CUBANET .INDEPENDIENTE

16 de junio, 2003


Dictaduras y bibliotecas independientes

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La circulación clandestina en Cuba, en enero de 1879, de un importante manifiesto de la Junta Central Republicana de Cuba y Puerto Rico, firmada por su presidente, el cubano José Morales Lemus, provocó que el despótico general español Domingo Dulce, gobernador superior de la Isla de Cuba, reconocido por su destacada intransigencia política hispana, dispusiera la confiscación de todos los bienes de Morales Lemus y de cuantos otros estuvieran en igual situación de rebeldía contra el dominio colonial español, además de privarlos de todos los derechos civiles y políticos.

Las medidas de desafueros incluyeron las bibliotecas de los cubanos separatistas.

En realidad, la orden del general Dulce hacía más preciso y legal el embargo de bienes, y no permitía dudas respecto a papelerías y libros, porque ya antes se habían ocupado las pertenencias del gran erudito cubano Antonio Bachiller y Morales, incluida su biblioteca personal, ya muy afamada en su época y que nunca pudo recuperar, como tampoco Morales Lemus la suya, ni tantos otros patriotas desposeídos de sus bienes patrimoniales, entre ellos sus bibliotecas.

Refiriéndose al destino de las bibliotecas embargadas, el famoso historiador cubano Emeterio Santovenia apunta que estas estanterías constituyeron un serio problema para las autoridades coloniales, que pusieron en subasta pública algunas bibliotecas, y gran parte fueron destinadas al enriquecimiento de la Biblioteca Nacional de Madrid.

Posteriormente, el Consejo Administrativo de Bienes Embargados ordenó reunir todos lo libros ocupados en el local donde estaba depositada la biblioteca de Bachiller y Morales. Los sucesores de Dulce destinaron los libros a satisfacer necesidades de establecimientos culturales públicos, cuyos intransigentes dirigentes integristas, curiosamente, se negaron a recibir. El 9 de marzo de 1870 se ordenó depositar las bibliotecas en la Academia de Ciencias, lo que, a pesar de la ceguera política del gobierno colonial, salvó para la nación cubana tan importante e insustituible patrimonio cultural.

Una pregunta retórica casi obligada que surge es: ¿A dónde habrá ido a parar la insospechable cantidad de bienes culturales -libros, en primer término- ocupados durante los cuarenta y cuatro años por el régimen de fuerza que gobierna a Cuba, tanto o más intransigente que el gobierno colonial español en su momento?

¿Qué cosa no esperar, si repartir copias de la Declaración Universal de Derechos Humanos es tomado como delito, como le ocurrió el pasado enero al activista Arturo Pérez de Alejo Rodríguez, quien fue arrestado y acusado de desorden público por repartir algunos ejemplares en Manicaragua, provincia Villaclara? Y tantos otros detenidos y condenados por la misma causa.

O condenan a directores de agencias de prensa y periodistas alternativos a largas penas de prisión, tal como ocurrió con muchos colegas a partir de la ola represiva iniciada el fatídico 18 de marzo. O impiden que los presos políticos reciban libros de cualquier categoría; o en último caso, sólo los reciben bajo el tamiz ideológico de la censura de las prisiones.

Y se hostiga a los bibliotecarios independientes, como ocurrió en días recientes a los profesores Nereida Rodríguez Rivero y Reinaldo Cosano Alén, ambos de Habana del Este, a quienes los agentes represivos manifestaron que no iban a tolerar más actividades contrarrevolucionarias en las bibliotecas de sus viviendas o serían encarcelados.

Otros dos gobiernos dictatoriales tras el advenimiento de la república en 1902 -el de Gerardo Machado Morales y el de Fulgencio Batista Zaldívar- tuvieron similar ejecutoria represiva contra escritores, bibliotecarios y quienes defendieran ideas contrarias a sus regímenes dictatoriales. Y aunque Batista reprimió, lo mismo que Machado, no pudieron acallar ni eliminar el tremendo poder en su contra de la prensa libre.

Uno de los primeros actos del gobierno de Fidel Castro en los años posteriores a 1959 fue eliminar todo cuestionamiento público con la confiscación sin pago de los órganos de prensa, convertidos en un haz monopólico a su servicio.

Visto a través del tiempo histórico, parece una constante que los gobiernos despóticos no pueden tolerar la existencia de bibliotecas independientes ni ningún otro foco cultural alternativo. cnet/12


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