Guillermo Cabrera Infante
Por Reinaldo Bragado Bretaña. Diario
Las Américas, 02 de marzo de 2005. Se hace difícil
escribir sobre personas que uno estimó, ya sea personalmente o a través
de su obra, cuando desaparecen, sobre todo si el caso cubre las dos posibilidades
y así justamente sucede con Guillermo Cabrera Infante, uno de los pilares
de las letras hispanas y, en lo que respecta a la lucha por la decencia, uno de
los pilares más sólidos contra los horrores de la dictadura de Fidel
Castro. Eran dos aristas de su obra, una, la literaria, y la otra la política:
un látigo contra Castro, pero en los medios más hostiles, como es
el caso de los escritores. Recordemos que desde que Carlos Barral inventó
el boom latinoamericano hay que ser de izquierda para publicar en las grandes
editoriales -con las excepciones de siempre- y, sobre todas las cosas, nunca atacar
al dictador Castro. Todavía hoy, después de tanto crimen demostrado,
muchos padecen de "castroenteritis", como le llamaba Cabrera Infante
al desmesurado amor que muchos sentían por el dictador Castro. Maestro
de las letras hispanas y del humor, Cabrera Infante siempre estaba dispuesto a
ayudar a cuanto escritor cubano exiliado lo necesitara. Muchos pasaron por su
casa en Londres, a muchos les abrió las puertas -él y su inseparable
Miriam Gómez- y a muchos ayudó con gestiones, recomendaciones y
comentarios. Su maestría, recogida en su obra, tocaba la fibra del habanero,
del cubano y del hombre universal. Sus libros no tienen fronteras, salvo las de
la Cuba castrista que los prohíbe. Allí, en un oscuro cuartel de
la inteligencia política de la dictadura, emiten los decretos en su contra
uno tras otro y lo tildan de amargado y resabioso como si la dictadura no hubiera
inventado la rabia y la amargura. Lo acusan de ser hostil a la revolución
como si en Cuba hubiera una revolución. Pobre gente la que escribió
y escribe contra Cabrera Infante porque algún día, cuando se asilen
huyendo del horror que a todos nos toca en algún momento, se arrepentirán
de lo escrito. En todo el mundo las personas decentes recuerdan con cariño
a Cabrera Infante y rinden el merecido homenaje por su estatura literaria. En
todo el mundo menos en Cuba, donde siempre, tras algún pálido elogio,
agregan un "pero" que anuncia la cadena de ofensas, tergiversaciones,
mentiras y acusaciones. Y esa lista es la oficial, la que emite la dictadura,
pero a esa lista los que ejecutan las ofensas agregan por voluntad propia otro
elemento peor: la envidia. Y creo que hacen bien en envidiarlo porque ésos
que lo ofenden nunca llegarán a ser nada en el terreno literario. La obra
que producen está enmarcada -y así fue siempre desde el trágico
"con la revolución todo, sin la revolución nada" impuesto
por Castro- por muros altos, tan altos que la vista se pierde en lo gris del cemento
antes de llegar al cielo. Los más osados hablan de temas neutros, del amor
en otra galaxia o de la pérdida de un perrito, y eso los señala
-porque la policía política no es tonta, aunque no es omnipresente-
como "no entusiastas", de modo que sospechosos. Los pocos que tienen
algún nombre -dentro de Cuba- cuando termine la dictadura desaparecerán
como "puro humo", pero no sagrado. Y tendrán que correr a buscar
los recortes de periodicuchos donde ofendieron al que nunca podrán alcanzar
para destruirlo. Hoy, tras su desaparición física, lo que
va a suceder es que sus libros se venderán más -como siempre sucede
cuando un grande desaparece- y, por tanto, su literatura y lo que él representa
como opositor a la dictadura de Castro, cobrará bríos inusitados
y cada título suyo será un martillazo en los oídos de los
sargentos literarios de la isla. Ojalá muchos de los intelectuales que
hoy día, a pesar de todo, siguen apoyando a Castro (en realidad son muy
pocos) reflexionen sobre lo que significa una posición digna, eso que los
marxistas llamaban "papel del intelectual en la sociedad". A
la larga, después de tantos buenos libros y tanto "puro humo",
Cabrera Infante ha ganado la partida. Su literatura sigue admirada y él
sigue vivo a través de sus libros. La Habana, en su momento, le rendirá
el homenaje merecido. rbragado@bellsouth.net |