PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 24, 2004

Vacunación cubana

Oscar Peña, El Nuevo Herald, 23 de marzo de 2004.

No lo puedo afirmar de todos los seres humanos --quizás suceda igual y por eso no somos un mejor mundo--, pero los cubanos todos en diferentes momentos hemos cometido el error de considerarnos imprescindibles. La realidad es que todos los seres humanos somos frágiles y no existen superhombres. Los países y hogares que avanzan son los que lo hacen con el consenso y concurso de todos.

Para comprobar ese error en Cuba basta con un botón como ejemplo: el caso de Fidel Castro. Tomó el poder por la fuerza con 32 años --para quitar a otro cubano que también se consideraba un caudillo necesario-- y ya va a cumplir 78 con el timón en sus manos. Es el cubano que más en serio se ha tomado. Diariamente emite un largo discurso de orientación al país.

Es demasiada la pena histórica para el pueblo de Cuba por el récord de largo mandato de Fidel Castro. En los pueblos grandes no surgen tiranos. Los cubanos tenemos que tener el coraje de admitir nuestras debilidades y defectos como ciudadanos. Evidentemente algo falla en nuestras fibras democráticas. En todos los tiempos, desde que nacimos como república hasta hoy, hemos sido triunfadores en el deporte, la música, la cultura, la literatura, la economía, la medicina, la arquitectura, la educación, etc. Sin embargo, en nuestra historia política hemos estado pésimos. Sólo tenemos dos o tres elogiosos capítulos. Fidel Castro solo no es el culpable de lo que ha sucedido en Cuba. No habrían podido surgir él y los anteriores caciques de Cuba si no hubiera existido la materia prima, la base social (léase la población) que los alimentó.

El mea culpa de Cuba es de todas las generaciones. Las huellas de la deformación nacional tenemos que buscarla en cada cubano mucho antes de 1959. Qué se podía esperar de aquellos gobernantes y débil sociedad civil que permitían los famosos gatillos alegres y la corrupción. Qué país civilizado y serio permite aquel penoso bonche universitario. Qué se podía esperar de un pueblo que seguía fanáticamente a los agitadores profesionales de la radio, y de una sociedad que escogió en unas elecciones para la Cámara de Representantes a sembradores de piñas que compraban a 5 pesos el voto, y no al recto y sobresaliente ciudadano Jorge Mañach. El 1 de enero de 1959 lo que se dio fue el aceleramiento de nuestros defectos.

No hay ofensa en la verdad histórica. Más responsabilidad tienen por la dictadura de Fidel Castro aquéllos que, teniendo variantes y la posibilidad de redoblar los esfuerzos por encaminar a Cuba por vías cívicas en la década del 50, optaron por simpatizar, apoyar o participar en la violencia y el terrorismo en las ciudades, la Sierra Maestra y el Escambray. Legaron a las nuevas generaciones una isla llena de comandantes vestidos de verde olivo y un país sin opciones. Completamente totalitario. Los que eran niños en 1959 o nacieron con el régimen absolutista no conocían otro sistema, no tuvieron la posibilidad de comparar. Por eso el proceso de despertar y el crecimiento cívico ha sido, y es, tan lento y complejo.

Crecimos oyendo que los que se fueron de Cuba eran explotadores, latifundistas, lumpen et ad. Y todos los batistianos, asesinos y esbirros. Al llegar a Miami y conocer a muchas de estas personas nos percatamos de cómo hemos sido víctimas de las manipulaciones y las generalizaciones. Por ejemplo: a pesar de ser de diferentes generaciones y tener diferencias en algunos temas, uno de mis mejores amigos de exilio es el batistiano Rafael Díaz-Balart. En él he podido conocer a un cubano digno, respetuoso y culto que ha sabido criar a cuatro hijos triunfadores. Igual amistad tuve con el el exiliado Jorge Mas Canosa y pude conocer a un hombre de magníficos sentimientos humanos y forjador también de una excelente familia. Con Carlos Alberto Montaner, el líder exiliado que más teme la alta jefatura de Cuba, estreché al llegar al exilio una relación de coincidencia política que se ha ido convirtiendo en amistad de hermanos. Conozco sus sentimientos y su su linda familia y puedo aseverar que es un cubano ejemplar. Estas afirmaciones no son demagogia. Hoy, con conocimiento de las personas, puedo discernir. Esa posibilidad les ha faltado a mis compatriotas de la isla.

También tuve el privilegio de conocer a Armando Alejandre, aquel excelente joven cubano que fue uno de los cuatros asesinados en el aire en una avioneta civil. Un excelente cubano, decente, pacífico y lleno de buenos sueños para su patria. Creo que igual pudiera hablar de José Ignacio Rasco, Orlando Gutiérrez, Luis Zúñiga, Modesto Maidique, Joe García, Juan Suárez-Rivas, Silvia Iriondo, Luis Lauredo, Roberto Martín Pérez, Lino Fernández, Enrique Ros, Lisandro Pérez, Carlos Saladrigas, José Ignacio Rivero, Agustín Tamargo, Frank Calzón, Ramón Saúl Sánchez, Carlos Pérez, José Basulto, Jaime Suchliki, Alfredo Durán, Antonio Jorge, Jorge Sanguinetty, Eduardo Pérez Goicochea, Siro del Castillo, José de la Hoz, Manuel Salvat, Angel de Fana, Angel Cuadra, Marcelino Miyares, Alfredo Elías, Moravia Capó y muchos más.

En el exilio también se generaliza con todos los que están dentro del mecanismo de dirección del régimen. Es un círculo vicioso. Veamos a la inversa: estuve cinco años cursando una carrera universitaria y teniendo como compañero de curso al actual historiador de La Habana, Eusebio Leal, y si no cometo el pecado de mentir, tengo que reconocer que es una persona decente, culta y laboriosa. Igual pudiera expresar del alto dirigente del Comité Central Jaime Crombet, que conocí muy joven. También trabajé en distintas etapas con 5 ministros: Manuel Miyares, Manuel Céspedes, Antonio Enrique Lussón, Israel Torres Iribar y Enrique Mena y otros muchos dirigentes, funcionarios y militantes. Puedo decir que todos son políticamente cobardes, por aquello del hombre y sus circunstancias, pero no esbirros, asesinos, ni malas personas.

En este largo proceso todos los cubanos --de una forma u otra-- tienen una cuota de responsabilidad: unos, fabricantes de Fidel Castro y otros, sostenedores. Todos superficiales e irresponsables con la patria. Es difícil encontrar un absuelto en esta larga historia.

Acercándose el final de Fidel Castro es saludable para la nación cubana que desde estos momentos todos los cubanos que están dentro y estamos fuera de Cuba hagamos el compromiso nacional de autovacunarnos para no tener, ni apoyar nunca más, iluminados caudillos. Ellos sólo existen y se propagan si nosotros los alimentamos con nuestras acciones.

 


 

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