Para vivir
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La entrada de las artes plásticas
cubanas al mercado internacional, más que decisión coyuntural, fue
una estrategia monopolizadora de todo lo que redunda en beneficio de las
instituciones culturales del país, sin tomar en cuenta que la interrelación
arte-mercado viene signado desde la génesis de los términos señalados.
El mercado, ese omnipresente rey que fuera desterrado en apariencia de la
isla en 1959, ha vuelto -cuando el agua da al pecho- a resolver un problema
donde se juega la existencia de un proyecto social que siempre rechazó
sus grandes posibilidades y sus diversos caminos en la vida de un creador.
Las artes plásticas cubanas, como los demás elementos
integradores de la Cuba de hoy, han sido tocadas con la varita mágica del
mercado, que ha convertido en dólares obras que, independientemente de su
calidad, sólo generaban telas de araña en las galerías, una
que otra fotografía en la prensa y muchas frustraciones a los artistas.
Los auténticos creadores, quienes se consideran incapaces de adaptar
sus sueños artísticos a una demanda que exija claudicaciones estáticas
o formales en sus obras, reconocen que se ha perdido mucho tiempo, que las
razones que hoy impulsan a las instituciones no tienen que ver directamente con
el artista, pues el mercado sólo es un mal necesario que ha convertido la
sombra en luz.
En Cuba muchos artistas vivieron de sus obras lo mismo Víctor Manuel,
que cambiaba un cuadro por un plato de comida o por cervezas, que René
Portocarrero, quien anunciaba el ron Bacardí.
En la actualidad, la mayoría de los pintores cubanos considera que
esta apertura ha sido más bien resultado del encogimiento de las
condiciones materiales que en general vive el país, y más como espíritu
de sobrevivencia que como una verdadera conciencia de la importancia y lo
inevitable de este fenómeno.
Aunque todos reconocen el crecimiento de la representatividad del arte
cubano en los más prestigiosos catálogos del mundo, algunos
discrepan de los métodos institucionales encargados del mercado, dada la
insuficiente inteligencia para utilizar las ganancias obtenidas por los artistas
en su colocación dentro de las subastas.
"Hemos ido dejando todo a la buena de Dios, sobre la conciencia que al
arte hay que dedicarle dinero", expresó Nelson Domínguez.
Con todo y la reticencia a reconocer públicamente la factibilidad del
mercado, los artistas plásticos cubanos, en mayor o menor medida, rinden
sus armas ante una opción que les permita difundir sus obras en las más
selectas galerías del mundo, medir sus fuerzas con destacados artistas de
cualquier país y también, por qué no, obtener una buena
parte del dinero que su talento propicia.
Mientras tanto, el mercado ayer vilipendiado y hoy socorrido catalizador
para reanimar los esqueléticos fondos de las instituciones culturales de
la Isla continúa su paso entre los artistas, siempre con el supuesto
objetivo de maquillar aquí una vieja escuela, remendar allá la
tela de un teatro de provincia, en fin, permitir que tome asiento en las
tertulias comunistas ese lejano, casi desconocido y hoy venerado y poderoso
mercado generador de dinero, aunque a su paso se haga un hipócrita rictus
de desprecio. cnet/09
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