SOCIEDAD
El
Panda de Gonzalo
Luis Cino
LA HABANA, Cuba - Julio (www.cubanet.org) - En
la modesta sala de Gonzalo, bajo la foto enmarcada
del Comandante en Jefe saltando en las arenas
de Girón, está el Panda. Voluminoso,
sofisticado, con un mínimo gasto energético,
es un lujo literalmente asiático.
A Gonzalo, el Panda le cambió la vida.
Reafirmó su fe en la revolución.
En la vida de Gonzalo, privada de sorpresas y
alegrías, hay un antes y un después
del Panda. Como Cristo, marca las eras con su
nacimiento.
Se lo asignaron como estímulo en su centro
de trabajo. Fue tras una larga y tormentosa asamblea
donde se analizaron y discutieron los méritos
de los 21 aspirantes a la compra del aparato.
Había dos televisores en concurso.
Nadie podía superar los 30 años
de Gonzalo en la fábrica, sus varias zafras
voluntarias, sus proezas laborales, su combatividad
y su participación en las actividades políticas.
No obstante, luego de la reunión, más
de la mitad de los compañeros de la fábrica
quedaron enemistados con él. Ya ni siquiera
lo saludan. En varias ocasiones ha oído
murmurar a sus espaldas, chivatón, viejo
de mierda y otros insultos. Él los perdona.
Sabe que son compañeros necesitados de
un buen trabajo político.
Cada atardecer, tras devorar su magra cena, si
no hay apagón programado, Gonzalo se dispone
a operar su televisor. Empuña el mando
a distancia y se arrellana en el desvencijado
sofá, el único mueble que le queda.
La programación televisiva llena el vacío
de sus noches de divorciado.
Pasó semanas estudiando minuciosamente
el manual de las instrucciones. Quería
explotar a plenitud sus posibilidades. Le fascinaba
saber que poseía un televisor con la última
tecnología disponible. Nunca tuvo ninguno.
Ahora es un experto en la materia. Domina al dedillo
todas las funciones del telerreceptor. Se las
muestra, doctoral, a todo el que lo visita.
El contacto del mando en su mano le confiere
el don de la ubicuidad. La ilusión de tenerlo
todo bajo su control. Aunque no se detenga a ver
nada, lo ve todo. Su mayor disfrute es obrar con
el aparato a su antojo. Sólo la llegada
del chocolatín pudiera culminar su dicha.
En las 21 pulgadas de la pantalla semiplana observa
el mundo que le es permitido ver. Siempre ajustando,
puntilloso y perfeccionista, la nitidez de la
imagen, los colores y el sonido, disfruta, en
éxtasis, los logros de la revolución
donde único se cumplen a cabalidad, con
brillo y entre sonrisas: en las mesas redondas
y en los noticieros.
En su patrullar continuo por los cuatro canales
de la televisión cubana, nada se le escapa.
Asiste junto al Comandante y a Chávez al
acto inaugural de Petro-Caribe, en su segunda
retransmisión. Luego, simultáneamente,
observa los desplazamientos de dos marsopas perseguidas
por una orca en las gélidas aguas de Alaska,
la telenovela brasileña, con subtitulaje
"closed caption" para sordos, Universidad
para todos en su curso de italiano y un choque
beisbolero entre Las Villas e Industriales.
Permanece impávido mientras el aparato
retumba o enmudece, despliega en pantalla sus
funciones, aparecen menús, temporiza, bloquea
y desbloquea. La imagen se amplía o se
estrecha. Todo depende de él.
Gonzalo conoció el Panda y vio que era
bueno. Es feliz de tenerlo. Se lo debe a la revolución.
¿Cómo hubiera podido reunir los
300 pesos convertibles que cuestan en la tienda?
Le aumentaron el salario, pero no cobra moneda
convertible. Paga 75 pesos mensuales por el aparato.
Demorará casi seis años en pagarlo.
Tal vez más. Le falta un año para
jubilarse.
Carente de todo, se siente otro desde que tiene
el Panda. Se cree el dueño de la tecnología
más avanzada. Es libre de elegir opciones,
aunque sólo sean los canales de televisión.
En casa, frente al Panda, es su única oportunidad
de elegir algo.
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