Huber Matos / Mientras amanece
Por Silvia Cherem. Mural,
México, 29 de marzo de 2004.
Disidente Cubano. Pieza clave de la Revolución
cubana, cayó de la gracia de Fidel Castro
9 meses después del triunfo sobre Batista.
Hoy, tras la cárcel y el exilio, Matos
sigue dispuesto a empuñar las armas por
una Cuba democrática
El comandante cubano Huber Matos (Yara, 1918),
autor de "Cómo llegó la noche"
(Premio Comillas de Biografía), devastador
testimonio sobre la Revolución cubana,
se sabe vivo de milagro. El 21 de octubre de 1979,
después de cumplir hasta el último
día de sus 20 años de sentencia
en las cárceles cubanas, con el cuerpo
convertido en un hilacho después de torturas
y prolongadas huelgas de hambre que rebasaron
los cinco meses, con los pulmones intoxicados
porque en su agujero de castigo desembocaban los
gases del extractor de la cocina carcelaria, el
coronel Blanco Fernández le anunció
su liberación: "No tenemos interés
en quedarnos con tus huesos, ya te queda poco
camino por andar".
Un cuarto de siglo ha pasado desde entonces,
y a sus 84 años, férreamente erguido
en su largo y huesudo cuerpo, Matos -líder
moral de la disidencia cubana y quien junto con
Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos y Raúl
Castro, fuera uno de los cinco héroes de
la revolución-, mantiene lúcido
su discurso y puntuales sus recuerdos para evitar
que el tiempo se atreva a "desteñirlo".
Digno hasta la soberbia, se niega a morir sin
antes tener la oportunidad de caminar en una Cuba
independiente y democrática.
Con la pistola disimulada bajo el cinto, en su
oficina del CID (Cuba Independiente y Democrática)
en el sur de Miami, un espacio resguardado por
puertas blindadas desde donde se produjeron durante
dos décadas programas de radio clandestinos
que se escuchaban en Cuba, afirma: "Si de
algo me arrepiento es de haber ayudado a Castro
a llegar al poder, un individuo con un talento
enorme para la maldad y el golpe bajo. Fidel no
era marxista ni leninista, pero sí un ególatra,
un ambicioso que convirtió a la revolución
en una prostituta y que, mediante su régimen
de terror, opresión y simulación,
ha convertido a Cuba en una cárcel gigante".Sólo
al principio, su mirada azul, hundida en cuencas
de piel cobriza y enmarcada por el ceño
fruncido, parecía huidiza, impenetrable.
Rara vez se presta a largas entrevistas ("a
estas alturas no puedo cometer inocentadas");
sin embargo, ya encarrerado, no se detuvo. Después
de 12 horas de conversación aún
mantenía cuerda para rato. A las 3 de la
madrugada, María Luisa, su mujer desde
hace 60 años, reclamó su presencia
desde la casa contigua donde viven ellos, y sólo
entonces Huber preguntó sonriente: "¿Seguimos
mañana?"
La lucha se traga su vida
El 10 de marzo de 1952, cuando el ex Presidente
Batista asaltó el poder mediante un golpe
de Estado 82 días antes de los comicios,
Huber Matos tenía 33 años. Era maestro
en Manzanillo, vislumbraba su vida abocado a la
docencia, y jamás imaginó que abandonaría
su profesión. Sin embargo, como si estuviera
escribiendo su epitafio, dijo: "La lucha
comienza y presiento que se tragará mi
vida".
Y así fue. En diciembre de 1956, cuando
Fidel y sus hombres regresaron a Cuba provenientes
de México en la expedición del Granma
y fueron cercados por el gobierno de Batista,
Matos decidió sumarse activamente al movimiento
clandestino ("murieron decenas de alumnos
míos, no podía mantenerme al margen").
Juntó dinero, ropa y medicinas para los
guerrilleros y puso a disposición del grupo,
camiones y jeeps de la empresa familiar. Tres
meses después, transportó a las
estribaciones de la Sierra Maestra a un grupo
de guerrilleros que se incorporaría a las
tropas del Che, Fidel y Raúl, pero por
un error estratégico al llevar a cabo la
misión en una insólita noche lluviosa,
los camiones se atascaron en una cuneta en el
camino. Huber y los guerrilleros lograron huir,
pero los camiones cuya razón social estaba
pintada en las puertas -"Matos e hijos. Agricultores.
Yara, Oriente"- los pusieron en riesgo a
él y a su familia.
Huber prófugo, contactó a Fidel
para externarle su deseo de incorporarse a la
guerrilla. Castro condicionó su ingreso:
"Sólo si vienes con fusil, serás
bienvenido". Matos elucubró un plan
secreto: le pediría apoyo al Presidente
José Figueres, un demócrata que
había ya manifestado su rechazo a la tiranía
batistiana. Pidió asilo en la Embajada
de Costa Rica, y 10 meses después, Figueres
propició el traslado de 5 toneladas de
armas para los guerrilleros cubanos. El 30 de
marzo de 1958, Matos y su equipo de ocho hombres
vivieron la dicha de llevar a Cuba el primer avión
con armas que permitió finalmente empuñar
"la guerra total" contra Batista.
En la sierra se conocieron Fidel Castro y Huber
Matos. Ahí conoció Fidel su espinosa
dignidad. El máximo jefe le encomendó
la tarea de volver al exilio por más armas;
Matos se opuso. "Yo soy quien manda",
le dijo Fidel. "Eso no lo discuto, pero a
mí me pidieron un fusil y llegué
con más de uno. Tengo derecho a disponer
de mi vida", remilgó. Según
cuenta, Castro acostumbraba a tratar con humillaciones
y groserías a su milicia para imponer su
autoridad, pero ante él, Fidel se sabía
endeble. Matos le respondía que prefería
ser un rebelde preso en la sierraque someterse
al maltrato injusto para acceder al poder ("en
la Sierra Maestra, me pregunté muchas veces
si no estábamos ayudando a encumbrar a
un déspota, pero creía que quizá
eso sería pasajero, que era un mal menor
en el proceso democrático cubano").
Si sobrevivió desafiándolo, en
un permanente choque de personalidades, fue sólo
porque resultó útil a la revolución.
Se dice que Matos construía trincheras,
refugios y fosas antitanques como nadie; que derrotó
al gigante, es decir a Sánchez Mosquera,
a pesar de que Fidel lo mandó a la guerra
sin recursos; y que luego, con su legendaria Columna
9, logró el cerco de Santiago de Cuba,
la batalla que dio el triunfo a la revolución
a finales de 1958. Por eso, a los cuatro meses
de estar en la sierra se convirtió en uno
de los pocos oficiales en el ejército rebelde
que alcanzó, como Camilo o el Che, el rango
de Comandante ("si algo me sucediera -le
dijo Fidel temeroso de morir en un atentado- serás,
junto a Raúl, mi sucesor"). Pero también
por eso, sus días estarían contados.
Al triunfo de la revolución, Fidel prometió
que ningún militar participaría
en el gobierno y colocó como Presidente
a Manuel Urrutia. Aunque Matos fue nombrado jefe
militar de la provincia de Camagüey, no tenía
interés en continuar en la política.
Lo suyo era el magisterio, crear una escuela de
ciencias políticas. Antes de marcharse,
sólo quería firmar los lineamientos
democráticos del acuerdo revolucionario.
Fidel, sin embargo, comenzaba a coquetear con
el marxismo y le daba largas. Se mostraba ambiguo
y contradictorio. Tildaba de "cotorras"
a los que como Raúl, el Che y Osmani Cienfuegos
-hermano de Camilo- "cojeaban del lado izquierdo"
("me decía: 'ya no te preocupes por
los comunistas, los tengo bajo control.
No estamos a la izquierda ni a la derecha, estamos
un paso adelante y contra todos los totalitarismos,
porque éstos cercenan la libertad que es
tan cara a los pueblos'"), y al mismo tiempo
veneraba a Rusia y al comunismo alimentando la
psicosis de radicalismo, persecución, fusilamientos
y despojos ("Urrutia mismo me confesó
que se sentía un prisionero, que Fidel
no le permitía ejercer el cargo ni renunciar").
El 11 de junio de 1959, Raúl sugirió
que para que la revolución triunfara era
inevitable una noche de cuchillos largos, arrancar
muchas cabezas. Ante el silencio de Fidel, Matos
alzó la voz ("la masacre era inmoral,
ajena al programa de la revolución").
Harto de esperar la ratificación de un
compromiso democrático, sustentado en un
Estado de derecho, Matos le envío a Castro
su renuncia el 19 de octubre de 1959, manifestándole
su deseo de retornar al magisterio ("si hubiera
guardado silencio pensando en mi futuro político,
le hubiera puesto precio a mi honestidad").
Ese fue su fin. Fidel comenzó la purga.
Por la radio comenzó a anunciarse incesantemente
la "traición" del "contrarrevolucionario"
Huber Matos, y dos días después,
ya con la andanada de vituperios en su contra,
fue apresado. Para entonces, las multitudes fanáticas,
maquiavélicamente manipuladas, gritaban
enardecidas en la Plaza de la Revolución:
"Paredón, paredón". Si
se salvó de morir así, fue porque
ni en esas condiciones se dobló. Para juzgarlo,
Fidel reunió a más de mil oficiales
del ejército rebelde para que escarmentaran
presenciando la destrucción de quien se
atrevía a cuestionar al máximo jefe.
Sin embargo, Matos, sordo a las preguntas o al
protocolo de aquel circo romano, gritó
durante tres horas su verdad. Quienes tenían
que condenarlo acabaron aplaudiéndole,
y Fidel se vio obligado a prolongar el juicio.
Por la críticas de la prensa internacional
y la presión de los propios cubanos ("las
telefonistas de Camagüey comenzaron una campaña
que se extendió por toda la isla: cada
vez que entraba una llamada de larga distancia,
antes de establecer la comunicación decían:
'Huber Matos no es traidor'"), la sentencia
se atenuó: en lugar de paredón,
fue finalmente condenado a 20 años de tortura
y prisión en los hediondos calabozos cubanos.
Ni Camilo ni Matos ni el Che, sólo
Fidel
Huber, en tu autobiografía uno como lector
llega a dudar de tu inquebrantable dignidad...
Mi tesitura moral es recia, no soy llorón
ni blandengue. Mis padres me enseñaron
a ser fuerte por dentro, y siempre me he exigido
demasiado, quizá más de lo debido.
El oficio de los verdugos castristas es volver
locos a los presos y casi lo logran. En mi caso,
después de que chamuscaron mis nervios
y casi me sepultaron, me propuse jamás
regalarles ningún asomo de debilidad: ni
en las farsas intimidatorias cuando pretendían
fusilarme, ni en las tranquizas en las que me
quebraron los huesos, ni cuando para revivirme
de las huelgas de hambre me torturaban metiéndome
un nauseabundo líquido hirviendo, mucho
menos cuando me aislaban como muerto en tétricos
calabozos donde compartía la oscuridad
con nubes de insectos, ratas y cucarachas. La
muerte me tenía sin cuidado, no así
la pérdida de mi dignidad. A diario me
repetía: "Huber, no puedes rendirte;
Huber, tienes que ser más fuerte que la
adversidad".
¿Y nunca te doblaste?
Las semanas que siguieron a mi arresto fueron
las peores. El 21 de octubre de 1959, dos días
después de mi carta de renuncia y ya con
la andanada de mentiras y calumnias en la radio,
llegaron a apresarme a Camagüey. Tenía
los nervios a 4 mil voltios. Me llevaron al Estado
Mayor, dizque para que descansara. Fidel discutió
con los oficiales a mi cargo, quería que
se me voltearan, que fueran ellos quienes me fusilaran.
No estaba acostumbrado a que lo contrariaran y
acabó injuriándolos. "Muéstrenos
las pruebas de la traición", le exigían.
"No tengo nada que mostrarles". "Encare
entonces a Huber", le respondían.
"A ése no quiero volver a verlo, es
muy impulsivo". Todo eran mentiras, me tenía
miedo. Acabó arrestando a casi 20 de mis
hombres, y hasta hoy me pesa que dos de ellos
se suicidaron. Como no logró que me ajusticiaran,
ordenó que me metieran "a dormir".
Me cuidaba un apadrinado de Camilo, un colado
que en la sierra siempre tenía pretextos
para no ir a los combates y que ahora estaba haciendo
méritos para ocupar posiciones. Me insistía
que descansara. Raúl seguro le dijo: "Arréglatelas
para que Huber aparezca suicidado". Yo estaba
fatigado, pero arisco. Me hice el dormido, y en
un segundo vi cómo este individuo sacaba
la pistola. "Oiga, todavía no me he
dormido, amigo, así es que aún no
desenfunde la pistola", le dije. Esa noche
llegó María Luisa, todavía
me dejaron verla, y le conté que me habían
tratado de matar. En los diarios La Marina y Prensa
Libre, que entonces aún circulaban, declaró
ella que yo no me iba a "suicidar".
Siguieron los emisarios de Fidel para intentar
ablandarme. Me pedían que rectifique, que
acepte públicamente mis errores. Entre
ellos los capitanes Orlando Pantoja y Emilio Aragonés.
Insistían en que si aceptaba mi traición,
podía regresar a mi casa sin juicio. Fui
muy claro: "Díganle a Fidel que después
de las barbaridades que ha dicho de mí,
tendrá que fusilarme mil veces para comprar
mi silencio". Estaba seguro que de todos
modos me iban a fusilar y que la verdad tendría
que salir finalmente a la luz.
Como no cedí, Fidel me mandó durante
tres meses a un calabozo horadado en el ancho
muro del Castillo del Morro, en La Habana, para
esperar el juicio. Un guardia me custodiaba día
y noche. Sólo cuando me sacaba a hacer
mis necesidades podía conversar por un
instante y a escondidas con unos marineros presos.
Ellos me pasaron un radio pequeño para
que escuchara las noticias, y eso fue lo que me
envenenó. Cada vez que lo encendía,
fingiendo estar dormido, escuchaba arengas, insultos
y peticiones de paredón contra Huber Matos.
Los voceros del régimen me acusaban de
ambicioso y oportunista, decían que me
había vendido a Trujillo, me pintaban como
el más ruin de los seres humanos. De héroe
pasé a ser el sujeto más despreciable
de la nación cubana.
¿Y conocías al dictador dominicano?
¡Qué va, era un criminal! La intención
de los Castro era enardecer a las multitudes para
llevarme al paredón. Los totalitarismos
se alimentan de odio contra quien se atreve a
cuestionarlos. Y ahí estaba solo, sin capacidad
de defensa, pensando en los 6 millones de cubanos
que hipnotizados le creían a Fidel todo
a pie juntillas. Si él decía que
yo era un bribón, eso era yo. La ropa me
bailaba, no sé si perdí 14 libras
o más. No tenía control de mi valentía,
me sentía tremendamente golpeado y pensé
que haberme destruido moralmente ante el pueblo
de Cuba, era peor que la muerte misma.
Los momentos de tribulación intensa fueron
en ese agujero húmedo. Me dolía
el alma la traición y la calumnia, verme
estrujado por mi pueblo manipulado. Por ese radio
supe también que Camilo había desaparecido.
La muerte de Camilo Cienfuegos siempre ha sido
enigmática, y en tu libro hay indicios
que relacionan su asesinato con tu encarcelamiento.
Camilo era siempre sonrisas, un cubano llano,
valiente que conquistaba con su presencia espontánea.
Era el más popular de los comandantes y
Fidel temió que fuera un adversario peligroso.
Todos reconocíamos la envidia que le tenía
Raúl Castro y los celos que despertaba
en Fidel. Fue a él a quien Fidel mandó
a detenerme en completa desventaja después
de la andanada de vituperios en la radio, cuando
mis tropas ya estaban enardecidas. Los Castro
pensaron que así acabarían con los
dos de un jalón: Camilo, víctima
de mis hombres; y yo, listo para el paredón
como el cobarde que asesinó al comandante
más popular de la revolución. Di
órdenes que nadie disparara, me entregué
pacíficamente. Ese día Camilo y
yo conversamos, éramos amigos. Me dijo
que Fidel estaba equivocado y que él se
sentía muy confuso. Muchas veces habíamos
hablado del rumbo que tomaba la revolución
y ninguno de los dos aceptábamos el comunismo.
Luego, frente a mí, discutió con
Fidel por el hilo telefónico. Fidel acabó
colgándole y yo pensé: "Hasta
aquí llegó también Camilo".
En los días subsecuentes, me hizo pasar
dos recados al calabozo del Castillo del Morro
con un hombre que quizá aún vive.
Escribía desesperado: "Estoy en un
atolladero, por tu renuncia vivo una situación
insoportable. No puede haber juicio. Tienes que
fugarte, yo me encargo de que lo logres".
El 26 de octubre, Fidel lo convocó a arengar
sobre mi traición ante una multitud enardecida.
En ese, su último discurso, dijo que la
revolución no iba a permitir traiciones,
pero jamás mencionó mi nombre. Dos
días después "desapareció".
Camilo muerto, tú en la prisión,
sólo quedaba el Che. Veo sobre tu escritorio
un periódico con su efigie, en la que tú
o alguien escribió: "Che, fracasado"
Yo lo conocí, y sé que Guevara
no fue nunca un guerrillero victorioso, eso es
parte de los retoques de Castro. Era un aventurero
raro, valiente, muy concentrado en sí mismo,
que encontró en el problema cubano un campo
ideal para realizar hazañas y adquirir
fama. Fidel lo conoció en México
después del asalto al Moncada. Ambos se
midieron y se calcularon. El Che vio en Fidel
a un individuo audaz y un escenario apropiado,
y Fidel vio en el Che al aventurero, al comemierda
que podía utilizar. Cuando le sacó
el jugo, lo mandó al Congo y luego a Bolivia,
en donde filtró información que
posibilitó su asesinato.
¿A qué atribuyes que se le ha mitificado
a nivel internacional como símbolo rebelde
de valentía, de justicia social?
A la manipulación de Castro. El Che fue
y es aún su títere. Lo utilizó
en Cuba, lo exaltó, lo subió, y
luego lo mandó a morir a Bolivia. Después
cogió su diario y lo reescribió,
agregándole todo lo que necesitaba para
beneficiarse. Castro es un gran manipulador y
con el mito del Che también se ensalza.
Pero si el Che sí coadyuvó a que
Cuba fuera comunista, ¿cómo o por
qué se suscitó su ruptura con Castro?
El Che le estorbaba a Fidel, se cansó
de repetir que era marxista, pero antiestalinista,
y eso obstaculizaba las relaciones con los soviéticos.
La juventud del mundo preservará el mito
creyendo en su inusual valentía, pero fue
un hombre engañado, una víctima
más de la ambición y la ética
demoniaca de Castro.
Testigo de la historia
¿Cómo te explicas que estás
vivo?
Por un milagro, por la suerte de las circunstancias
o quizá porque eso que llamamos Dios ha
sido muy generoso conmigo. Hay algo más
de lo que nunca he hablado y quizá tuvo
también mucho peso. Fidel es un hombre
supersticioso y siempre ha temido que va a ser
asesinado. Muchas veces, en la sierra, me dijo:
"Yo voy a morir de un atentado. No sé
qué año ni qué día".
La noche del 17 de enero de 1959, a tres semanas
de estar en el poder, se apareció con una
comitiva de 30 gentes en casa de mis padres en
Yara. Buscaba halagarlos, ganarse su confianza.
Yo estaba en la provincia de Camagüey, donde
era el jefe militar. No obstante que eran momentos
de gloria, mi madre desconfiaba de él.
Cuando Fidel le tendió la mano, ella le
advirtió: "No me vaya a matar a mi
hijo". Fidel se quedó helado: "¿Por
qué me dice eso?". "No sé
por qué, pero se lo tengo que decir, no
me vaya a matar a mi hijo porque tendrá
que atenerse a las consecuencias". Mi madre
me contó que Fidel se desbarató
en elogios para mí: "A veces discutimos,
pero Huber ha resultado un guerrillero de primera
línea, una figura primordial para la revolución.
Tiene talento político, recurro a él
para que me asesore". Ella insistió:
"Por lo mismo le digo, no se le ocurra matármelo".
Fidel se fue disgustado de la casa. Mi madre
lo miró a los ojos y lo desnudó.
Intuyó que me usaría para luego
arrancarme la cabeza, como hizo con tantos otros.
Unos meses después, ya preso, mi madre
le entregó una carta a través de
Celia: "Tenía yo razón. Por
algo le hice la advertencia, se lo vuelvo a decir,
no se le ocurra dar la orden de fusilarme a mi
hijo". Fidel siempre le tuvo miedo a mi muerte,
pensó que desencadenaría la suya.
Cuando me amenazaron con un segundo juicio, yo
los reté a que me lo hicieran. No se atrevieron.
Luego en la cárcel, todas las oportunidades
que tuve de morirme no acabaron de darse. Me salvé
hasta de las huelgas de hambre sin jamás
someterme o pedir clemencia. Quizá Dios
ha querido que sea así: que haya un testigo
que cuente los horrores de esta historia.
¿Quisieras derrocar a Fidel?
Sí, pero el norte de mi vida no es sacarle
las entrañas, sino que mi país vuelva
a un marco de justicia, libertad y respeto a los
derechos humanos. A él le deseo todo el
mal que le pueda caer de arriba; con absoluta
tranquilidad, podría yo dirigir un pelotón
de fusilamiento para que pague por haber obligado
a los cubanos a vivir con miedo y simulación
durante más de cuatro décadas. Sueño
con verlo colgado en las farolas del malecón.
Tengo esperanza de que se hará justicia.
¿Cómo crees que terminará
este régimen?
Es arriesgado hacer pronósticos de almanaque
porque los cubanos nos hemos equivocado muchas
veces, pero estamos ya llegando al final: el sistema
está agotado, la economía paralizada
y Castro miedoso y deteriorado. Cuando llegó
al poder, Cuba era el primer exportador de azúcar
del mundo. Hoy los cañaverales y las vías
férreas están destruidos, más
de la mitad de los ingenios desbaratados. Hasta
los militares nos mandan decir que ruegan por
una solución, que ansían el cambio,
pero que no se atreven a empuñar las armas.
Saben que lo de la sucesión de Raúl
es una carta falsa que Castro usa para que no
conspiren contra él. Si Fidel muere o lo
matan, Raúl tendrá que salir huyendo
porque ni siquiera inspira respeto a sus subordinados.
En Cuba lo apodan despectivamente "la rosita".
Mi mayor deseo es que el cambio se suscite por
una explosión popular que en lugar de ser
reprimida por los militares, sea apoyada por ellos.
Eso nos restituiría el menguado patrimonio
cultural cubano. Muchos en la isla están
convencidos de que viven en un callejón
sin salida, pero tienen miedo porque la mayoría
de los líderes de la disidencia está
en prisión. Las tiranías, sin embargo,
no todo lo resuelven encarcelando y Castro sabe
que ya no consigue el control total.
Esa explosión popular sería el
panorama más favorable, ¿y el más
desolador?
Que Fidel logre provocar a los norteamericanos
hasta que se produzca una confrontación.
Cuando Castro se sienta a 10 pasos del derrumbe
por una conspiración militar o una conmoción
popular provocará que sean los americanos
quienes intervengan, como sucedió en Panamá.
Fidel seguramente piensa que así podrá
esconder su fracaso como gobernante, engañar
a la historia como el superhéroe que se
enfrentó a Goliat y fue aplastado. Para
mí ese final sería humillante porque
Fidel no sólo dejaría al país
hundido en una calamidad mayor, sino porque somos
los cubanos quienes debemos construir nuestra
república.
Ni Stalin ni Mao Tse Tung fueron derrotados,
murieron de manera natural...
Los sistemas totalitarios cerrados tienen un
pellejo duro. Yo espero que Fidel no muera en
la cama. Junto con Raúl y otros grandes
criminales cubanos, debe ser juzgado en vida o
ausencia. Las futuras generaciones deben saber
que aquel hombre fue un bribón y que es
preciso edificar una república soberana.
Cuando eras un jovencito brincando de piedra
en piedra, en las ondulaciones del cerro pelado,
soñabas con llegar a ser un héroe.
¿Valió la pena haber quemado tantos
cartuchos para llegar a serlo?
Fue parte del destino. Me siento muy satisfecho
de mi vida, pero si pudiera arrancaría
algunas páginas. No hubiera querido ayudar
a Fidel, ser preso político, ni vivir en
situación de privación de libertad
con tanto sufrimiento. Sin embargo, aún
mi vida no ha terminado. Si hoy mismo se produjese
un alzamiento, civil o militar, no me quedaré
de espectador. De inmediato me incorporaré
con mi gente porque me niego a que Cuba siga siendo
un feudo de violencia y miedo. Llevamos más
de medio siglo de dictaduras (44 años de
Castro y 7 de Batista), los problemas acumulados
son increíbles, no ha habido una sola huelga,
y cuando esto concluya todos van a salir a plantear
sus demandas. Vendrá una crisis en la que
todos exigirán lo suyo a un país
en quiebra. En este contexto me visualizo como
un factor conciliador que llame a la unidad, porque
estoy seguro de que seremos el partido más
grande de Cuba. Encajo bien en el rol de predicador:
tenemos que perdonar y sumar esfuerzos. Preferiría
que fueran los más jóvenes quienes
enderecen el rumbo, pero si el país se
hundiera en el abismo, no me temblará ni
la palabra ni el brazo para promover el orden
y evitar una intervención militar extranjera.
Martí decía que la guerra es justa
cuando es necesaria. Yo soy la última reserva.
Comentarios: scherem1@hotmail.com
Comandante
Gracias a sus méritos militares, Matos
obtuvo el grado de comandante. Después
de su rompimiento con la Revolución, Castro
reescribió la historia y Matos desapareció
de las fotografías sobre la gesta. Arriba,
(de izq. a der.) Camilo, Fidel y Huber entrando
a La Habana el 6 de enero de 1959. Arriba a la
derecha, el disidente. Abajo, con tres de sus
hombres, en el cerco a Santiago de Cuba en septiembre
de 1958.
- Nace el 26 de noviembre de 1918, en Yara, antigua
provincia de Oriente,
- En diciembre de 1956 decide participar activamente
en el movimiento revolucionario liderado por Fidel
Castro para derrocar a Fulgencio Batista.
- El 15 de marzo de 1957, su vida da un vuelco
al quedar expuesto como guerrillero.
- El 30 de marzo de 1958 aterriza en la sierra
con una cargamento de 7 mil fusiles
(ver aclaración)
de asalto provenientes de Costa Rica para las
tropas revolucionarias. Fidel Castro lo nombra
comandante poco después.
- El 1 de enero triunfa la revolución.
- Junto a Camilo Cienfuegos y Fidel Castro entra
triunfante a La Habana el 6 de enero de 1959.
Antes, su columna había tomado Santiago
de Cuba.
- Es nombrado jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
en Camagüey.
- El 19 de octubre de 1959 rompe con Fidel Castro
y renuncia a sus cargos en el gobierno revolucionario
para dedicarse al magisterio.
- Dos días después es arrestado
acusado de traición.
- El 21 de octubre de 1979 sale de la cárcel
tras pasar 20 años encerrado.
- En Caracas, funda la organización Cuba
Independiente y Democrática el 21 de octubre
de 1980. Durante 17 años, coordina emisiones
a la isla desde un país centroaméricano.
Se le considera líder moral del exilio
cubano.
Nota aclaratoria
Mucho les agradezco la publicación
de la entrevista que me hiciera la periodista
mexicana Silvia Cherem y que apareció en el diario
"La Reforma", de México, el 29 de marzo pasado.
Al margen de la entrevista publicada aparece un
dato incorrecto que reza así: "El
30 de marzo de 1958 aterriza en la sierra con
un cargamento de 7 mil fusiles de asalto provenientes
de Costa Rica para las tropas revolucionarias".
En realidad el cargamento
fue de cinco toneladas de armas y municiones,
tal como señalo en mi libro "Como
llegó la noche".
Huber Matos B.
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