Por Enrique Suárez de Puga. Embajador de España.
ABC, España, junio 19, 2003.
LAS relaciones de España con Cuba deben mantenerse en unos términos
más intensos que los de la política general de España hacia
Iberoamérica. Los argumentos que abonan esta opinión son tanto de índole
histórica como de carácter práctico. El principal entre los
primeros es el de que en la época de entreguerras (1918-1939) la isla
recibió una ola de inmigración de varios millones de españoles,
mayoritariamente varones, que fueron la base humana que nutrió muchos de
los grupos políticos en donde se gestó la revolución de
1959. A su vez, estos compatriotas, a lo largo del tiempo y el espacio, se
integraron, a la cubana, en la gran variedad de clases y grupos sociales que
existían en la isla, desde las altas clases a las más humildes
campesinas y urbanas, españolizando, si cabe emplear el término,
al conjunto de la población, hasta el punto que puede decirse que hoy es
Cuba el país más próximo al nuestro. Este fenómeno y
otros coadyuvaron a hacer de Cuba el tercer país de Iberoamérica a
nivel de ilustración y de capacidad de adopción de las técnicas
modernas antes de la llegada del castrismo. La influencia norteamericana en los
campos de la industria, comercio, banca, etcétera, fue captada con gran
facilidad. Esta sería mi base sociológico-histórica para
apoyar el argumento.
Desde el punto de vista práctico, la relación especial de que
hablaba supondría ventajas mutuas dada la influencia que en la actualidad
España ejerce en toda la América hispana y las posibilidades que
se van a abrir en el cambio del régimen previsible en Cuba. Y no estoy
haciendo alusión a que vaya a establecerse una democracia dominada por el
gran capital norteamericano, como acontecía antes de la revolución,
puesto que en el futuro los ideales nacionales que el castrismo ha sembrado en
Cuba, poco presentes en el régimen anterior, tendrán que ser la
base de cualquier ideario político con el que se pretenda gobernar en La
Habana. Cuba dejará de ser un país en vías de desarrollo y
pasará a ser un centro económico de primera magnitud en el área
caribeña y en América en general, pasando a ser una segunda
Florida que atraerá recursos y capital humanos de todo tipo, lo que la
convertirá en un área desarrollada que bien podría
compaginar con España el desarrollo de los países iberoamericanos,
con independencia de la ideología que los gobierne.
Podríamos seguir aportando argumentos que apoyen mi tesis, pero bástenos
recordar la capacidad de trabajo y creación de bienestar empresarial
demostradas por los millones de exiliados cubanos en tantos países, lo
que denota su espíritu emprendedor con una vida social abierta a su
entorno, superando la ensoñación y nostalgia de las partidas de
dominó de tantas otras colonias de exiliados.
Lo que me ha llevado a escribir este comentario es la insistencia conque
amigos y colegas me han hablado de lo beneficioso que sería el que
participáramos en el estrechamiento de las relaciones con Cuba (y yo fui
embajador entre los años 1975-1980), y que debiéramos expresar una
opinión sobre nuestras relaciones futuras.
Es obvio que los líderes de la actual Cuba no van a compartir estas
opiniones. Ellos quisieran dejarlo todo «atado y bien atado»; por el
contrario, infiero que Castro preferiría que lo hecho por él, dándole
a Cuba un sentido nacional y un carisma de prestigio en el conjunto de todas las
naciones, prevaleciera sobre el mantenimiento forzoso de una estructura política
de carácter compulsivo que hace buscar la huida fraudulenta del país
a sus ciudadanos.
Aunque las relaciones bilaterales no pasan por el mejor momento, hay que
mirar al porvenir con un guiño a los Estados Unidos, a quienes conviene a
veces enseñar los dientes o darles un abrazo si se lo merecen.
El futuro hará ver cómo se desarrolla este asunto, pero, desde
luego, lo que sí tenemos la certeza es que el tema de las relaciones
futuras será importante para Cuba y para España. |