No todos se
roban
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Conocí a Humberto hace más
de 15 años. Juntos hicimos la Facultad Obrero Campesina a principios de
los 90. Juntos vendíamos viandas, traídas del campo con miles de
dificultades. Juntos también, la siempre presente y omnisciente
(delatores mediante) Policía Nacional Revolucionaria nos multó y
quitó la mercancía como si se tratara de peligrosos artefactos de
guerra.
Después de todo, el hambre es cosa seria ,y si es como la de 1789, la
masa enfurecida puede derribar Bastillas y abrir prisiones.
Los años pasaron. A pesar de que seguíamos siendo buenos
amigos cada cual escogió su camino. Yo opté, como diría
Borges, por el "peligro, la incertidumbre y la derrota". Humberto, por
sobrevivir a medias con el corazón atragantado a la garganta.
Por casualidad me lo encontré hace días camino a casa. Estaba
triste. Lo habían expulsado de su puesto de trabajo de gastronomía,
en un solitario Rumbo (cafeterías que venden sólo en dólares)
en donde llevaba apenas unos meses. Un inspector lo había encontrado
vendiendo productos de su propiedad, me explicó.
En Cuba el único empleador es el estado. Las pocas personas que
tienen negocios privados (contadas con los dedos de las manos) apenas viven
entre los asfixiantes impuestos y la imposibilidad de conseguir productos que no
estén penados como las langostas y camarones o que sean de fácil
acceso y rentables. Entre las requisas de los inspectores, altos impuestos y
bajas temporadas muy pocas veces logran salir adelante. Por lo que casi siempre
hay que morir en manos del Todoprovidente.
Humberto trabajaba para el estado. Pero con los 120 pesos al mes que ganaba
le era imposible siquiera malvivir, por lo que decidió hacer lo que hacen
todos los gastronómicos de este país: vender sus propias mercancías
"por detrás del telón". Es decir, comprar a otros
vendedores, ilegales también, cerveza, refresco, ron y venderlos en
lugar de los del estado. Cogido in fraganti, y el hampa no perdona, fue multado
con 100 pesos. Le confiscaron 22 latas de cerveza, 8 botellas de ron, y como
sanción (¿Qué será la multa y la confiscación? ¿Un
estímulo) expulsado de su trabajo por "robarle al estado". Es
esto último lo que me preocupa, la palabra robo.
Es natural decir en Cuba que todos vivimos del cuento y que de alguna manera
hay que robar para sobrevivir. Inclusive, en una canción del trovador
Carlos Varela llamada "Todos se roban", se hace alusión a que
todos, ladrones patológicos, cleptómanos, ladrones por necesidad y
otros más de la fauna gangsteril, nos estafamos entre sí. Por lo
que, a la manera de Chesterton, viviríamos en el paraíso de los
ladrones.
No quiero hacer uso del refrán que reza que ladrón que roba a
ladrón tiene 100 años de perdón, por que no nos va. El
cubano que tiene que coger del estado los medios de vida que éste le
niega, no le roba. Su derecho a la vida y a la libertad lo legitima. No todos se
roban. Nos roba el estado desde la hora en que decidió administrar
nuestras vidas, ideas y nuestra libertad.
Humberto hizo lo que hizo, como tantos otros, porque sintió que era
su real deseo vivir un poco mejor. Porque en vez de ver la mesa redonda
desinformativa quería ver un buen musical de los que le gustan.
Hay un único y gran culpable: el estado que nos roba día a día
nuestros sueños y esperanzas. Ya no se confía más en él.
Ya es hora de que papi se guarde sus cuentos, guarde el cinto y se retire a un
asilo. cnet/32
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