Por Laurent Fabius. (traducido por William Navarrete).
Le Nouvel Observateur - 19 al 25
de junio, 2003. h
Cuba, la isla de nuestros sueños frustrados se ha convertido en la de
todas nuestras pesadillas. Hace menos de dos meses, 75 opositores pacíficos
intelectuales, periodistas y militantes que clamaban por un referendo a
favor de reformas constitucionales han sido condenados a penas de hasta 28
años de prisión. Para los más viejos, se trata en realidad
de una condena a perpetuidad, tras un proceso judicial que las mismas
autoridades cubanas tildaron de sumario. Se trata incluso de una pena de muerte
para aquéllos que, gravemente enfermos como el economista Oscar Espinosa
Chepe, han sido confinados en celdas deplorables y privados de atención médica.
Las "pruebas" presentadas ante tales condenas demuestran la
naturaleza totalitaria del régimen. Poseer una máquina de escribir
o un ejemplar de la "Declaración universal de los derechos humanos"
constituyen, en lo adelante, un crimen contra el Estado. Quienes acusan han
echado mano a los testimonios ofrecidos por supuestos vecinos que en realidad no
son más que chivatos asalariados. Para encarcelar, se han apoyado en
testimonios de agentes de la Seguridad del Estado infiltrados en las
organizaciones de disidentes.
Hasta la fecha sólo ha faltado la parodia de las confesiones y las
autocríticas "espontáneas". Lo que sucedió es que
el calendario del terror apremiaba. Había que dar el golpe en lo que la
guerra de Iraq ocupase todavía el espíritu de la gente en otros
frentes. Al ser derrocado Saddam Hussein con mayor rapidez que la prevista, las
actas acusatorias tuvieron que acelerarse, sin poder entonces recurrir a las técnicas
sofisticadas que habían aprendido de la policía de Alemania del
Este fundamentalmente.
¡Y todo esto, entiéndase bien, bajo los colores de la revolución
y el socialismo!
Ante esta ola de represión masiva, quiero, como muchos otros,
declarar, primero que todo, mi indignación y mi cólera. Hay que
llamar a la gente y a las cosas por su nombre: Fidel Castro, quien reclama el
reconocimiento renovado de la comunidad internacional, es simplemente un
dictador.
Enfrentándosele, la Unión Europea, ha sabido consolidar su
apoyo a los disidentes y al pueblo cubano. Con firmeza incitó a Castro a
renunciar a los beneficios de los acuerdos de Cotonou: la dictadura prefirió
privar a su país de la ayuda europea antes que aceptar el respeto de los
derechos humanos.
En cambio, yo me confieso sorprendido y hasta estupefacto ante lo que
desgraciadamente habrá que llamar la atonía francesa. En
diciembre, el disidente
Oswaldo Payá recibía en Estrasburgo el premio Sajarov de
derechos humanos por su acción pacífica a favor de elecciones
democráticas en Cuba. En París, esperaba un apoyo oficial, sin
embargo, ni el Primer Ministro ni el Ministro de Relaciones Exteriores quisieron
recibirlo, mientras que en Madrid había sido el jefe de gobierno quien lo
había acogido y que en la República Checa Vaclav Havel lo había
propuesto como candidato del Premio Nobel de la Paz 2003. Las recientes
exacciones no han provocado mayor firmeza de parte del gobierno francés.
Nada se ha hecho para socorrer a los prisioneros. Nada se ha dicho oficialmente
contra Castro. ¿Cómo explicar que Francia, tan ceñuda ante
otras causas, persista en no salir de su mutismo ante el endurecimiento del régimen
cubano?
Es cierto que una parte de la izquierda francesa reaccionó. Pero sólo
una parte muy pequeña, y de forma bastante tímida. Entre la tiranía
y los viejos mitos son estos últimos los que pesan más.
¿Apoyará el pueblo cubano a Castro? ¡Tonterías!
Tiene éste demasiado cuidado en pedirle que opine y rechaza el referendo
a favor de reformas democráticas que bajo el nombre de "Proyecto
Varela" ha proclamado Oswaldo Payá. La vigilancia es permanente.
Toda información independiente es amordazada. El acceso libre a internet
y a los medios de comunicación extranjeros está prohibido.
¿Estará actuando el Estado cubano en beneficio del progreso
social? En La Habana, la miseria se ha generalizado, la prostitución y el
mercado negro son a menudo las únicas fuentes de recursos, la corrupción
estatal es la norma. Todo lo que se compra se paga con dólares
norteamericanos y ya no quedan más que los turistas para aferrarse a los
pesos cubanos con la imagen del Che Guevara. Después del derrumbe de la
URSS, la economía se halla en estado de coma. Incluso los sistemas
educativo y médico, alabados durante mucho tiempo, se hallan prácticamente
en bancarrota.
Criticar a Cuba, dicen algunos, sería hacerle el juego al
imperialismo norteamericano. ¡Falso! Los Estados Unidos podrán
presentarse como los únicos
opositores al régimen de Castro para "cobrar la puesta"
cuando la necesaria transición democrática venga después de
la caída de un régimen hecho a la medida de su amo. Y como quiera
que sea, nosotros debemos definir nuestra actitud por
nosotros mismos, sin entrar en consideraciones de tal o mascual reacción
de parte
de terceros.
Ante todos estos argumentos la Revolución es un buen pretexto. Hace
mucho tiempo que Castro ha traicionado sus propios ideales. "Nadie
escuchaba", se quejan a menudo los opositores de la primera línea,
muchos de los cuales habían combatido junto a él la dictadura de
Batista. Las condiciones mismas de la Revolución, hace varias décadas,
no justifican en lo absoluto el desenfreno ni los crímenes actuales. En
lugar de una perestroika a la cubana, esperada por todos, el régimen ha
agravado la represión. El clamor que se eleva desde las prisiones cubanas
no debe ni puede silenciarse ya.
Varias asociaciones se han movilizado: hay que acompañarlas y
ayudarlas. Deberían tomarse sin demora diversas iniciativas. Por ejemplo,
incluso si se trata de un gesto modesto, debemos ser más numerosos a la
hora de concentrarnos durante las manifestaciones organizadas cada martes, a las
6 de la tarde, delante de la embajada de Cuba. Por pequeños que sean
estos acontecimientos no dejan de tener sus consecuencias. Asimismo, los
partidos políticos deberían invitar a Francia, en número
mayor, a los opositores cubanos. Las dictaduras prosperan bajo el silencio del
mundo. Mas la movilización de los ciudadanos termina siempre por
debilitarlas.
A nivel diplomático, Francia debería emprender al menos dos
acciones: apoyar la candidatura del disidente Oswaldo Payá para el Premio
Nobel de la Paz; pedir la liberación inmediata y sin condiciones de todos
los prisioneros políticos. Dentro de la misma Cuba, nuestros diplomáticos
deberían ayudar a la oposición: organizando, por ejemplo, el
transporte de las familias de los detenidos para que puedan visitar a sus
allegados, invitando a disidentes y a periodistas independientes a las
actividades culturales, sociales o formativas organizadas por la embajada. ¿Por
qué esto no se ha hecho?
Más allá del caso de Cuba, la misión de nuestro país
es la de movilizarse para que los derechos humanos sean respetados en todo el
mundo. No se trata de un viejo sueño sino, al contrario, el verdadero jalón
de una mundialización más justa y más humana. El combate
debe llevarse a cabo en las instancias internacionales fundamentalmente, y ante
todo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, instancia llamada a
defender la causa del nombre que lleva y ¡presidida hoy día por
Libia! La Comisión cuenta entre sus miembros a numerosas dictaduras,
entre las cuales está Cuba. ¿Cómo podemos abogar a la vez por
el multilateralismo y acomodarnos a esta farsa siniestra? ¡Que Francia y la
Unión Europea reclamen entonces sin demora lo que podría
considerarse lo mínimo: condicionar la admisión en la Comisión
al respeto de los derechos humanos en su propia casa!
Los cubanos tienen necesidad evidente y urgente de nuestro apoyo. Pero para
ello tiene que cesar la extraña indulgencia hacia Castro. Como si, por un
análisis extraordinariamente superficial, los largos discursos, el sol,
la música, las grandes palmadas en la espalda, los grandes puros y la
hostilidad de los vecinos norteamericanos sirvieran de marco a un régimen
que por su naturaleza no puede ser menos que detestable. Las dictaduras no son
ni de izquierda ni de derecha: son simplemente infames. En Cuba hoy, como ayer
en Chile y en Sudáfrica, países por los cuales hemos luchado,
debemos reaccionar en favor de la solidaridad y los derechos humanos. La
izquierda la de verdad saldrá engrandecida. |