PRENSA INDEPENDIENTE
Febrero 11, 2005
 

HISTORIA
De Clavelito a Fidel

Tania Díaz Castro

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El 5 de agosto de 1952 el pueblo cubano no dejó de tener fe en Clavelito, aquel nuevo Mesías nada imaginario, de cuya intervención esperaba la solución a todos sus males: los del cuerpo, el alma y el bolsillo. Mi abuela paterna, como tantos otros, continuó poniendo un vaso de agua sobre el equipo de radio, encomendándose a Clavelito.

Ese día, varias instituciones vinculadas a los medios de comunicación prohibieron su programa radial "El buzón de Clavelito", que se transmitía diariamente para responder él mismo a las miles de cartas que se recibían todos los días en la emisora Unión Radio. Hasta allí llegaba la gente del pueblo a protestar por la cancelación del programa.

Es curioso cómo Miguel Alfonso Pozo -ése era su nombre-, aceptara aquella medida y se retirara a la paz de su hogar, donde apenas atendía a quienes después de muchos esfuerzos daban con su vivienda, en las afueras de la capital cubana.

No dudo que aquel hombre de pequeña estatura, hijo de veteranos de la guerra de independencia y de cuna muy humilde, haya sentido miedo ante la avalancha de cartas que le enviaban los oyentes -en una ocasión más de 50 mil en una semana-, las colas compuestas de cientos de personas, sólo para verlo, tocarlo o mirarle a los ojos.

Seguramente jamás tuvo el propósito de convertirse en santo, y en santo se convirtió para el pueblo. Algo sagrado, inviolable, perfecto. Es muy posible que él haya sido el primero en alegrarse. Se libraba de una carga demasiado pesada.

Para sorpresa suya había comenzado a realizar milagros: curaba enfermedades con un vaso de agua y cantando aquello de "Pon tu pensamiento en mí"; propiciaba el premio gordo de la lotería nacional, daba paz y armonía a los hogares pendencieros, casaba a la más fea y sacaba de la prisión al inocente.

Era un poeta que componía décimas, no un político capaz de fusilar, reprimir y mentir. Lo vi muchas veces en la calle, rodeado de multitudes o escapando como podía, siempre con su sonrisa franca. Luego desapareció hasta convertirse en una leyenda capaz de seguir influenciando en la vida nacional.

No pudo regalarle un radio a cada familia, como hizo Adolfo Hitler en Alemania, pero tuvo más adeptos que cualquier santo de calendario cristiano, el babalao o el curandero del barrio.

Si comenzó a perderse en la memoria del cubano, fue en enero de 1959, cuando entraron los nuevos Mesías a pueblos y ciudades hablando de justicia social, democracia, respeto a la Constitución de 1940, libertad y felicidad para todos; cuando vimos cómo una paloma se posaba en el hombro de Fidel Castro, tal vez la misma que jamás pudo entrar volando a la cabina radial de Clavelito. Murió en 1975, olvidado por todos.

 


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