Roberto González Echevarría.
El Nuevo Herald,
junio 19, 2003.
Yale University -- En una reunión extraordinaria de la Unión
Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, con Fidel Castro en calidad de
''invitado especial'', se conminó a los presentes a firmar una declaración
en contra del fascismo norteamericano y la guerra de Irak. No creo que se haya
mencionado ni menos discutido la ola de represión desatada en Cuba por el
régimen contra periodistas, poetas, intelectuales y otros por el delito
de expresar su pensamiento, tema mucho más urgente y pertinente para
semejante acto. Pero, por supuesto, el propósito de la reunión y
el llamado a condenar las acciones de Estados Unidos en el otro lado del mundo
era precisamente desviar la atención de los sucesos que están
ocurriendo en Cuba misma, y la presencia del comandante en jefe parte de la
campaña de terror a que están siendo sometidos los intelectuales
cubanos.
Lo más llamativo de esa campaña es, precisamente, su
desfachatez, el escaso esfuerzo por encubrir sus verdaderos motivos, la falta de
pudor de sus desafueros: juicios sumarios, sentencias exageradas, penas de
muerte ejecutadas a horas de los fallos, el aparatoso despliegue de fuerzas
policiales, inclusive con perros, que ocupan manzanas enteras para arrestar a un
pacífico poeta desarmado, o la comparecencia del máximo líder
a una reunión de intelectuales para amedrentarlos en persona. A este
impudor se suman la obvia triquiñuela de hacer coincidir los actos
represivos con la guerra de Irak para esquivar primeras planas, y el patente
deseo de obstaculizar, una vez más, que los Estados Unidos levante el
embargo.
Pero lo que rebasa todos los límites del descaro es la acusación
de fascismo contra los americanos, porque, con sus recientes acciones, el régimen
de Cuba no ha hecho más que ratificar su carácter fascista, tanto
en su conducta como en su misma esencia. A riesgo de dejarme llevar por mi
deformación profesional y pecar de excesivamente pedagógico, me
atrevo a recordar que el fascismo se basa en la emoción, no en el
pensamiento; es más, el fascismo es enemigo del intelecto. Por eso
persigue a los intelectuales o los convierte en agentes serviles de propaganda.
Un régimen fascista clásico (la Alemania de Hitler, la Italia de
Mussolini, la España de Franco) está estructurado alrededor de un
líder militar que encarna la patria; por lo tanto es la lealtad, no la
adhesión meditada, lo que exige, y ésta debe manifestarse en actos
multitudinarios con la mayor cantidad posible de símbolos y emblemas.
Junto a este tipo de lealtad y estrechamente vinculada a ella, la otra emoción
predominante en el fascismo es el resentimiento, generalmente contra un poder
extranjero (los ingleses para Hitler), pero también doméstico (los
judíos). La lealtad se fragua en el rechazo de estos enemigos que, al
tildarse de ajenos y traidores, sirven para trazar el perímetro que
circunscribe la esencia de la nación que el líder representa. Los
Estados Unidos, ni que decirlo, desempeñan ese papel de enemigo necesario
para el régimen cubano. Aliado a ese resentimiento va el culto fascista a
la violencia y a la muerte misma.
El slogan más diseminado por el régimen de Fidel Castro,
''patria o muerte'', es de estirpe netamente fascista. Derivado del culto de la
violencia, el miedo es la otra emoción que el fascismo promueve. Es una
emoción de doble filo porque tal vez sea el origen mismo del fascismo,
sobre la cual se erige todo su andamiaje bélico, represivo y propagandístico.
Porque si por un lado se trata de amedrentar a los enemigos del estado, por otro
es el miedo a desaparecer (en el sentido más concreto de la palabra) lo
que impulsa ese deseo de aniquilación del otro. El miedo se basa en el
ejercicio del poder en estado puro, desprovisto de ideas, como el que se
manifiesta actualmente en Cuba. Pero el terror que produce en los que lo
perpetran es que el ejercicio irracional del poder por el poder mismo tiende a
la autoaniquilación (manifestación política del instinto de
muerte que estudiara Freud), a la rebatiña por el mando que conduce a baños
de sangre, de lo que no están exentos los suicidios (otra vez, como en el
caso de Hitler). Las tragedias de Shakespeare ya lo anunciaban.
El indicio más claro de la naturaleza fascista del régimen de
La Habana son las tres penas de muerte decretadas y cumplidas de los presuntos
secuestradores de la lancha en que trataban de escapar de la isla. Castigo
contra enemigos internos, contra el poder extranjero que, siendo traidores, iban
a darles refugio y dejarlos impunes, escarmiento al resto de la población,
los fusilamientos fueron también alusión al origen violento del régimen,
y a los infames paredones sobre los que erigió su poder.
Culto desenfrenado a la muerte y a la violencia, esas penas de muerte fueron
avaladas por un poeta e intelectual, Roberto Fernández Retamar, miembro
del Consejo de Estado, organismo que, según la legislación vigente
en Cuba, debe ratificar toda pena de muerte --un solo voto en contra impide la
ejecución. Hacer cómplice a Fernández Retamar de estas
acciones --no sabremos si por miedo o por convicción propia hasta que éste
se declare-- sirve el doble propósito de legitimarlas y simultáneamente
aniquilar toda posible oposición intelectual. Cómplice o no, Fernández
Retamar es otra víctima del fascismo cubano, porque como poeta e
intelectual ha sido aniquilado.
Raúl Rivero y Fernández Retamar son los poetas protagonistas
del drama actual en Cuba, pero ambos han sido silenciados, el primero por estar
en la cárcel, el segundo refugiado en el antro del poder, y éste
no habla, sino emite consignas, que es la poesía del fascismo. Ante la
reunión de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba debió
presentarse Fernández Retamar a justificar su voto. Todavía puede
que tenga que hacerlo en un futuro no muy lejano. |