Emilio Ichikawa.
El Nuevo Herald,
junio 6, 2003.
Apenas se ha hablado del sentido del humor de María Zambrano, poeta y
pensadora española con una obra muy ligada a la vida espiritual
latinoamericana. En una ocasión me contaron que cierto alcalde de Andalucía
le había preparado un homenaje para dedicarle una calle de la ciudad que
regentaba. Al enterarse, la Zambrano comentó: "Mira que dedicarme
una calle, cuando a mi edad ya se sueña con una esquina''.
En Cuba la esquina y la calle son lugares de alta significación política
y cultural. En la esquina se mata el tiempo, o la mosca, que es una singular
manera de llamar al aburrimiento. La calle es el espacio de la libertad; en ella
concurren los cubanos para hacer sus cosas, incluyendo el amor. En la calle se
han fraguado vidas alternativas, por eso una vez, preocupado por las
manifestaciones de libertad que en ella empezaban a florecer, el gobierno lanzó
una consigna desesperada: "La calle es de los revolucionarios''.
En esa lógica, lo contrario de la calle es la cárcel.
A la cárcel van aquéllos que son arrancados de esa suerte de
palenque urbano que se han inventado los nuevos cimarrones cubanos,
independientemente del color de su piel. En la cárcel están hoy
muchos intelectuales y periodistas que habían logrado vertebrar un fenómeno
cultural y político que aún no hemos podido comprender en su justa
magnitud. Me refiero a la prensa independiente.
Como he dicho otras veces, este movimiento debiera ser complementado al
menos con dos líneas de trabajo:
- Una conexión con los estratos intelectuales y estudiantiles que han
logrado establecerse (incluso con éxito relativo) bajo el castrismo.
- Una reflexión sostenida sobre las implicaciones que la realidad de
la prensa independiente cubana tiene entre aquéllos que trabajan el tema
cubano fuera de la isla.
El hecho de que gente como uno, al margen del acoso directo del castrismo,
comparta preocupaciones intelectuales y temas de escritura con colegas que están
en la cárcel, crea un problema moral con diversas aristas.
Primero está el asunto de la llamada ética intelectual, que se
ha tratado (a veces con agresividad y rencor) en muchas ocasiones. Lo resumo así:
¿cómo puede uno, aparentemente tan tranquilo, ponerse a teorizar
sobre el tema cubano cuando hay otros cubanos presos por apenas asomarse a la
cuestión?
Pero está también el problema moral de la creación, el
punto en que el estar o no preso empieza a incidir en el valor de la obra misma,
en su peso estético. Por ejemplo, la resonancia histórica que
puede acompañar a un libro de poemas escrito en una cárcel es
mucho mayor que la que asiste a un poemario escrito en la biblioteca de una
universidad.
En un tema como el cubano, hablar de la "calidad artística de
una obra al margen de lo circunstancial es una pretensión ingenua, una
pose situada las más de las veces al margen de la realidad, ya sea ésta
política, diplomática e incluso comercial.
De cualquier modo se trata aquí de una reparación justa, toda
vez que la libertad individual vale mucho más que cualquier poema. Como
ha dicho uno de los poetas presos, hay que comprender que aunque el sacrificio
enaltece, está en juego una vida, la única ''vidita'' que nos ha
sido asignada.
Por otra parte, la información que la prensa independiente ofrece
desde la isla día tras día a través de las conversaciones
telefónicas radiadas, o de forma escrita, debe provocar en algún
momento un cambio en las vías por las que ha ido transitando el arte
cubano contemporáneo, incluso el pensamiento social.
Al ir la noticia al ámbito intelectual que naturalmente le
corresponde, al periodismo, el ''arte testimonial'' puede ir debilitando su lado
meramente informativo. La canción que denuncia la policía, el cine
que muestra una Habana destruida, el teatro que informa sobre las peripecias de
la sobrevivencia cubana y el pensamiento social que dice que en Cuba no hay
democracia (es decir, algo que todo el mundo sabe) podrán, gracias a la
emergencia de una prensa dispuesta a cumplir su función, elevarse a las
alturas para las que una vez estuvieron preparados. |