Marcos Aguinis. Para
La Nación
Line. Argentina, junio 2, 2003.
La clamorosa recepción que se brindó a Fidel Castro durante su
visita a nuestro país merece otros análisis, más
entusiastas. En el Congreso recibió la ovación más intensa
de los mismos lúcidos legisladores que tiempo atrás aplaudieron el
default, fue honrado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires (cuyo titular
está en campaña reeleccionista), fue invitado a dar una
conferencia en la Facultad de Derecho, fue seguido afanosamente por la prensa,
fue recibido por el flamante Presidente en la audiencia más larga y fue
celebrado por una concentración popular que bloqueó todo el centro
de Buenos Aires. No cabe duda de que una significativa franja de la sociedad lo
ama y admira.
Esto coincide con lo que hace poco decidió el gobierno de Eduardo
Duhalde: abstenerse en las Naciones Unidas al votarse la necesidad de investigar
la violación de los derechos humanos en la isla. Recordemos que no se
trataba de condenar al gobierno de Castro, sino sólo investigar qué
sucede allí. Luego de infinitas denuncias que llegaron al colmo con el
fusilamiento de tres personas jóvenes tras su intento de huir del país,
y el encarcelamiento de decenas de disidentes, era obvio que correspondía
hacer una averiguación.
Al gobierno argentino no le pareció necesaria y olvidó que
hace apenas veinte años nuestra sociedad clamaba por lo mismo. Necesitábamos
que viniesen comisiones investigadoras, como ahora las piden los cubanos
perseguidos y amordazados. Rogábamos que llegasen en tropel. Pero los
argentinos somos incoherentes e inestables, ¡qué le vamos a hacer!
Pese a la dictaduras padecidas, amamos a un dictador. Somos así.
Claro, es un dictador que se dice socialista, cuyas picanas hacen cosquillas
y cuyos fusilamientos mejoran la calidad de vida. Nada de lo horrible que él
haga importa. Cuanto se denuncie sobre las violaciones de los derechos humanos
en Cuba es un invento de la CIA. Castro es un ídolo, una leyenda, es el
emblema del heroísmo y la noble lucha contra el imperialismo. Todo lo que
hace está bien.
Pregunto: si tanto se lo admira, ¿por qué no seguir su modelo?
Se supone que debe ser maravilloso. ¿Para qué imitar a Nueva
Zelanda, Bélgica, Suecia, España, Canadá -países
complicados, modernos-, si el modelo de Castro es más simple, movilizador
y atractivo?
La Facultad de Derecho, según voceros entusiastas, se convirtió
en la Plaza de la Revolución. Castro pronunció uno de sus
discursos más breves, de apenas dos horas y media. Sabía que los
argentinos aún no estamos entrenados para escucharlo durante ocho o más
horas, como se hace en La Habana. Pero consiguió hacer delirar a las
masas con sus anécdotas y proclamas seductoras. Es un buen remedio contra
la tristeza o el desencanto.
El modelo de Fidel nos daría otras ventajas, supongo.
Por ejemplo, no habría debates estériles sobre las acciones
del gobierno. Las críticas deberán desaparecer y, con eso, todos
empujaríamos en la misma dirección. No habría que gastar
neuronas ni saliva sobre los problemas de la sociedad, porque es tarea exclusiva
de los funcionarios del régimen, que nunca se equivocan. Tampoco habría
que elegir entre diversos diarios, noticieros, radios, revistas, porque habría
lo mínimo indispensable, con noticias oficiales únicamente. De esa
forma no tendríamos que dudar entre diversas fuentes ni afligirnos por
las noticias derrotistas que inventan los enemigos del pueblo.
Los periodistas entrarían en caja, eso sí. Los que se empeñan
en ofrecer una visión diferente, desestabilizadora serán sometidos
a juicio sumario, expulsados de sus oficinas o enterrados en las cárceles.
Ninguno podrá dar entrevistas a extranjeros, sin el debido permiso. En
nuestra despreciable democracia suele ocurrir que aborrecemos a un periodista y
no sabemos cómo hacerlo desaparecer. Pues bien, en el nuevo régimen
bastará denunciarle algún desliz contra las autoridades y será
hombre muerto. Nada más placentero y expeditivo. El canciller Rafael
Bielsa debería dar una vueltita por las insalubres prisiones cubanas,
entrevistar a los 74 disidentes condenados a veinte o más años de
prisión y después tendrá más elementos para afirmar
que allí reina la justicia. (Lástima que muy parecida a la del
Proceso. ¡Qué le vamos a hacer! la incoherencia, la incoherencia...)
También cosecharíamos los beneficios de que nadie pueda salir
del país. Los enemigos del pueblo dirán que nos hemos convertido
en una gran cárcel. ¡Calumnias! El paraíso no es una cárcel:
quienes fugan lo hacen por traidores. Esto resolvería por arte de magia
la perversidad de querer hacer posgrados en otros lados o ir a buscar mejor
fortuna en el exterior. Se acabarán las colas en los consulados (a menos
que quieran ir a Cuba, donde hace falta gente porque se fusila al que se quiere
escapar, cosa que curiosamente no hace la multitud que se congregó frente
a la Facultad de Derecho; extraño, ¿no?). Ningún argentino
pisará Ezeiza sin permiso del Gobierno. Ahorraremos divisas. El único
gasto serían las balas contra los que intenten huir cobardemente.
Usaremos los fusilamientos preventivos al estilo de Castro, así como
George W. Bush hace las guerras preventivas.
Otro gran beneficio vendrá del turismo. Los mejores lugares se
reacondicionarán para el disfrute de los extranjeros solamente. Llegarán
alemanes, españoles, suizos, noruegos, australianos, irlandeses a
nuestras playas y montañas, donde nosotros seremos los empleados, mucamas
y mozos, pero jamás los huéspedes: así el dinero que dejan
las visitas engordará al Estado benefactor. Por supuesto que la
prostitución será tolerada, en especial donde haya afluencia de
turistas, porque constituye un anzuelo importante y un canal de ingreso de dólares
y euros. Eso sí, las muchachas serán prolijamente investigadas
para que no se queden con el vuelto.
En cuanto a la educación, uniformaremos para abajo, siempre para
abajo. La educación será uno de nuestros principales logros en la
publicidad. Todo el mundo deberá aprender a leer para enterarse de las
buenas obras que hace nuestro gobierno y leer los textos que responden a la
ideología fidelista. No nos importará la educación
superior, ni estimular el pensamiento crítico (¡esto, jamás!),
para no alimentar a los subversivos del régimen. Tampoco habrá
computadoras para todo el mundo, sino sólo para los funcionarios: así
la gente no pierde su tiempo frente a la pantalla. Será prohibida
Internet, porque es el pórtico diabólico del mundo capitalista; en
su lugar, como ahora en Cuba, habrá Intranet.
En materia de salud haremos propaganda también. Bastará con
una Facultad Latinoamericana de Medicina donde enseñaremos a colegas del
Tercer Mundo. No estaremos a la altura de los grandes centros de salud, pero nos
dedicaremos a lo básico. Y pondremos lo mejor en algunos establecimientos
solamente, para mostrar nuestros méritos. Claro que los médicos
deberán conformarse con un sueldo de 5 a 20 dólares como máximo.
Formaremos las Brigadas de Respuesta Rápida, como las que inventó
Fidel, para ahogar de inmediato cualquier protesta. Por ejemplo, en menos de
veinticuatro horas se liquidaría a miles de piqueteros que andan
bloqueando calles y gritando por sus cuestionables derechos. Sin juicio, por
supuesto, para no gastar tiempo ni dinero, ni angustiar a la gente. Puede que
esto disminuya el flujo de simpatizantes, pero otros vendrán por miedo.
No será un problema porque el garrote convence rápido.
Claro que también nos arreglaremos para que un país vecino
importante nos imponga un bloqueo económico. Así tendremos siempre
a mano esa excusa por todas nuestras fallas. Y cuando se disponga a levantarlo
haremos alguna travesura (nuevos fusilamientos, nuevos arrestos de periodistas)
para que no nos priven de esa excusa prodigiosa. Recordemos que el bloqueo no
nos impide negociar con el resto del mundo, de manera que será una buena
arma ideológica "para los giles". En el fondo, no molesta.
Y por supuesto que escucharemos largos discursos, como el que Castro
pronunció en la escalinata de la Facultad, para convencernos de que
vivimos en la gloria, que nos sobra el bienestar, que aumentamos nuestra
autoestima, que hemos alcanzado las maravillas que escamoteaba la vil democracia
liberal.
El último libro de Marcos Aguinis es la novela Asalto al paraíso
(Planeta).
http://www.lanacion.com.ar/03/06/02/do_500620.asp |