PRENSA INDEPENDIENTE
Julio 10, 2005
 

SOCIEDAD
El Panda de Gonzalo

Luis Cino

LA HABANA, Cuba - Julio (www.cubanet.org) - En la modesta sala de Gonzalo, bajo la foto enmarcada del Comandante en Jefe saltando en las arenas de Girón, está el Panda. Voluminoso, sofisticado, con un mínimo gasto energético, es un lujo literalmente asiático.

A Gonzalo, el Panda le cambió la vida. Reafirmó su fe en la revolución. En la vida de Gonzalo, privada de sorpresas y alegrías, hay un antes y un después del Panda. Como Cristo, marca las eras con su nacimiento.

Se lo asignaron como estímulo en su centro de trabajo. Fue tras una larga y tormentosa asamblea donde se analizaron y discutieron los méritos de los 21 aspirantes a la compra del aparato. Había dos televisores en concurso.

Nadie podía superar los 30 años de Gonzalo en la fábrica, sus varias zafras voluntarias, sus proezas laborales, su combatividad y su participación en las actividades políticas.

No obstante, luego de la reunión, más de la mitad de los compañeros de la fábrica quedaron enemistados con él. Ya ni siquiera lo saludan. En varias ocasiones ha oído murmurar a sus espaldas, chivatón, viejo de mierda y otros insultos. Él los perdona. Sabe que son compañeros necesitados de un buen trabajo político.

Cada atardecer, tras devorar su magra cena, si no hay apagón programado, Gonzalo se dispone a operar su televisor. Empuña el mando a distancia y se arrellana en el desvencijado sofá, el único mueble que le queda. La programación televisiva llena el vacío de sus noches de divorciado.

Pasó semanas estudiando minuciosamente el manual de las instrucciones. Quería explotar a plenitud sus posibilidades. Le fascinaba saber que poseía un televisor con la última tecnología disponible. Nunca tuvo ninguno. Ahora es un experto en la materia. Domina al dedillo todas las funciones del telerreceptor. Se las muestra, doctoral, a todo el que lo visita.

El contacto del mando en su mano le confiere el don de la ubicuidad. La ilusión de tenerlo todo bajo su control. Aunque no se detenga a ver nada, lo ve todo. Su mayor disfrute es obrar con el aparato a su antojo. Sólo la llegada del chocolatín pudiera culminar su dicha.

En las 21 pulgadas de la pantalla semiplana observa el mundo que le es permitido ver. Siempre ajustando, puntilloso y perfeccionista, la nitidez de la imagen, los colores y el sonido, disfruta, en éxtasis, los logros de la revolución donde único se cumplen a cabalidad, con brillo y entre sonrisas: en las mesas redondas y en los noticieros.

En su patrullar continuo por los cuatro canales de la televisión cubana, nada se le escapa. Asiste junto al Comandante y a Chávez al acto inaugural de Petro-Caribe, en su segunda retransmisión. Luego, simultáneamente, observa los desplazamientos de dos marsopas perseguidas por una orca en las gélidas aguas de Alaska, la telenovela brasileña, con subtitulaje "closed caption" para sordos, Universidad para todos en su curso de italiano y un choque beisbolero entre Las Villas e Industriales.

Permanece impávido mientras el aparato retumba o enmudece, despliega en pantalla sus funciones, aparecen menús, temporiza, bloquea y desbloquea. La imagen se amplía o se estrecha. Todo depende de él.

Gonzalo conoció el Panda y vio que era bueno. Es feliz de tenerlo. Se lo debe a la revolución. ¿Cómo hubiera podido reunir los 300 pesos convertibles que cuestan en la tienda? Le aumentaron el salario, pero no cobra moneda convertible. Paga 75 pesos mensuales por el aparato. Demorará casi seis años en pagarlo. Tal vez más. Le falta un año para jubilarse.

Carente de todo, se siente otro desde que tiene el Panda. Se cree el dueño de la tecnología más avanzada. Es libre de elegir opciones, aunque sólo sean los canales de televisión. En casa, frente al Panda, es su única oportunidad de elegir algo.


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