No podemos seguir de espaldas
a Cuba
Desde la comunidad latinoamericana
se puede hacer mucho, por lo pronto hacer para
"bien", lo que Cuba ha hecho para "mal"
Jaime Trobo. La Prensa, Panamá,
23 de marzo de 2004.
La comunidad latinoamericana debe despertar
de la larga siesta que le ha permitido tolerar
la afrenta que significa la carencia de libertad,
la constante transgresión de los derechos
humanos y el déficit democrático
que sufre desde hace décadas la hermana
República de Cuba.
Esta realidad que rompe los ojos ha permanecido
mimetizada detrás de la guerra fría,
en el transcurso de la cual Cuba fue vista sólo
como una cabecera de puente o un peligroso vecino,
según quien fuera el observador. Poco importó
durante mucho tiempo el pueblo cubano, la nación
cubana, eran meramente instrumentales. En ese
marco y para sus vecinos de América Latina,
para sus políticos y también para
sus pensadores, Cuba jugó un papel argumental,
se constituyó en la justificación
positiva o negativa de la confrontación
entre el marxismo y el capitalismo.
Las pasiones que desataba tal debate fueron haciendo
del pueblo de Cuba un rehén de su gobierno
autoritario, que practica una ideología
excluyente solo posible de imponerse sin espacios
de libertad, y de la justificación de teorías
políticas y económicas ejercidas
desde encubiertas acciones de gobierno, que se
financiaron durante décadas con subsidios
que la trasparencia de la economía hoy
día no resistiría analizar. La Unión
Soviética financió, contra los padecimientos
de los ciudadanos de los pueblos de su órbita,
la injustificada mercenarización de un
pueblo pacífico, culto y tolerante para
exportar la vía armada en la región
y en otras partes del mundo. Los Estados Unidos
por momentos más preocupados por mantener
la preeminencia que logró luego de la segunda
guerra mundial, que por estimular la libertad
y el desarrollo natural de las economías
de la región de Latinoamérica, también
contribuyeron a ponerle condimentos al debate
maniqueo que nos narcotizó, para instalarnos
durante décadas en un espacio cada día
más ajeno de la realidad real.
Discutimos mucho tiempo sobre estar a favor o
en contra de Fidel, a favor o en contra del capitalismo,
a favor o en contra de las "reivindicaciones
de los pueblos oprimidos"; mientras tanto,
el pueblo de Cuba era cada día más
y más oprimido. Hoy, quién duda
de que en Cuba no se respetan los derechos humanos,
no hay libertades, y día a día,
como en una espiral ascendente e histérica,
el gobierno decide cerrar, oprimir, reprimir,
creyendo que su realidad es intrascendente y todavía
se oculta detrás del teatro que por años
se montó desde otros intereses y tan bien
le hizo a su continuidad y tan mal a la verdadera
soberanía, la del pueblo de Cuba. Sin embargo,
si bien muchos de quienes admitieron la trampa
y justificaron el autoritarismo, hoy revelan su
desencanto y su frustración y desde ellas
reclaman "basta", o declaran "hasta
aquí llegué", desde una timidez
irresponsable, demócratas reputados, hombres
que han luchado por la democracia y los derechos
humanos en sus países en las peores épocas
de Latinoamérica, aún no han encendido
la pasión que Cuba nos reclama para que
la ayudemos.
Para que la ayudemos a despertar de esta pesadilla
inconducente que se desbaratará fatalmente
mañana o pasado, pero finalizará
pronto, contribuyendo a evitar que la resaca de
40 años, varias generaciones, y antiguos
rencores alimentados por la intolerancia que impediría
el reingreso pacífico y en tolerancia social
a Cuba, a la comunidad democrática latinoamericana
que tanto la añora.
Para que la ayudemos a construir la "autopista"
de las libertades que cualquier sociedad necesita
para ejercitar el debate y la acción hacia
un destino legítimamente dispuesto por
la comunidad nacional, que nos alegrará
ver de manifiesto como resultado de un proceso
de encuentro que solo pueden y deben protagonizar
los cubanos.
Desde la comunidad latinoamericana se puede hacer
mucho, por lo pronto hacer para "bien",
lo que Cuba ha hecho para "mal". Soy
claro: el Gobierno de Cuba adoctrinó, entrenó
y financió la violencia marxista en todos
los países latinoamericanos, y lo hace
aún hoy día, se introdujo inescrupulosamente
en los asuntos internos de nuestros Estados.
Soy claro: la comunidad latinoamericana, sus
partidos políticos, sus organizaciones
de promoción de la democracia y los derechos
humanos, su prensa, deben constituirse en garantes
de las libertades de "todos" los cubanos,
de quienes no las tienen y sufren prisión
por ello, de quienes son perseguidos y atemorizados,
y aún de quienes creen disfrutarla cuando
en realidad lo hacen para cumplir con los designios
autoritarios de una ideología extinguida
y un modelo museístico, que si no fuera
por el drama que ha instaurado no permanecería
un instante en la memoria de la humanidad.
Latinoamérica, sus dirigentes, sus políticos,
sus parlamentarios, sus periodistas, deben abandonar
la insensible y hasta hipócrita, en algunos
casos, condescendencia que refleja la agraviante
afirmación: "sí, ocurren esas
cosas, pero al Gobierno de Cuba no hay que acosarlo...,
ya bastante tienen con el acoso de los Estados
Unidos...". Mientras tanto cada minuto de
déficit de libertades se lleva años,
esperanzas, vidas.
¿Qué más le vamos a regalar
a la injusticia?
[Firmas Press]
El autor es parlamentario en Uruguay, ha sido
Presidente de la Cámara de Representantes
y ministro de Estado.
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