PRENSA INTERNACIONAL
Mayo 19, 2004

Datos y detalles sobre la muerte de Martí

Luis Gomez y Amador. El Nuevo Herald, 19 de mayo de 2004.

Era alrededor de la una de la tarde del 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, cuando Martí, a lomo de su caballo Baconao, buscaba al general Máximo Gómez acompañado por el joven Angel de la Guardia, y recibió tres tiros de fusileros españoles escondidos en un matorral que lo hicieron caer fatalmente: una bala en el pecho que le fracturó el esternón, otra en el cuello por debajo de la barba que le destrozó el labio superior, y la tercera en el muslo derecho que le fracturó la tibia y el peroné. Sobre este hecho irrefutable, dice el cubano Rolando Rodríguez (Dos Ríos a caballo y con el sol en la frente, p. 4, 2001): ''La caída del adalid ha sido objeto de múltiples versiones, a veces diferentes y, a ratos, contradictorias... han elaborado versiones que recogen lo cierto y lo falso, lo real y lo imaginado''. Lo cierto es, sin embargo, que sólo hubo un testigo directo, Angel de la Guardia, que como Martí no había participado jamás en ninguna acción de guerra. Escribió un relato dando detalles de lo acontecido y se lo entregó a su padre, el cual lo destruyó, temiendo que podría comprometerlo si los españoles lo encontraban en su poder. El encuentro con las tropas del coronel Ximénez de Sandoval fue sólo una escaramuza, aunque éste, en su largo informe del ''combate'' dirigido al general Salcedo, describe la acción casi como una batalla napoleónica, solicitando por ello, ascensos, medallas y pensiones a diestra y siniestra.

Sin embargo, Miguel Piedra Martel, que estuvo presente en el lugar de la acción (Mis primeros 30 años, p. 146, 2001) afirma que de los trescientos y tantos jinetes mambises ''solamente tomaron parte en el combate cincuenta o sesenta... el resto quedaron al margen del río (Contramaestre)... nuestras bajas se redujeron a un muerto y tres heridos (uno de ellos, el coronel Bellito, falleció más tarde)''. Al caer muerto Martí, Angel de la Guardia regresó a los suyos y dio la triste noticia. ''El general Gómez, en gesto impulsivo, prácticamente solo, se encaminó al lugar del suceso y trató de ubicar el cuerpo con la idea de recobrarlo, pero no le resultó posible... los adversarios avanzaron hacia el lugar de la caída del prócer y una barrera de fuego vedaba llegar. Tanto se acercó a las filas españolas, que los enemigos presumieron que lo habían herido''. El Generalísimo lo hizo tal vez movido por la esperanza de que Martí estuviera ''sano o herido'', pero extraviado.

El día 20 de mayo le envió un mensaje al jefe de la columna española ''para conocer si Martí vivía'' y, si estaba muerto, le dijera dónde estaban sus restos, pero no recibió respuesta alguna. Años más tarde, Sandoval le aseguró a Gonzalo de Quesada, que no lo había recibido. Quienes realmente identificaron el cadáver fueron el capitán Enrique Satué, que había conocido a Martí en Santo Domingo, y el prisionero Carlos Chacón. ''Por los documentos empezaron a pensar que se trataba de Martí. Satué parece haber visto las iniciales JM en el reloj y el pañuelo del caído''. Y sobre todo por las cartas de Carmen Miyares, María y Carmen Mantilla, Bartolomé Masó y Clemencia Gómez (hija del Generalísimo) todas dirigidas a él. Chacón le dijo a Sandoval: ''Este es uno nombrado Martí, y esta mañana le di una jícara de leche, que quiso pagarme, y no le cobré''. Según Sandoval, Martí llevaba además ''cartas y correspondencia oficial'', entre ellas un manuscrito inconcluso de la misiva a Manuel Mercado (su gran amigo mexicano).

Sandoval, años después de la guerra, le informaba a Gonzalo de Quesada, quien se había interesado por la sortija de hierro con la grabación CUBA (hecha con un eslabón de la cadena que llevaba Martí cuando estuvo preso en La Habana, en 1870, que su madre le había regalado cuando lo visitó en Nueva York en noviembre de 1887) que ''respecto de la sortija de hierro que llevaba Martí debió serle quitada cuando lo despojaron del reloj, cinto, polainas, zapatos (entonces calzaba alpargatas, aclaramos) y papeles''. Y añade después que mandó a registrarlo ''no encontrándole más que la moneda de 5 duros americana, tres duros en plata, la escarapela (que se dice había pertenecido a Carlos Manuel de Céspedes), una carta de la hija de Máximo Gómez, Clemencia, con una cinta azul, regalo que le había hecho antes de partir para Cuba (``Martí: No tengo un recuerdo que darte. Así quito la cinta de mi cabello que tiene todo el fuego de tantos pensamientos y un color de nuestra bandera y eso sólo te llevarás de tu hermana'' ¡Qué gesto más bello!).

Por cierto que el reloj se lo envió Sandoval al ministro de la Guerra, general Marcelo Azcárraga, y el revólver al general Martínez Campos. Perseguida por los mambises todo el tiempo, la columna de Sandoval llegó a Remanganaguas. El día 20, a las tres de la tarde, el cadáver ''fue conducido por cuatro soldados al cementerio del poblado''. Fue enterrado en tierra viva y sólo con el pantalón que había vestido. Se le dio sepultura en una fosa, debajo del cadáver de un soldado español. Se supone que fue el sargento Joaquín Ortiz, que de haber sido así resultaría extraordinaria la coincidencia porque su padre, don Mariano Martí, tuvo ese rango en el ejército español, en Cuba.

El 22 de mayo el general Salcedo ordenó que desenterraran el cadáver del Apóstol, lo embalsamaran y lo trajeran a Santiago de Cuba para ''disipar dudas''. Y de esa ciudad partió el forense Pablo Aurelio de Valencia, cubano, para cumplir el deseo de Salcedo. Sobre las 5:30 de la tarde del día 23, Valencia inició su misión. La tumba estaba marcada con dos grandes piedras, y sobre ellas se hallaba el saco negro, ''la americana'' de Martí. En ella encontraron un pañuelo de seda con las marcas JM dibujadas, al parecer, en tinta china. El cuerpo de Martí estaba en avanzado estado de putrefacción. Le extirparon las vísceras y el corazón y los enterraron allí mismo. El embalsamiento no pudo ser completo, por el estado del cuerpo. Para su conservación, el Dr. Valencia ''le aplicó unas 300 inyecciones'' de una solución de bicloro al 1% y luego, con una solución de alumbre y ácido salicílico, preparada en agua hirviendo, le dio una especie de barniz. Un carpintero cubano ''construyó un tosco féretro de cedro con una ventana de cristal (quiso forrar el interior con una tela negra, pero el género no alcanzó)'', por 8 pesos. Y se trasladó el ataúd al fuerte militar del poblado. El 26 de mayo, a las seis de la tarde, llegó a Santiago de Cuba. Al día siguiente, por la mañana, después de una ceremonia fúnebre presidida por el coronel Sandoval, quien pronunció nobles y generosas palabras referentes al caído (tal vez, se ha dicho, porque tanto Martí como Sandoval eran masones), depositaron la caja en el nicho 134 de la galería sur del cementerio de Santa Ifigenia.

Este 19 de mayo tiene coletilla histórica: en el mismo mes y día flameó en Cárdenas por vez primera la bandera de la estrella solitaria, en 1850. Y este acto del venezolano Narciso López, que sufrió la pena del garrote vil el 1 de septiembre de 1851, hizo que España reforzara las tropas en Cuba. Entre esos soldados vino el sargento Mariano Martí. ¡Quién diría que sería años más tarde el padre del héroe nacional de Cuba!

 

 

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