CUBANET... INTERNACIONAL

Junio 6, 2003



¿Qué haremos con Fidel Castro?

Belkis Cuzá Male. El Nuevo Herald, junio 6, 2003.

Los años han pasado, la moda ha fluctuado entre la mini y todo lo demás; han caído imperios, y corrido hacia la mar todos los ríos del mundo. Hemos visto terremotos, tornados, ciclones, inundaciones y lo inimaginable, como el crimen de las torres gemelas y la lucha contra el terrorismo. Pero el único que no ha cambiado es Fidel Castro. Sigue ahí, plantado como un matojo verde en medio de nuestra isla. ¿Hasta cuándo?

Pregúntenle a Oliver Stone, a Steve Spielberg, al patizambo que mueve su caldera infernal y lleva tridente y cuernos, y le dirán qué es eterno. Que es como Dios, está en todas partes y todo lo puede... Ya saben, desde el mismo año 1959 se le descubrió la pinta de anticristo. Y está en el Apocalipsis con su verdadero nombre: Fiel.

¡Ay, me canso de hablar de él, del monstruo de la laguna negra! Pero, por desgracia, estoy --estamos-- condenada a mencionarlo las venticuatro horas del día. No porque lo catalogue de adorable, como los babosos esos que firman cartas apoyando los asesinatos y la represión, sino porque es nuestra maldita forma de expulsarlo de una vez por todas de la isla. El mismo asegura ahora con arrogancia que nunca ha visto ni necesitado un siquiatra. Lo mismo dicen todos los locos. Reconocer la enfermedad sería el primer paso para la curación.

Como cristiana tengo que ''perdonarlo'', que intentar setenta veces siete ese perdón (¡Ay, Cristo, cuánto cuesta!), y sin embargo, como todos los cubanos, y como todas las personas que ansían que la libertad y la democracia retornen a Cuba, lo que queremos es que se muera, que la dulce Parca venga por él; que lo recoja su alter ego, el demonio colora'o; que ''cante el manisero'', como decimos jocosamente. Que un viento de agua lo espante. Sí, ya sabemos aquello de ''bicho malo nunca muere''. Y que el máximo líder tiene fama de ser un aura tiñosa, y que se lleva por delante a cualquiera. ¡Dios me libre de desearle la muerte a un enemigo como éste!

La leyenda cuenta que de niño hubo pacto con Satanás para salvarle la vida y que por eso es así. No lo afirmo, pero tampoco lo dudo. Lo cierto es que su modo de sobrevivir, de salvar obstáculos, atentados, malos pensamientos, trabajos de brujería, enfermedades y augurios lo definen como un moriviví, un ser que hoy aparece arrastrando los pies, inseguro, tartamudeando, con manchas cancerígenas en el rostro, grandes ojeras, y venticuatro horas después está casi rozagante, más bien lúcido en su maldad, y hablando como si hubiera comido perico. ¿Qué elixir del demonio bebe, además de sus copas de buen vino, y de ingerir en cantidades pantagruélicas langostas y camarones?

¿Saben cómo se llama la poción que lo revive, que le aviva el seso, y lo hace ''adorable'' para García Márquez y toda la pléyade de lamebotas y lametennis de este monstruo de las siete leguas? El elixir del poder. La droga del poder. Superior según vemos a cualquier ''nota'' de cocaína o heroína. Quítenle del poder, túmbenlo de ese trono, y veremos cómo de la noche a la mañana se apaga como una velita.

¿Se imaginan a Fidel Castro en una de esas celdas en que él mete de cabeza a los disidentes, a los periodistas y poetas, a los opositores? A ver, sostengamos por un momento esa visión: Fidel Castro en una cárcel (ni siquiera en las de castigo), sino en una ''normal y corriente'' de sus prisiones. Pero no lo imaginen en la galera de Isla de Pinos, con todos aquellos privilegios, donde incluso se cocinaba, dicen, sus propios espaguetis. No, imaginémoslo en la celda de Villa Marista, en la de Canaleta (donde tiene a Raúl Rivero), o en la monstruosa de Guantánamo, donde encerró a otros dos. O en la de Pinar del Río (donde está el doctor Oscar Biscet), o en la de mujeres, entre delincuentes comunes y gente terrible (la de la economista Marta Beatriz Roque), por ejemplo.

Imaginémoslo con el traje de preso, sin sus aderezos de comandante en jefe, sin su barba (ah, porque lo vamos a pelar al coco rapado, y dejarlo sin la barba asquerosa también), y no le permitiremos que hable ni una palabra. Nadie podrá escucharlo. Ese será su mayor castigo. Por lo demás, le daremos de comer lo que él le da hoy a sus presos, y tendrá que hacer todo lo que hacen los demás, y dormir donde duermen los otros, etc., etc. ¿Ven? No hay que colgarlo por los pies, como a Mussolini.

Desprovisto del elixir del poder, sin los camajanes que le ríen los chistes, sin la esclava que lo abanica cuando el traje de habichuela con chaleco antibalas le pone histérico, veremos qué queda de este guapetón de barrio que nos arrebató la isla hace ya 44 años.

¿Y como postre qué le daremos? Ni casquitos de guayaba ni coquitos quemados, sino libreta de racionamiento, apagones, agua de la pila sin agua, mosquitos, mesas redondas, y sobre todo sus propios discursos reciclados ahora como pangola para las vacas.

¿Ven que no es necesario cometer un crimen, hacerlo picadillo, o fusilarlo para liberarnos del tirano? Sólo darle de su propia medicina.

belkisbell@aol.com

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