Desaires al favorito de Fidel
Pérez pasó,
con 25 años, directamente de las aulas
universitarias a hacerse cargo del despacho de
Fidel Castro. Fue siete años la sombra
del comandante, y hoy es considerado su principal
articulador político en la isla y fuera
de ella. El pasado domingo estuvo en Chile nueve
horas, en tránsito, pero interesado en
sondear el estado de las cosas entre La Habana
y Santiago. Pese a ser un hombre clave, varios
gestos de indiferencia marcaron su paso por Chile.
Rodrigo Frey. La
Tercera, Chile, 29 de febrero de 2004.
El 23 de junio de 2001, cuando ya llevaba dos
horas hablando en un acto de masas en La Habana
bajo un sol abrazador, Fidel Castro perdió
el equilibrio, dejó caer su cabeza sobre
el podio y se desmayó, resistiendo lo justo
para que uno de sus hijos lo sostuviera y su equipo
de seguridad evitara que se fuera al piso.
Sobre el estrado se encontraban varios históricos
comandantes de la Revolución. Y aunque
no estaba Raúl, hermano de Castro y su
sucesor constitucional, presenciaron el desvanecimiento
Carlos Lage -vicepresidente del Consejo de Estado
y el tercer hombre del régimen- y el canciller
Felipe Pérez Roque.
Mientras la incertidumbre se apoderaba de los
miles de asistentes, las principales figuras del
régimen vacilaron por varios segundos,
dudando sobre cómo llenar el vacío
dejado por Fidel. Sin tener claro qué le
había ocurrido al comandante, y pasando
por alto las jerarquías preestablecidas,
Pérez Roque se acercó a los micrófonos.
"¡Viva Raúl!, ¡Viva Fidel!",
dijo. "Calma y valor", exigió.
Y tras informar que Castro había sufrido
una baja de presión y estaba bien, ordenó
a los presentes retornar a sus casas.
Fidel volvió 15 minutos después,
cuando la masa aún no se disolvía,
para explicar que todo se debía a la falta
de sueño y anunciar que más tarde
hablaría en TV. Pero la cinta que registró
su desmayo fue analizada, cuadro a cuadro, por
diplomáticos y analistas extranjeros.
La conclusión de muchos fue que el gran
ganador de la jornada había sido el joven
canciller de 36 años. No sólo porque
tuvo el temple para tomar las riendas cuando,
por primera vez, Fidel no estuvo. También
porque estuvo dispuesto a correr el riesgo de
equivocarse y sepultar en un instante su arrasadora
carrera política.
Felipe Pérez Roque estuvo el domingo pasado
por nueves horas en Chile, en una escala técnica
mientras aguardaba una combinación a Paraguay.
En su paso por el país envió un
mensaje directo al Presidente Lagos, que en abril
próximo tendrá que pronunciarse
por cuarta vez en la asamblea de DD.HH. de la
ONU sobre la situación cubana. "Nos
cuesta comprender que el gobierno de Chile haya
votado en Ginebra contra Cuba. Quisiéramos
una rectificación", dijo. Aunque su
presencia no tuvo carácter oficial, tras
su partida quedó rondando la sensación
de que las autoridades chilenas optaron por ignorar
al que es, quizás, el hombre en el que
Fidel deposita más confianza.
Felipe Pérez nació en 1965, seis
años después del triunfo de la revolución.
Su ascenso comenzó recién en 1982,
cuando fue elegido presidente de la Federación
de Estudiantes de Enseñanza Media. Su carrera
continuó en la universidad, como alumno
de Ingeniería. El '86 fue nombrado vicepresidente
de la Federación de Estudiantes Universitarios
(FEU), y el '88 pasó a encabezar esa organización.
Ascenso veloz
La historia cuenta que Castro se impresionó
con su carisma y habilidad para movilizar a los
estudiantes. Alrededor de 1990 lo designó
como jefe de su despacho y lo puso en el llamado
"Grupo de Coordinación y Apoyo del
Comandante", una especie de supergabinete
que vigila todas las áreas del gobierno
y que se encarga de las tareas más complejas
y reservadas. Como secretario personal, con tan
sólo 25 años, pasó a ser
el personaje más próximo al líder,
algo así como su sombra. Lo acompañaba
en reuniones que duraban hasta el amanecer, presenciaba
sus encuentros con líderes extranjeros,
se lo veía a sus espaldas en todos los
actos y ejecutaba cada misión que se le
encomendaba. Después de siete años
en esa función la confianza de Fidel era
firme. Hoy se dice de él que es uno de
los pocos que tienen la osadía de gastarle
bromas al comandante.
Pérez Roque presenció acaso la
década más dura del régimen.
Entre 1989 y 1993, a consecuencia de la caída
de la URSS, el PIB cubano cayó un 39%.
Fueron los años del "período
especial", el eufemismo para designar el
brutal proceso de ajuste económico emprendido
cuando hasta los amigos de la revolución
apostaban por su colapso. El tiempo de la dolarización
y la apertura al capital extranjero. La época
en que Castro invirtió todo en sobrevivir.
Salvada esa etapa, la definitiva instalación
en el poder de Pérez Roque ocurrió
en 1999, cuando Castro purgó a quien era,
hasta entonces, otro joven maravilla de la revolución:
Roberto Robaina.
Robertico, como lo llamaba todo el mundo, había
partido el '88 a pelear la guerra en Angola, para
asumir, poco después de su regreso, la
Cancillería. Considerado un reformista,
regalón de los gobiernos europeos, fue
acusado de caer en "frivolidades" y
de ostentar en privado la confianza que Castro
depositaba en él. De un día a otro
salió de escena para siempre, y fue reemplazado
por Felipe Pérez Roque. El primero había
precedido al segundo en la FEU. Se conocían
bien. Pero Pérez no ha cometido los errores
de su antecesor y no se ha apartado un milímetro
de la doctrina.
Como canciller, Felipe administró el caso
Elián, el niño cubano rescatado
en '99 flotando en las aguas de Florida, las mismas
en las que había muerto su madre tratando
de llegar con él a EE.UU. El pequeño,
acogido por parientes lejanos en Miami, fue reclamado
por Cuba, donde vivía su padre. La batalla
legal tardó un año, y fue la victoria
política y simbólica con la que
Castro puso fin a una década para el olvido.
Durante esa crisis, Pérez operó
con una serie de jóvenes cercanos, a quienes
instaló después cerca de Fidel.
Corresponsales y diplomáticos suelen llamar
a este grupo "los talibanes". Pasaron,
igual que ellos, directamente de las aulas al
núcleo del poder. Y son tan ortodoxos para
mirar la revolución como los estudiantes
afganos para leer el Corán. Algunos analistas
creen que la entrada de esta nueva generación
es la prueba de que Castro está pensando
en el día en que no esté, y que
quiere preparar personalmente a quienes lo sucederán.
Por eso se dice que mientras Carlos Lage maneja
la economía y las políticas públicas
como un gerente general de la revolución,
Pérez es el articulador político
del régimen.
Frialdad
Precedido por ese currículum, sorprendieron
una serie de gestos de indiferencia hacia él
en Santiago. La Cancillería cubana había
avisado del viaje varios días antes al
gobierno de Lagos. Pero cuando llegó, a
las 6.20 horas, ninguna autoridad del Ministerio
de RR.EE lo esperaba en el aeropuerto.
Pérez había pedido visitar La Moneda
y, en concreto, el sitio donde Allende se quitó
la vida. Alfonso Fraga, el embajador cubano, planteó
la solicitud al ministro del Interior, José
Miguel Insulza. Pero éste, que partió
de vacaciones el viernes previo, sólo dejó
a su jefe de gabinete para que abriera las puertas
de su despacho. La única autoridad oficial
que esperó al canciller en la sede de gobierno
fue el subsecretario de Guerra, Gabriel Gaspar.
Cercanos a él afirman que se ofreció
como anfitrión, pues no había nadie
más disponible.
Tras la visita a La Moneda, Pérez partió
a la residencia del embajador cubano para almorzar
allí con el subsecretario de RR.EE., Cristián
Barros, que ejercía de canciller subrogante
y quien llegó de la costa vestido de sport
para ser recibido por un formal ministro isleño.
Hablaron por dos horas de temas bilaterales,
pero también de la votación de Chile
sobre Cuba en Ginebra. Aunque Barros no emitió
ninguna señal sobre cómo votará
Chile, Pérez pudo, al menos, plantear al
más alto nivel al que estuvo dipuesto el
gobierno su deseo de que Santiago se abstenga
esta vez, como harán Brasil y Argentina.
La administración Lagos ha condenado a
Cuba siempre que ha debido votar: el 2000, 2002
y 2003. En abril próximo tendrá
que emitir su juicio otra vez.
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