El
verdadero terrorista cubano
Frank Calzón, El
Nuevo Herald, 4 de junio de 2005.
Fidel Castro ha apoyado las guerrillas en Latinoamérica
y Africa, condecorado a los pilotos cubanos que
asesinaron a cuatro hombres al derribar dos aviones
civiles en espacio aéreo internacional,
ejecutado a miles y destruido a la que una vez
fue una próspera economía y sociedad
civil cubana. Pero hay que reconocerle que es
un genio de la propaganda.
En su campaña más reciente, Castro
acusa a Estados Unidos de cobijar hipócritamente
a un terrorista, Luis Posada Carriles, un militante
cubano exiliado que entró ilegalmente en
EEUU.
Castro exige a Washington que extradite a Cuba
a Posada, de 77 años, acusándolo
de unos atentados terroristas en los que fue asesinado
un turista italiano en 1997. Mientras Castro dirigía
a miles de cubanos en una ''marcha contra el terrorismo'',
los EEUU arrestaron a Posada. Pero la administración
declaró que ''generalmente, no suele enviar
a nadie a Cuba'' o ''a otro país al que
considera estar actuando en nombre de Cuba'',
refiriéndose a Venezuela, que ha pedido
la extradición para volver a juzgar a Posada
por la voladura en 1976 de un avión cubano
de pasajeros, en el que fueron asesinadas 73 personas.
Posada mantiene su inocencia y fue absuelto dos
veces en Venezuela. No obstante, en el 2000, fue
declarado culpable en Panamá por los cargos
de conspiración para asesinar a Castro,
de los que fue indultado.
Castro inició su última campaña
en Ginebra tratando de frustrar el voto sobre
Cuba en la Comisión de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas. Durante semanas, los diplomáticos
cubanos denunciaron e insultaron a Estados Unidos,
pero de repente anunciaron ''que habría
sorpresas''. Cuando la prensa informó que
Posada estaba en Estados Unidos, Castro se aprovechó
para tratar de derrotar la resolución,
pero fracasó.
Castro también se aprovechó de
la distracción generada por la invasión
de Irak y el derrocamiento de Saddam para encubrir
el encarcelamiento de 75 activistas de derechos
humanos.
A pesar de lo impresionante de ver a 100,000
personas marchando en contra del ''terrorismo'',
a los regímenes totalitarios les resulta
fácil organizar tales manifestaciones.
Stalin, Hitler y Mussolini lo hicieron, y Castro
es tan bueno en esto como cualquiera de ellos.
Le basta con enviar camiones para recoger a los
trabajadores de las fábricas, a los estudiantes
de las escuelas y a las amas de casa de los comités
de cuadra para la defensa de la revolución.
La pregunta a considerar es: ¿qué
quería ocultar? La respuesta tiene menos
que ver con Posada que con la reunión de
grupos opositores que acaba de efectuarse en La
Habana. La reunión fue significativa, a
pesar del aumento de la represión, la detención
de varios periodistas polacos y la expulsión
de parlamentarios europeos que querían
asistir al evento.
Los expertos mediáticos ya especulan que
los cubanoamericanos están presionando
a Washington para que conceda el asilo a Posada,
a pesar de que la administración mantiene
que ''no se debe mostrar tolerancia alguna'' con
los terroristas. Bueno, aquí están
los hechos: los cubanoamericanos no son terroristas
ni apoyan el terrorismo. Los cubanoamericanos
saben que Castro pone la etiqueta de agente de
la CIA o terrorista a todo aquél que esté
en desacuerdo con él. Pero un supuesto
terrorista no es un terrorista hasta que se demuestre
lo contrario ante un tribunal independiente.
Los opositores democráticos cubanos son
abrumadoramente pacíficos. Siguen el ejemplo
de Vaclav Havel, Martin Luther King Jr., Gandhi
y otros, que lucharon por la libertad.
Cuando, después de Castro, se abran finalmente
los archivos, quedará documentado el apoyo
del dictador a terroristas como los macheteros
puertorriqueños, el infame Carlos el Chacal
y la ETA vasca. Mientras tanto, Jorge Masetti,
un ex agente de la inteligencia castrista que
vive en París, ha escrito un esclarecedor
libro, El furor y el delirio, sobre el papel de
La Habana en el narcotráfico, la falsificación
de dólares y el terrorismo internacional.
El castrismo, lentamente, va llegando a su fin
y la capacidad propagandística del dictador
es cada día más limitada.
Director ejecutivo del Centro
para una Cuba Libre, con sede en Washington D.C.
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