PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 5, 2004

Historia de una cruz

Anolan Ponce. El Nuevo Herald, 3 de marzo de 2004.

Una gran tragedia se había cernido sobre nuestras vidas en abril de 1961 pues mi padre había tomado parte en la invasión de Playa Girón y lo habían hecho prisionero. Temiendo una represalia, mi madre, mi hermano y yo nos habíamos ''escondido'' en la finca familiar, municipio de Artemisa, provincia de Pinar del Río.

Nino era un primo de mi papá que en la finca manejaba un tractor. Lo recuerdo con su ropa de trabajo, pantalón y camisa de tela gruesa color gris, altas botas y los ojos intensamente verdes de los Martínez. Me llamó la atención por lo misterioso, triste y callado; siempre que lo veía hablando con mi tío era bajo la solitaria ceiba o en una apartada esquina del almacén de la granja. Poco a poco me fui enterando por qué. El hijo de Nino, un muchacho de 17 años, se había alzado. Ahora, después de Playa Girón, se encontraba escondido en uno de los cañaverales de la finca. Mi tío lo iba a sacar para La Habana, donde tenía la manera de ingresarlo en una embajada. Meses después, estando ya nosotros de vuelta

en La Habana, supe que el hijo de Nino se negó a asilarse y junto con otros se internó en la Cordillera de los Organos para seguir la lucha.

Nosotros abandonamos Cuba. Ya en Miami, en abril de 1962 supimos la triste noticia. El hijo de Nino junto con otros cuatro jóvenes había sido acorralado en un cañaveral de la finca Monserrate, junto a La Simpatía. Los milicianos le prendieron candela a la caña a la vez que descargaban sobre el cañaveral la lluvia de plomo de sus metralletas. Dicen los presentes que algunos alzados lograron salir heridos y medio quemados sólo para caer acribillados al borde del cañaveral. Otros murieron carbonizados. No sé cuál fue el fin del hijo de Nino, sólo sé que murió aquel día.

Ahora voy manejando muy temprano en la mañana hacia el Memorial Cubano y viene a mí el recuerdo del hijo de Nino, aquél de quien ni siquiera sé su nombre. Me he brindado de voluntaria de nuevo este año y junto a otras seré testigo del dolor de familiares y amigos que vienen a rendir tributo a sus muertos. Veré desesperación en sus rostros cuando no encuentren la cruz del ser querido, y desilusión y dolor cuando se les confirme que la cruz no está. Y veré súplicas en sus ojos cuando pregunten cuándo pueden poner la cruz.

Este 20 de febrero amaneció gris. Estoy vestida de negro y camino despacio entre las cruces que portan los nombres de los que dieron su vida por la libertad de Cuba. Se me hace un nudo en la garganta. Es mi penitencia por no saber quiénes son, mi agradecimiento por lo que hicieron por Cuba. Camino y camino entre estas cruces. ¡Las cruces de nuestros muertos!

Comienzan a invadir mi mente los recuerdos de aquellos alzados del pueblecito de Cañas. Recuerdo los de más renombre, Machete y Tití. Y sigo recordando. ¡Dios mío, el hijo de Nino! ¿Estará allí su cruz? ¿Estarán allí las de los otros? ¿Pero cómo las voy a encontrar si ni siquiera sé sus nombres? La desesperación me inunda ahora. Llamo a mi prima. Ella averigua que Machete se llamaba Francisco Robainas y Tití era Israel García. Entonces llamo a mi tía, pero no está. Mi tío no se acuerda muy bien. Dice que al hijo de Nino le decían Nardo. El apellido sabemos que es Martínez, el segundo de mi padre. Mi tío me dice que llame a su hijo mayor, y éste me dice lo mismo: al muchacho le decían Nardo, pero él me puede averiguar el nombre verdadero. Me llama a los 10 minutos y después de más de 40 años sé como se llamaba el hijo de Nino, aquel valiente muchacho sin nombre que prefirió seguir luchando, aun cuando había pocas esperanzas de victoria, a asilarse en una embajada.

Busco las cruces. Y encuentro la de Robainas, quien viéndose cercado por los comunistas se dio un tiro pues prefirió matarse antes que entregarse. También encuentro la de Tití. Este valiente fue traicionado por alguien apodado el Mexicano. Lo apresaron y fue ejecutado. Pero, ¿dónde está la otra cruz que busco? No encuentro la cruz de mi pariente lejano, el hijo del primo de mi padre, el hijo de Nino.

Corro a Emilio, quien está encargado de poner las nuevas cruces. Lo atosigo, lo vuelvo loco. Me dice que ponga el nombre en la lista. Que él la recogerá al final del día y que esa noche me hará la cruz. En estos momentos quiere irse a dormir, ha estado toda la noche allí poniendo cruces con otros voluntarios. Yo le suplico que por favor se lleve el nombre de mi pariente ahora. No confío en que se acuerde de recoger la lista por la tarde. Me complace y se lleva el nombre.

Llego al memorial a la una de la tarde el sábado y llevo unos claveles blancos. Busco mi cruz y no la encuentro. ¿Dónde está Emilio? Me dirijo a la misa que al aire libre está oficiando Monseñor Román. El sol quema. Lo recibo complacida. Es mi penitencia por haberme olvidado de ordenar una cruz para mi pariente al debido tiempo. Yo compré cruces para que les pusieran a otros, ¡y me olvidé de la mía!

''¡La misa ha terminado, demos gracias al Señor!'' Son las palabras de Monseñor Román y de lejos veo a Emilio, que hace señas. Se acerca a mí sonriente con la etiqueta para mi cruz. Ahora camino muy rápido por entre las cruces. En el último lote encuentro una sin nombre. Me agacho y mis propias manos pegan la etiqueta en la cruz que rinde homenaje a mi pariente mártir, ametrallado en un cañaveral más de 40 años atrás: Reinaldo Martínez, Abril, 1962, Pinar del Río. Mi pariente ya tiene nombre. También tiene una cruz a cuyo lado hay unos claveles blancos. Y mi plegaria por el descanso de su alma, y mi agradecimiento por lo que hizo por Cuba.

Es la hora en que han pedido a los familiares y amigos de los desaparecidos que se paren junto a las cruces de sus seres queridos. Las notas del Himno Nacional resuenan y el viento las esparce sobre las cruces blancas del Memorial Cubano como un manto que cae para bendecirlo. Termina el servicio. Adiós, mi primo. Ya tienes nombre, ya tienes una cruz que te honra. Adiós, Reinaldo Martínez, el hijo de Nino, ametrallado en un cañaveral. El mundo sabe ahora quién eres. Descansa en paz. Aquí estaré el año que viene para honrarte. Dios bendiga tu alma y todas las del Memorial Cubano.

anolanponce@aol.com

Presidenta de Fam Warehouse Corporation, empresa de bienes raíces comerciales.

 

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