Fidel Castro y la vaca enana
Carlos Alberto Montaner. El
Nuevo Herald, 8 de agosto de 2004.
Bravo. Fidel Castro ya tiene la vaca enana por
la que tanto ha luchado. Hace pocos días
las agencias de prensa radicadas en Cuba contaron
la historia de un feliz campesino que había
conseguido producir una nueva y adorable raza
de vaquitas domésticas de apenas 70 centímetros
de altura, capaces de dar leche a una familia
adiestrada por el socialismo en la sana costumbre
de comer poco.
La criatura --la vaca, no el campesino, claro--
aportará de seis a siete litros de leche
todos los días, y, aparentemente, hasta
será posible ordeñarla con una mano
y aplaudir con la otra, maniobra que siempre es
saludable en ese tipo de régimen. En su
momento, cuando se le sequen las ubres, podrá
ser convenientemente devorada, dado que la vaca
es pequeña y tiene la pituitaria atrofiada
--por eso su tamaño--, pero es sabrosa.
Incluso, se ha calculado que con la piel del animalito
será posible que la familia --supongo que
de apellido Crusoe-- podrá hacerse dos
pares de zapatos y un bongó para animar
las fiestas dominicales.
Hace mucho tiempo que Fidel Castro tomó
la valiente decisión de rehacer las vacas.
En los inicios de la revolución se propuso
lograr una raza vacuna gigante que diera leche
y carne indistintamente. El mismo hizo los experimentos
en la azotea de una de sus casas en un barrio
céntrico de La Habana, anécdota
que, disfrazada, García Márquez
incorporó a El otoño del patriarca,
una de sus mejores novelas.
Fue un desastre. Castro, primero no tardó
en descubrir que si mataba a la vaca se acababa
la leche, pero luego se percató de que
las vacas se especializaban. Las había
que daban leche buena y abundante y las había
que daban mucha carne. La raza que él logró,
dentro de la mejor tradición marxista-leninista,
apenas daba leche ni carne. Era una birria, y
como tal fue abandonada.
Tras la debacle del mundo comunista Fidel regresó
al tema de la vaca, pero con un plan diferente.
Alemania del este había desaparecido, y
con ella las ingentes cantidades de leche en polvo
que ese país le donaba a la isla. Simultáneamente,
Cuba, ya sin el subsidio soviético, tenía
poco combustible para transportar mercancías,
así que a Castro se le ocurrió la
pintoresca idea de diseñar una diminuta
vaca lechera para que cada familia cubana guardara
el cuadrúpedo en su casa, como si fuera
un perro.
Incluso, teóricamente llegó a solucionar
el tema de la alimentación del animalito:
un gavetero o cajonera de varios cuerpos en los
que creciera pasto artificialmente. La vaca comenzaba
a comer la hierba de la última gaveta,
mientras en la siguiente se cultivaba otra capa.
Luego estiraba o bajaba la cabeza y seguía
comiendo. Los excrementos de la vaquita podían
servir de combustible, como en la India, y los
miembros más jóvenes de la familia
tendrían la responsabilidad de sacarla
a la calle a orinar. Era obvio que conseguir que
la vaca bajara y subiera una escalera de cinco
pisos iba a ser una tarea algo complicada, pero
no hay ningún contratiempo capaz de paralizar
la voluntad de un verdadero revolucionario.
La insatisfacción de Castro con las dimensiones
de los animales y sus planes para corregir los
defectos de la naturaleza son legendarios. En
los años sesenta intentó desarrollar
una raza de ranas y conejos enormes que les solucionara
a los cubanos el problema de la proteína.
No trató de cruzarlos --su imaginación
tiene ciertos límites--, pero puso en marcha
vastos criaderos de esta fauna que eventualmente
fueron abandonados. ¿Por qué? No
se sabe. Tal vez se negaron a crecer, o tal vez
se murieron de hambre o escaparon aterrorizados.
Cualquier cosa es posible en ese país.
Algún día contaré --hoy
no, pues se acaba la crónica-- la historia
de cuando al comandante le dio por elaborar, tomar
y brindar leche de búfala convertida en
un yogur maloliente, manía que coincidió
con la cría de un oso que le regalara Brezhnev
y que vivía enjaulado como un disidente
en los vastos jardines de su casa. Por alguna
extraña razón, Castro llegó
a la conclusión de que el oso crecería
fuerte y saludable con el yogur de búfala,
pero casi logra matarlo en medio de graves retortijones
intestinales. El oso perdió todo el pelo
y acabó aullando como un lobo. Al final
de su vida era un oso absolutamente cubano.
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