejemplos. El capital social consiste primordialmente en el acervo de confianza que los miembros de una sociedad tienen entre sí. Es la confianza inter-ciudadana, el hecho de que conocemos a algunos ciudadanos y sabemos (o creemos saber) que tienen ciertos atributos lo que nos permite establecer ciertas relaciones con uno o con un grupo de ellos. Las diversas formas en que un ciudadano confía en otro es lo que permite que los mismos establezcan las relaciones que se necesitan para crear instituciones y organizaciones que conllevan al desarrollo económico, político y social de toda nación. La confianza es necesaria para que los ciudadanos puedan asociarse en empresas de todo tipo, para desarrollar partidos políticos que ayuden a la promoción de los gobernantes, para ahorrar fondos que se puedan invertir en el crecimiento de la economía, para realizar los contratos que facilitan el comercio y los mercados y para expresar libremente su pensamiento y sus preferencias políticas.

Para llegar al poder y consolidarlo Castro socavó todas las formas de confianza entre los cubanos de manera de impedir que se asociaran en su contra. Este fenómeno, típico de las sociedades totalitarias, llega al extremo de afectar las relaciones más estrechas en el seno de la familia donde es sabido que el régimen promueve la delación de actividades opositoras. Hoy observamos un ciudadano que desconfía de las instituciones, de otros ciudadanos para formar asociaciones o para decir lo que piensa, que con frecuencia ha perdido hasta su confianza en los próceres que fundaron nuestra nación y que prefiere abandonar el país porque no confía en su futuro.

Es por eso que la recuperación de la confianza como parte esencial del capital social debe ser el primer objetivo estratégico que guíe toda transición hacia una democracia. Cada cubano deberá poder confiar en su capacidad de colaborar con otros en el desarrollo de las asociaciones y empresas que habrán de reconstruir el país. El éxito del primer gobierno de transición y de los sucesivos será medido por la capacidad de cada uno de desarrollar el capital social que la nación ha perdido.

Washington, D.C., 26 de febrero de 2005.

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