PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 24, 2004

Bebo o la discreción

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 23 de marzo de 2004.

Dos estilos recorren la pianística cubana: la discreción y la exuberancia. Nuestra música tiene la fortuna de contar con representantes de ambas tendencias en una misma familia. Chucho Valdés acumula, infatigable, notas y más notas en cada pieza. A su padre, Bebo, le basta con unas pocas. Lágrimas negras, de Bebo y el Cigala, es un raro ejemplo de una voz singular que se regala en las interpretaciones más disímiles. Es también una demostración de modestia: un piano acompañante que suena en las manos de un maestro que, a estas alturas de su vida, no necesita destacarse.

Cuando hace varios años el mejor pianista de jazz español --el fallecido Tete Montoliú-- lanzó varios discos de boleros y música brasileña, no pudo librarse del pecado original del virtuosismo: intercaló adornos, frases y malabares que por momentos impedían al oyente olvidar que se trataba de un intérprete acostumbrado a la sala de conciertos, jugando a ser un piano man. Bebo, que por demasiado tiempo tocó en restaurantes y salones de baile, no niega el oficio que le permitió sobrevivir buena parte de su vida. Todo lo contrario. Se limita a engrandecerlo.

La diferencia entre una interpretación simple y un estilo elaborado no indica una distinción de calidad. Marca una forma de interpretar que en el jazz tiene ejemplos notables en instrumentos ajenos al piano. Por una parte, la agudeza desgarradora y simple de la trompeta de Miles Davis en una de sus tantas etapas. En el otro extremo, la complejidad del saxo de John Coltrane, que marcó los últimos años de su carrera. A veces un mismo ejecutante se siente obligado a moverse entre ambos extremos. El pianista cubano Gonzalo Rubalcaba adquirió una capacidad tan enorme para fatigar de notas el teclado que en sus últimos discos ha dado paso a cierta austeridad.

Bebo Valdés siempre ha perseguido limitarse a lo esencial. Para comprobarlo basta escuchar de nuevo la versión que Chucho y Bebo hacen de La comparsa de Ernesto Lecuona en la película Calle 54, dirigida por Fernando Trueba. Mientras Chucho muestra una perfección extrema y hace evidente en todo momento que está cuidando no sobresalir por encima de su padre --lo que no deja de ser una forma de paternalismo--, Bebo se burla de la ''deferencia'' de su hijo con la autoridad que otorgan una sabiduría y sonrisa imperecederas.

Hablo de sabiduría porque Bebo --que a veces se atreve al humor-- nunca acentúa demasiado una ironía más fuerte, al estilo de Thelonious Monk. Eso lo distingue de Peruchín, ese otro gran maestro de la esencialidad al teclado. El piano de Bebo es heredero de Lecuona en la cubanía, pero ajeno al énfasis percutivo. (¿Hay que decir que ambos son herederos de Manuel Saumell e Ignacio Cervantes?) Sus tumbaos acentúan el ritmo, pero no se imponen. En ocasiones parecen pedir permiso al iniciarse.

Con esas credenciales, Bebo puede parafrasear al Beny y decir: ''Elige tú, que acompaño yo''. No hay intérprete que se escape.

Si hay una mezcla singular --y potencialmente explosiva-- es el desborde interpretativo de un cantaor como el Cigala y la contención que siempre muestra el pianista exiliado. Lo que no le impide a este último salvar al disco en más de una ocasión. Aquí quien siempre mantiene encendida la mecha es Bebo.

De los muchos méritos de Lágrimas negras --cuyos productores ejecutivos son Nat Chediak y Fernando Trueba-- uno de los principales es los arreglos musicales, realizados por el propio Bebo. Mi preferido es Se me olvidó que te olvidé, donde el piano anticipa el tono burlón para darle paso a El Cigala, que tras un reclamo breve convierte el reproche en un desenfado agridulce. Le siguen Vete de mí, que recuerda la interpretación inolvidable de Bola de Nieve, pero brilla con voz propia, y Lágrimas negras, un número del que Bebo y Cachao tienen una versión ya clásica en Calle 54 y que ahora aparece en otra igualmente extraordinaria.

El álbum ha acumulado reconocimientos desde su salida. Varias distinciones en el español Premio Amigo a comienzos de este año; el pasado fue escogido por Ben Ratliff, crítico musical de The New York Times, como mejor álbum del año y tiene un doble Disco de Platino, entre otros galardones. Más allá de estos triunfos, encierra una satisfacción especial para sus creadores al ser también un disco de encuentros. Eu sei que vou te amar ofrece un contraste --que no llega al contrapunto-- entre la entrega musical que despliega la voz rasgada de el Cigala y el decir melodioso y comedido de Caetano Veloso. Lágrimas negras cuenta con el saxo de Paquito D'Rivera y Nieblas del riachuelo con el violín de Federico Brito. En todo momento está presente la excelencia del contrabajo de Javier Colina (especialmente en el mencionado Se me olvidó que te olvidé) y un adecuado acompañamiento rítmico.

En plena juventud a los 85 años, Bebo Valdés sigue siendo uno de los mejores pianistas cubanos. Lágrimas negras nos deja con las ganas de no abandonar el bar hasta que vuelvan pianista y cantante para otra tanda.

aarmengol@herald.com

 


 

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