Mr. Hedges: un americano
en La Habana
Emilio Ichikawa, El
Nuevo Herald, 12 de junio de 2004.
Hacia el centro-oeste de la ciudad de La Habana
se extiende la cuenca del Río Ariguanabo.
Alrededor de sus meandros y yagrumas han trabajado
y descansado los pueblos de Ceiba, San Antonio,
Caimito, Corralillo y Bauta.
Al derramarse sobre la llanura el río
forma una laguna. En medio de esas aguas dulces
emerge un curioso islote llamado El Cayo de la
Rosa. En él se localiza la Textilera de
Ariguanabo, que perteneció a la familia
Hedges, originaria de Long Island.
Fue administrada por Dayton y Burke (Alberto)
Hedges, quien aún se recuerda en el pueblo
de Bauta sencillamente como ''el americano''.
Quiere esto decir que, a nivel de historia local,
esa porción de cubanos que vivió
en torno a la Textilera Ariguanabo no compara
la república con la revolución,
ni la dictadura de Batista con la tiranía
de Castro; para las gentes de esos pueblos el
posicionamiento para evaluar las últimas
décadas de historia cubana se consigue
evocando ''los tiempos del americano'' en relación
con los que actualmente corren en el poblado.
El recuerdo de la época de míster
Hedges en la Textilera Ariguanabo conforma una
suerte de utopía de los pueblos del oeste
habanero. Se le tiene como hombre justo, buen
pagador y protector de sus trabajadores. Algo
que contrasta con la insolente actitud de los
dos ''interventores'' revolucionarios de la fábrica:
Ernesto Guevara y Bernabé Ordaz. El primero
llegó a censurar los chistes de los obreros
y demostró total extrañamiento respecto
a su psicología.
En manos de los Hedges la Textilera de Ariguanabo
fue un proyecto civil y cultural integrativo.
Incluía un avanzado programa de seguridad
social, campaña por el prestigio del empleo,
construcción de un estadio de béisbol,
casa de socorros, aeropuerto, estación
de bomberos, guarderías infantiles y el
financiamiento de varias publicaciones para dar
cobertura a los eventos locales y nacionales.
Introdujeron turnos rotativos de seis horas y
un excelente sistema de créditos, vacaciones
y retiros.
Todo esto fue eliminado por la revolución
de 1959, para al cabo entregar la fábrica
a nuevos inversores extranjeros; menos eficientes
y más ávidos. Como símbolo
de esta destrucción algunos recuerdan la
saña con que la estatua del primero de
los Hedges fue arrastrada por el suelo, bajo los
mismos laureles que había ayudado a cultivar.
Al proyecto textil de Ariguanabo seguramente
se le pueden objetar algunas cosas; por ejemplo,
que no todos los habitantes de esos pueblos tenían
aceso a su plantilla y que era muy exigente el
proceso de recomendación y selección
de los empleados. Eso podría ser cierto,
pero la misma propaganda castrista ha contribuido
a que se haya interpuesto una visión nostálgica
de la época en que ''el americano'' administraba
la textilera.
Junto a Santa Fe y Jaimanitas, el pueblo de Bauta
conforma una suerte de vanguardia cultural pop-rock
que no se ha entendido muy bien con la solemnidad
castrista. Fidel Castro fracasó en un intento
por seducir a la juventud del pueblo de Bauta
para su ataque al Cuartel Moncada y tuvo que seguir
rumbo a Artemisa; este episodio es un orgullo
en la historia bautense.
Isabela de Sagua es con seguridad el pueblo pionero,
pero Bauta está entre los que le siguen
en la contestación al totalitarismo castrista.
Ala altura de 1959 existían en Bauta solamente
dos comunistas conocidos; hasta donde se sabe,
fueron personas honestas: Pepe Pego y Segundo
Maleta, les llamaban. Ellos fueron, al igual que
Mr. Hedges, objeto de la ira de los nuevos comunistas
de Castro. Esto desnuda una vez más el
gran secreto de la historia de Cuba: no fue revolución,
sino envidia. No hubo justicia: hubo venganza.
La historia de las naciones no debe ser diferente
a la historia de los pueblos que las conforman.
De ahí que cuando se habla de antes y después,
de americanismo y antiyanquismo, es bueno tener
a la vista la historia de la gente real y no las
abstracciones inventadas por la propaganda.
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