PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 2, 2004

Desaires al favorito de Fidel

Pérez pasó, con 25 años, directamente de las aulas universitarias a hacerse cargo del despacho de Fidel Castro. Fue siete años la sombra del comandante, y hoy es considerado su principal articulador político en la isla y fuera de ella. El pasado domingo estuvo en Chile nueve horas, en tránsito, pero interesado en sondear el estado de las cosas entre La Habana y Santiago. Pese a ser un hombre clave, varios gestos de indiferencia marcaron su paso por Chile.

Rodrigo Frey. La Tercera, Chile, 29 de febrero de 2004.

El 23 de junio de 2001, cuando ya llevaba dos horas hablando en un acto de masas en La Habana bajo un sol abrazador, Fidel Castro perdió el equilibrio, dejó caer su cabeza sobre el podio y se desmayó, resistiendo lo justo para que uno de sus hijos lo sostuviera y su equipo de seguridad evitara que se fuera al piso.

Sobre el estrado se encontraban varios históricos comandantes de la Revolución. Y aunque no estaba Raúl, hermano de Castro y su sucesor constitucional, presenciaron el desvanecimiento Carlos Lage -vicepresidente del Consejo de Estado y el tercer hombre del régimen- y el canciller Felipe Pérez Roque.

Mientras la incertidumbre se apoderaba de los miles de asistentes, las principales figuras del régimen vacilaron por varios segundos, dudando sobre cómo llenar el vacío dejado por Fidel. Sin tener claro qué le había ocurrido al comandante, y pasando por alto las jerarquías preestablecidas, Pérez Roque se acercó a los micrófonos. "¡Viva Raúl!, ¡Viva Fidel!", dijo. "Calma y valor", exigió. Y tras informar que Castro había sufrido una baja de presión y estaba bien, ordenó a los presentes retornar a sus casas.

Fidel volvió 15 minutos después, cuando la masa aún no se disolvía, para explicar que todo se debía a la falta de sueño y anunciar que más tarde hablaría en TV. Pero la cinta que registró su desmayo fue analizada, cuadro a cuadro, por diplomáticos y analistas extranjeros.

La conclusión de muchos fue que el gran ganador de la jornada había sido el joven canciller de 36 años. No sólo porque tuvo el temple para tomar las riendas cuando, por primera vez, Fidel no estuvo. También porque estuvo dispuesto a correr el riesgo de equivocarse y sepultar en un instante su arrasadora carrera política.

Felipe Pérez Roque estuvo el domingo pasado por nueves horas en Chile, en una escala técnica mientras aguardaba una combinación a Paraguay.

En su paso por el país envió un mensaje directo al Presidente Lagos, que en abril próximo tendrá que pronunciarse por cuarta vez en la asamblea de DD.HH. de la ONU sobre la situación cubana. "Nos cuesta comprender que el gobierno de Chile haya votado en Ginebra contra Cuba. Quisiéramos una rectificación", dijo. Aunque su presencia no tuvo carácter oficial, tras su partida quedó rondando la sensación de que las autoridades chilenas optaron por ignorar al que es, quizás, el hombre en el que Fidel deposita más confianza.

Felipe Pérez nació en 1965, seis años después del triunfo de la revolución. Su ascenso comenzó recién en 1982, cuando fue elegido presidente de la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media. Su carrera continuó en la universidad, como alumno de Ingeniería. El '86 fue nombrado vicepresidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), y el '88 pasó a encabezar esa organización.

Ascenso veloz

La historia cuenta que Castro se impresionó con su carisma y habilidad para movilizar a los estudiantes. Alrededor de 1990 lo designó como jefe de su despacho y lo puso en el llamado "Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante", una especie de supergabinete que vigila todas las áreas del gobierno y que se encarga de las tareas más complejas y reservadas. Como secretario personal, con tan sólo 25 años, pasó a ser el personaje más próximo al líder, algo así como su sombra. Lo acompañaba en reuniones que duraban hasta el amanecer, presenciaba sus encuentros con líderes extranjeros, se lo veía a sus espaldas en todos los actos y ejecutaba cada misión que se le encomendaba. Después de siete años en esa función la confianza de Fidel era firme. Hoy se dice de él que es uno de los pocos que tienen la osadía de gastarle bromas al comandante.

Pérez Roque presenció acaso la década más dura del régimen. Entre 1989 y 1993, a consecuencia de la caída de la URSS, el PIB cubano cayó un 39%. Fueron los años del "período especial", el eufemismo para designar el brutal proceso de ajuste económico emprendido cuando hasta los amigos de la revolución apostaban por su colapso. El tiempo de la dolarización y la apertura al capital extranjero. La época en que Castro invirtió todo en sobrevivir.

Salvada esa etapa, la definitiva instalación en el poder de Pérez Roque ocurrió en 1999, cuando Castro purgó a quien era, hasta entonces, otro joven maravilla de la revolución: Roberto Robaina.

Robertico, como lo llamaba todo el mundo, había partido el '88 a pelear la guerra en Angola, para asumir, poco después de su regreso, la Cancillería. Considerado un reformista, regalón de los gobiernos europeos, fue acusado de caer en "frivolidades" y de ostentar en privado la confianza que Castro depositaba en él. De un día a otro salió de escena para siempre, y fue reemplazado por Felipe Pérez Roque. El primero había precedido al segundo en la FEU. Se conocían bien. Pero Pérez no ha cometido los errores de su antecesor y no se ha apartado un milímetro de la doctrina.

Como canciller, Felipe administró el caso Elián, el niño cubano rescatado en '99 flotando en las aguas de Florida, las mismas en las que había muerto su madre tratando de llegar con él a EE.UU. El pequeño, acogido por parientes lejanos en Miami, fue reclamado por Cuba, donde vivía su padre. La batalla legal tardó un año, y fue la victoria política y simbólica con la que Castro puso fin a una década para el olvido.

Durante esa crisis, Pérez operó con una serie de jóvenes cercanos, a quienes instaló después cerca de Fidel. Corresponsales y diplomáticos suelen llamar a este grupo "los talibanes". Pasaron, igual que ellos, directamente de las aulas al núcleo del poder. Y son tan ortodoxos para mirar la revolución como los estudiantes afganos para leer el Corán. Algunos analistas creen que la entrada de esta nueva generación es la prueba de que Castro está pensando en el día en que no esté, y que quiere preparar personalmente a quienes lo sucederán.

Por eso se dice que mientras Carlos Lage maneja la economía y las políticas públicas como un gerente general de la revolución, Pérez es el articulador político del régimen.

Frialdad

Precedido por ese currículum, sorprendieron una serie de gestos de indiferencia hacia él en Santiago. La Cancillería cubana había avisado del viaje varios días antes al gobierno de Lagos. Pero cuando llegó, a las 6.20 horas, ninguna autoridad del Ministerio de RR.EE lo esperaba en el aeropuerto.

Pérez había pedido visitar La Moneda y, en concreto, el sitio donde Allende se quitó la vida. Alfonso Fraga, el embajador cubano, planteó la solicitud al ministro del Interior, José Miguel Insulza. Pero éste, que partió de vacaciones el viernes previo, sólo dejó a su jefe de gabinete para que abriera las puertas de su despacho. La única autoridad oficial que esperó al canciller en la sede de gobierno fue el subsecretario de Guerra, Gabriel Gaspar. Cercanos a él afirman que se ofreció como anfitrión, pues no había nadie más disponible.

Tras la visita a La Moneda, Pérez partió a la residencia del embajador cubano para almorzar allí con el subsecretario de RR.EE., Cristián Barros, que ejercía de canciller subrogante y quien llegó de la costa vestido de sport para ser recibido por un formal ministro isleño.

Hablaron por dos horas de temas bilaterales, pero también de la votación de Chile sobre Cuba en Ginebra. Aunque Barros no emitió ninguna señal sobre cómo votará Chile, Pérez pudo, al menos, plantear al más alto nivel al que estuvo dipuesto el gobierno su deseo de que Santiago se abstenga esta vez, como harán Brasil y Argentina. La administración Lagos ha condenado a Cuba siempre que ha debido votar: el 2000, 2002 y 2003. En abril próximo tendrá que emitir su juicio otra vez.


 

 

 

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