Chile prospera, Cuba sufre
Jaime Suchlicki. En
defensa del neoliberalismo, 2 de marzo de 2005. He regresado
de una visita a Chile con el corazón apesadumbrado. No por lo que vi en
ese próspero, democrático y dinámico país suramericano,
sino porque pienso en lo que Cuba habría sido si hubiera podido seguir
el camino de Chile. Ambos países tienen parecidos considerables.
La población de Chile es de 14 millones, la de Cuba de 12 millones; ambos
son notoriamente parecidos en cuanto a tamaño; Chile ha tenido históricamente
una exportación, el cobre; Cuba, el azúcar. Ambos carecen de recursos
petroleros o de otro tipo de riqueza mineral. En 1959, tanto Chile como Cuba eran
países modernos y prósperos. Según los estándares
latinoamericanos, estaban muy por delante de la mayoría de los países
de la región. Ahí termina el parecido. Chile es hoy un país
democrático y vibrante, con una economía que relumbra en América
Latina. Tiene más de 9 billones de dólares en sus arcas y una reducida
deuda externa. Aunque el desempleo se mantiene alrededor del 9%, es una cifra
baja en comparación con las que arrojan otros países del área.
No se ha conseguido erradicar completamente la pobreza, pero la mayoría
de los chilenos tienen con qué vivir y miran el futuro con optimismo. Hoy
en día Chile es un importante exportador de frutas, pescado, vinos, maderas,
además del cobre tradicional, y su comercio se ha visto impulsado recientemente
por la demanda de China y de otras economías en desarrollo. Existe en Chile
una clase media grande y próspera, con un ingreso anual per capita que
excede los US$5,000; una fuerte atracción para las inversiones extranjeras
y un respeto internacional que no va a la zaga de ninguno en América Latina. El
milagro chileno es resultado de varios factores. Una clase empresarial nativa
fuerte y agresiva, que vio la oportunidad de desarrollar una economía de
exportaciones diversificada; gobiernos que desde la dictadura del general Pinochet
han sabido cuidar esta clase empresarial, proporcionándole incentivos e
interfiriendo poco con sus actividades. Estas políticas neoliberales
han continuado incluso ahora, bajo el liderazgo de un régimen socialista
y de su presidente, Ricardo Lagos. Los chilenos también animan la inversión
extranjera, sobre todo la europea, en un esfuerzo para expandir su sector de exportaciones.
Y todo esto en un marco democrático que respeta los derechos humanos, protege
a los sectores menos privilegiados de la sociedad y proporciona un excelente servicio
de salud y de educación. Chile sobresale como ejemplo de neoliberalismo,
capitalismo, ingenuidad humana y empresa privada que, asociada con un gobierno
benevolente y protector, ha creado un país que es la envidia de la mayoría
de América Latina. En contraste, Cuba a duras penas consigue mantenerse
a flote bajo la dictadura de un caudillo inflexible, opuesta a Estados Unidos,
ofreciendo apoyo a los grupos revolucionarios y terroristas de todo el mundo y
tratando de construir una sociedad marxista-leninista en la isla. Más de
cuarenta y cinco años de represión, malos manejos y políticas
mal orientadas han traído consigo aflicción y pobreza para el sufrido
pueblo cubano. Sin embargo, para Cuba el punto más problemático
podría ser el legado del castrismo. Al finalizar la era de Castro habrá
que enfrentar la imponente tarea de la reconstrucción económica.
Cuba no tiene una economía viable propia. Carece de un mercado interno,
de una moneda negociable o de una estructura racional de precios. Los persistentes
déficit gubernamentales y una caída acelerada en espiral han llevado
a la actual situación sin salida. Además de estas situaciones
lamentables, también habrá que enfrentar un laberinto de problemas
jurídicos planteados por el tema de la legalidad de la inversión
extranjera y la validez de los derechos de propiedad adquiridos durante la era
de Castro. Obviamente, tanto los ciudadanos cubanos como los cubanoamericanos
y los extranjeros cuyas propiedades fueron confiscadas por el régimen de
Castro querrán reclamarlas o pedirán compensación por ellas. Los
problemas económicos y legales no son, sin embargo, los únicos retos
presentes en el futuro de Cuba. Algunos de los problemas críticos que habrá
que afrontar en una Cuba postcastrista son los siguientes: o El continuado
poder de unas fuerzas armadas cada vez más involucradas en la economía. o
Una fuerza laboral libre e inquieta, que buscará reivindicaciones y mejores
condiciones de trabajo. o Una tensión racial subyacente, acentuada
en parte por las desigualdades económicas que surgen del hecho de que la
mayoría de los envíos que llegan desde el extranjero son para la
población blanca. o La necesidad de inculcar nuevos valores en una
población que se ha acostumbrado a robar, a trabajar poco y a desobedecer
las leyes. o La falta de disposición de la sociedad para seguir sacrificándose
y sufrir los años difíciles que seguirán al final del comunismo. El
futuro de Cuba, como se ve, está nublado por la incertidumbre. Pero, no
obstante, Cuba tiene al menos tres ventajas inigualables: su proximidad a los
Estados Unidos y una larga tradición de relaciones con ese país;
su atracción como meca turística, y un extenso grupo de cubanoamericanos
de gran poder económico. Estos tres factores podrían unirse para
transformar la economía de Cuba, pero sólo si el futuro liderazgo
cubano crea las condiciones necesarias: una economía abierta y legalmente
justa, y un sistema político abierto y tolerante. Mientras tanto
los chilenos continúan mejorando y los cubanos continúan sufriendo. Ocupa
la cátedra Emilio Bacardí Moreau de historia y estudios internacionales
y es director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad
de Miami. Su obra Cuba: From Columbus to Castro está ya en su quinta edición. |