HISTORIA
De Clavelito a Fidel
Tania Díaz Castro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El 5 de
agosto de 1952 el pueblo cubano no dejó
de tener fe en Clavelito, aquel nuevo Mesías
nada imaginario, de cuya intervención esperaba
la solución a todos sus males: los del
cuerpo, el alma y el bolsillo. Mi abuela paterna,
como tantos otros, continuó poniendo un
vaso de agua sobre el equipo de radio, encomendándose
a Clavelito.
Ese día, varias instituciones vinculadas
a los medios de comunicación prohibieron
su programa radial "El buzón de Clavelito",
que se transmitía diariamente para responder
él mismo a las miles de cartas que se recibían
todos los días en la emisora Unión
Radio. Hasta allí llegaba la gente del
pueblo a protestar por la cancelación del
programa.
Es curioso cómo Miguel Alfonso Pozo -ése
era su nombre-, aceptara aquella medida y se retirara
a la paz de su hogar, donde apenas atendía
a quienes después de muchos esfuerzos daban
con su vivienda, en las afueras de la capital
cubana.
No dudo que aquel hombre de pequeña estatura,
hijo de veteranos de la guerra de independencia
y de cuna muy humilde, haya sentido miedo ante
la avalancha de cartas que le enviaban los oyentes
-en una ocasión más de 50 mil en
una semana-, las colas compuestas de cientos de
personas, sólo para verlo, tocarlo o mirarle
a los ojos.
Seguramente jamás tuvo el propósito
de convertirse en santo, y en santo se convirtió
para el pueblo. Algo sagrado, inviolable, perfecto.
Es muy posible que él haya sido el primero
en alegrarse. Se libraba de una carga demasiado
pesada.
Para sorpresa suya había comenzado a realizar
milagros: curaba enfermedades con un vaso de agua
y cantando aquello de "Pon tu pensamiento
en mí"; propiciaba el premio gordo
de la lotería nacional, daba paz y armonía
a los hogares pendencieros, casaba a la más
fea y sacaba de la prisión al inocente.
Era un poeta que componía décimas,
no un político capaz de fusilar, reprimir
y mentir. Lo vi muchas veces en la calle, rodeado
de multitudes o escapando como podía, siempre
con su sonrisa franca. Luego desapareció
hasta convertirse en una leyenda capaz de seguir
influenciando en la vida nacional.
No pudo regalarle un radio a cada familia, como
hizo Adolfo Hitler en Alemania, pero tuvo más
adeptos que cualquier santo de calendario cristiano,
el babalao o el curandero del barrio.
Si comenzó a perderse en la memoria del
cubano, fue en enero de 1959, cuando entraron
los nuevos Mesías a pueblos y ciudades
hablando de justicia social, democracia, respeto
a la Constitución de 1940, libertad y felicidad
para todos; cuando vimos cómo una paloma
se posaba en el hombro de Fidel Castro, tal vez
la misma que jamás pudo entrar volando
a la cabina radial de Clavelito. Murió
en 1975, olvidado por todos.
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