Vacunación cubana
Oscar Peña, El
Nuevo Herald, 23 de marzo de 2004.
No lo puedo afirmar de todos los seres humanos
--quizás suceda igual y por eso no somos
un mejor mundo--, pero los cubanos todos en diferentes
momentos hemos cometido el error de considerarnos
imprescindibles. La realidad es que todos los
seres humanos somos frágiles y no existen
superhombres. Los países y hogares que
avanzan son los que lo hacen con el consenso y
concurso de todos.
Para comprobar ese error en Cuba basta con un
botón como ejemplo: el caso de Fidel Castro.
Tomó el poder por la fuerza con 32 años
--para quitar a otro cubano que también
se consideraba un caudillo necesario-- y ya va
a cumplir 78 con el timón en sus manos.
Es el cubano que más en serio se ha tomado.
Diariamente emite un largo discurso de orientación
al país.
Es demasiada la pena histórica para el
pueblo de Cuba por el récord de largo mandato
de Fidel Castro. En los pueblos grandes no surgen
tiranos. Los cubanos tenemos que tener el coraje
de admitir nuestras debilidades y defectos como
ciudadanos. Evidentemente algo falla en nuestras
fibras democráticas. En todos los tiempos,
desde que nacimos como república hasta
hoy, hemos sido triunfadores en el deporte, la
música, la cultura, la literatura, la economía,
la medicina, la arquitectura, la educación,
etc. Sin embargo, en nuestra historia política
hemos estado pésimos. Sólo tenemos
dos o tres elogiosos capítulos. Fidel Castro
solo no es el culpable de lo que ha sucedido en
Cuba. No habrían podido surgir él
y los anteriores caciques de Cuba si no hubiera
existido la materia prima, la base social (léase
la población) que los alimentó.
El mea culpa de Cuba es de todas las generaciones.
Las huellas de la deformación nacional
tenemos que buscarla en cada cubano mucho antes
de 1959. Qué se podía esperar de
aquellos gobernantes y débil sociedad civil
que permitían los famosos gatillos alegres
y la corrupción. Qué país
civilizado y serio permite aquel penoso bonche
universitario. Qué se podía esperar
de un pueblo que seguía fanáticamente
a los agitadores profesionales de la radio, y
de una sociedad que escogió en unas elecciones
para la Cámara de Representantes a sembradores
de piñas que compraban a 5 pesos el voto,
y no al recto y sobresaliente ciudadano Jorge
Mañach. El 1 de enero de 1959 lo que se
dio fue el aceleramiento de nuestros defectos.
No hay ofensa en la verdad histórica.
Más responsabilidad tienen por la dictadura
de Fidel Castro aquéllos que, teniendo
variantes y la posibilidad de redoblar los esfuerzos
por encaminar a Cuba por vías cívicas
en la década del 50, optaron por simpatizar,
apoyar o participar en la violencia y el terrorismo
en las ciudades, la Sierra Maestra y el Escambray.
Legaron a las nuevas generaciones una isla llena
de comandantes vestidos de verde olivo y un país
sin opciones. Completamente totalitario. Los que
eran niños en 1959 o nacieron con el régimen
absolutista no conocían otro sistema, no
tuvieron la posibilidad de comparar. Por eso el
proceso de despertar y el crecimiento cívico
ha sido, y es, tan lento y complejo.
Crecimos oyendo que los que se fueron de Cuba
eran explotadores, latifundistas, lumpen et ad.
Y todos los batistianos, asesinos y esbirros.
Al llegar a Miami y conocer a muchas de estas
personas nos percatamos de cómo hemos sido
víctimas de las manipulaciones y las generalizaciones.
Por ejemplo: a pesar de ser de diferentes generaciones
y tener diferencias en algunos temas, uno de mis
mejores amigos de exilio es el batistiano Rafael
Díaz-Balart. En él he podido conocer
a un cubano digno, respetuoso y culto que ha sabido
criar a cuatro hijos triunfadores. Igual amistad
tuve con el el exiliado Jorge Mas Canosa y pude
conocer a un hombre de magníficos sentimientos
humanos y forjador también de una excelente
familia. Con Carlos Alberto Montaner, el líder
exiliado que más teme la alta jefatura
de Cuba, estreché al llegar al exilio una
relación de coincidencia política
que se ha ido convirtiendo en amistad de hermanos.
Conozco sus sentimientos y su su linda familia
y puedo aseverar que es un cubano ejemplar. Estas
afirmaciones no son demagogia. Hoy, con conocimiento
de las personas, puedo discernir. Esa posibilidad
les ha faltado a mis compatriotas de la isla.
También tuve el privilegio de conocer
a Armando Alejandre, aquel excelente joven cubano
que fue uno de los cuatros asesinados en el aire
en una avioneta civil. Un excelente cubano, decente,
pacífico y lleno de buenos sueños
para su patria. Creo que igual pudiera hablar
de José Ignacio Rasco, Orlando Gutiérrez,
Luis Zúñiga, Modesto Maidique, Joe
García, Juan Suárez-Rivas, Silvia
Iriondo, Luis Lauredo, Roberto Martín Pérez,
Lino Fernández, Enrique Ros, Lisandro Pérez,
Carlos Saladrigas, José Ignacio Rivero,
Agustín Tamargo, Frank Calzón, Ramón
Saúl Sánchez, Carlos Pérez,
José Basulto, Jaime Suchliki, Alfredo Durán,
Antonio Jorge, Jorge Sanguinetty, Eduardo Pérez
Goicochea, Siro del Castillo, José de la
Hoz, Manuel Salvat, Angel de Fana, Angel Cuadra,
Marcelino Miyares, Alfredo Elías, Moravia
Capó y muchos más.
En el exilio también se generaliza con
todos los que están dentro del mecanismo
de dirección del régimen. Es un
círculo vicioso. Veamos a la inversa: estuve
cinco años cursando una carrera universitaria
y teniendo como compañero de curso al actual
historiador de La Habana, Eusebio Leal, y si no
cometo el pecado de mentir, tengo que reconocer
que es una persona decente, culta y laboriosa.
Igual pudiera expresar del alto dirigente del
Comité Central Jaime Crombet, que conocí
muy joven. También trabajé en distintas
etapas con 5 ministros: Manuel Miyares, Manuel
Céspedes, Antonio Enrique Lussón,
Israel Torres Iribar y Enrique Mena y otros muchos
dirigentes, funcionarios y militantes. Puedo decir
que todos son políticamente cobardes, por
aquello del hombre y sus circunstancias, pero
no esbirros, asesinos, ni malas personas.
En este largo proceso todos los cubanos --de
una forma u otra-- tienen una cuota de responsabilidad:
unos, fabricantes de Fidel Castro y otros, sostenedores.
Todos superficiales e irresponsables con la patria.
Es difícil encontrar un absuelto en esta
larga historia.
Acercándose el final de Fidel Castro es
saludable para la nación cubana que desde
estos momentos todos los cubanos que están
dentro y estamos fuera de Cuba hagamos el compromiso
nacional de autovacunarnos para no tener, ni apoyar
nunca más, iluminados caudillos. Ellos
sólo existen y se propagan si nosotros
los alimentamos con nuestras acciones.
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