Por Fernando García de Cortázar.
ABC, España, junio 19, 2003.
NADIE que viera por la calle a Huber Matos diría que ese hombre tiene
una terrible historia que contar. Un mundo en el que, como decía Albert
Camus en 1945, se ha de elegir entre ser víctima o verdugo; y nada más.
Nadie que conociera al antiguo profesor de Geografía e Historia diría
que es un hombre peligroso: parece un viejo, ha cumplido los 84 años,
aunque aparenta menos, mira con educación y timidez en las fotos, y habla
lento, sin tristeza. Nadie que se cruzara por la calle con él imaginaría
que ese anciano menudo y bien vestido es un proscrito, y menos aún un
hombre que ha pasado la cuarta parte de su vida en las cárceles de Cuba.
A Huber Matos le sorprendió la dictadura de Batista cuando daba
clases de Geografía e Historia. Tenía 34 años, era rebelde,
soñador, y no dudó en unirse a la guerrilla liderada por Fidel -de
la que fue uno de sus más entusiastas dirigentes- como tampoco dudó
en abandonar la revolución tiempo después, cuando comenzó a
caer la noche y descubrió que la colonia penitenciaria que perseguía
y esperaba Castro era completamente ajena a su corazón. Fue arrestado por
tenencia ilícita de alma, sometido a juicio sumarísimo y
enjaulado. Luego tuvo que cambiar la libertad imposible por la cruda realidad
del exilio y allí, en esa tierra de nadie que es el exilio, descubrió
el latido de liberación que hay en el acto de contar, comenzó a
desgranar sus recuerdos en el papel y escribió el libro Cómo llegó
la noche, que acaba de presentarse en España: un hombre que hace memoria
de la luz, de la espuma, de la tierra, un hombre húmedamente negro que
fue él mismo dentro de cada frío, de cada cárcel.
La historia de Matos es, sin embargo, sólo una parte de la historia
que quiero contar. Las tiranías que arrastran las prisiones por el mundo,
como los tiranos, necesitan de tontos útiles, de tipos distraídos
o imbéciles que ocupan un lugar de prestigio en las letras, el arte o el
cine, para presentarse como lo que no son. Tipos supuestamente progresistas que
en un país remoto y ajeno hallan un adecuado campo para la expresión
de sus deseos y frustraciones y que sin necesidad de conocer mucho la realidad
firman manifiestos, artículos, comentarios, protestas ... Por desgracia,
esos tontos no escasean. Incluso a veces pasan por ser la conciencia clara de su
época. Incluso a veces el prestigio les llega por haber gritado un lema o
haber hablado con el silencio.
Por los mismos días en que Matos presentaba en Madrid su libro de
memorias llegaba a las salas de cine de España la última película
de Oliver Stone, Comandante, una película que pretende ser un retrato
intimista de Fidel Castro y no deja de ser más que el reflejo de una
seducción: la que el dictador comunista ejerce sobre un cineasta ciego.
François Truffaut afirmó una vez que las películas antibélicas
nunca logran su objetivo porque terminan por convertirse en un entretenimiento y
un espectáculo, y eso gusta al público. Lo mismo podría
decirse de Comandante. La mirada de Oliver Stone no va más allá
del espectáculo, es incapaz de descifrar nada porque el único
retrato intimista que puede hacerse de un tirano no está en el hombre, ni
en las palabras del hombre, que siempre es un gran funcionario de la escena
teatral que cumple su horario y su tarea con mayor o menor rigor histriónico,
sino en el sollozo de sus víctimas. El tirano es el régimen. El
tirano son las cárceles que buscan a un poeta, que buscan a un pueblo, lo
persiguen, lo mastican, se lo tragan. Castro son las cárceles de Cuba:
esa pena de metal que no se escucha ni se ve en la película de Oliver
Stone.
Tampoco el cineasta estadounidense ha sido el primero en caer hechizado por
el encanto de un tirano. La historia de los tontos útiles, o mejor, de
los cómplices de las tiranías, es larga. Hitler contó con
la bella Leni Riefenstahl, que filmó con lirismo wagneriano el congreso
de Nüremberg de 1934. Mussolini tuvo a sus poetas en D´ Annunzio y
Ezra Pound. Franco, los halló a ríos en la corte literaria de
Primo de Rivera. Stalin en algunas de las más altas figuras intelectuales
del siglo XX. Las andanzas de Oliver Stone por Cuba recuerdan, sobre todo, a esa
pléyade de artistas e intelectuales de izquierda que en la época
del gran terror, cegados por la utopía comunista, ensalzaban sin pudor al
sucesor de Lenin. La historia condenaría a los juglares de Hitler,
Mussolini y Franco, pero de Paul Éluard , Alberti, Neruda, Picasso... se
diría que fueron las víctimas más notorias de la idolatría
a Stalin, lo cual no deja de ser una broma de mal gusto teniendo en cuenta los
millones y millones de vidas que trituró aquel gran educador de la
Humanidad. Los intelectuales comunistas jamás se ensucian las manos. No
matan a nadie, no se ocupan de las cárceles, ni de las cámaras de
tortura, ni de los campos de concentración, aunque en esos lugares el
tirano hace realidad las inevitables consecuencias de sus sueños. Los
intelectuales comunistas se limitan a firmar manifiestos, aplaudir el espectáculo
y a ver amor donde hay mandíbulas y garras, donde hay ojos y hombres
feroces que buscan y acechan.
En 1937 Alberti y su mujer María Teresa León viajaron a Moscú
y fueron recibidos en audiencia por Stalin, de quien el poeta, tras conocer su
muerte, diría: «José Stalin ha muerto. / Padre y maestro y
camarada: / quiero llorar, quiero cantar. / Que el agua clara me ilumine, / que
tu alma clara me ilumine / en esta noche que te vas». En 1945 el escritor
Alexandr Solzhenitsyn era detenido por delitos de opinión y deportado a
un campo de trabajo. Tiempo después Solzhenitsyn escribiría el
relato más estremecedor que se ha escrito nunca sobre aquel paraíso
en la tierra que construyó Stalin.
La distancia sólo se mide en pasos humanos: lo desconocido se puebla
de figuras y de lugares mitológicos. Miro la fotografía que la
prensa sacó de Huber Matos el día de la presentación de sus
memorias y pienso en el libro de Solzhenitsyn, y pienso en Alberti saludando a
Stalin y en Oliver Stone cenando con Fidel Castro y divirtiéndose cada
segundo de la velada y en cierta izquierda antiamericana que reniega de Stalin
pero sigue emocionándose a lo lejos con la dictadura de Castro, que se
conmueve o crispa la mirada cuando recuerda la represión criminal de
Pinochet pero sigue resistiéndose a ver la realidad que el tirano de Cuba
esconde detrás de la leyenda: las torturas y las cárceles detrás
de los versos de Blas de Otero.
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Los mejores libros le enseñan a uno a mirar, le enseñan a
despoblar su mirada de figuras y lugares mitológicos, le enseñan a
no ser un tonto útil. Lee uno
Cómo
llegó la noche y piensa en todos aquellos que se han ido de la isla
queriendo a Cuba. Piensa en Reynaldo Arenas paseando en el exilio, con sus
andares de náufrago, sus entrañas rotas de humillaciones y
prisiones sin fin. Piensa en Cabrera Infante, que escribió sobre una
Habana que ya no existía para que la ciudad no se olvidara a sí
misma y por eso no perece. Piensa en los que no se fueron, piensa en los que
siguieron creyendo hasta que el decorado se les vino encima. Piensa en el poeta
Raúl Rivero, detenido y encarcelado el pasado mes de marzo. Piensa en
esos 74 disidentes recientemente condenados a veinte años de prisión
y en ese poeta que hasta hace unos meses seguía escribiendo todos los días,
atestiguando cosas, relatando la ceniza de un país triturado de silencios
-en cualquier momento un registro de la policía, el hallazgo de unas
palabras, la desgracia irremediable...-. Piensa en ese poeta que seguía
escribiendo por negarse a aceptar la oscuridad, los seudónimos, las máscaras
y la lejanía que son el paraíso de los verdugos de todos los
tiempos. Que seguía escribiendo porque mientras pudiera seguir
escribiendo estaría vivo todavía. Piensa en los versos de Heberto
Padilla, otro poeta masticado por la maquinaria infernal del célebre
Comandante: «Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad. / Y después /
deja que cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página querida, / que
te tumben a pedradas la puerta, / que la gente / se amontone delante de tu
cuerpo / como si fueras / un prodigio o un muerto».
Catedrático de Historia Contemporánea
Desde el punto de vista práctico, la relación especial de que
hablaba supondría ventajas mutuas dada la influencia que en la actualidad
España ejerce en toda la América hispana y las posibilidades que
se van a abrir en el cambio del régimen previsible en Cuba. Y no estoy
haciendo alusión a que vaya a establecerse una democracia dominada por el
gran capital norteamericano, como acontecía antes de la revolución,
puesto que en el futuro los ideales nacionales que el castrismo ha sembrado en
Cuba, poco presentes en el régimen anterior, tendrán que ser la
base de cualquier ideario político con el que se pretenda gobernar en La
Habana. Cuba dejará de ser un país en vías de desarrollo y
pasará a ser un centro económico de primera magnitud en el área
caribeña y en América en general, pasando a ser una segunda
Florida que atraerá recursos y capital humanos de todo tipo, lo que la
convertirá en un área desarrollada que bien podría
compaginar con España el desarrollo de los países iberoamericanos,
con independencia de la ideología que los gobierne.
Podríamos seguir aportando argumentos que apoyen mi tesis, pero bástenos
recordar la capacidad de trabajo y creación de bienestar empresarial
demostradas por los millones de exiliados cubanos en tantos países, lo
que denota su espíritu emprendedor con una vida social abierta a su
entorno, superando la ensoñación y nostalgia de las partidas de
dominó de tantas otras colonias de exiliados.
Lo que me ha llevado a escribir este comentario es la insistencia conque
amigos y colegas me han hablado de lo beneficioso que sería el que
participáramos en el estrechamiento de las relaciones con Cuba (y yo fui
embajador entre los años 1975-1980), y que debiéramos expresar una
opinión sobre nuestras relaciones futuras.
Es obvio que los líderes de la actual Cuba no van a compartir estas
opiniones. Ellos quisieran dejarlo todo «atado y bien atado»; por el
contrario, infiero que Castro preferiría que lo hecho por él, dándole
a Cuba un sentido nacional y un carisma de prestigio en el conjunto de todas las
naciones, prevaleciera sobre el mantenimiento forzoso de una estructura política
de carácter compulsivo que hace buscar la huida fraudulenta del país
a sus ciudadanos.
Aunque las relaciones bilaterales no pasan por el mejor momento, hay que
mirar al porvenir con un guiño a los Estados Unidos, a quienes conviene a
veces enseñar los dientes o darles un abrazo si se lo merecen.
El futuro hará ver cómo se desarrolla este asunto, pero, desde
luego, lo que sí tenemos la certeza es que el tema de las relaciones
futuras será importante para Cuba y para España.
Catedrático de Historia Contemporánea |