Luis Aguilar León.
El Nuevo Herald,
febrero 16, 2003.
A principios de mayo de 1960, con casi todos los medios de comunicación
ya controlados por el gobierno, sólo dos verdaderos periódicos
sobrevivían en Cuba.
El 11 de mayo, mientras se desplegaba la usual propaganda oficial contra
''los lacayos del imperialismo yanqui'', y se movilizaba al pueblo para que
luchara contra el inminente desembarco de los marines, el Diario de la Marina,
el más añejo y respetado periódico de Cuba, fue
''liberado'' y silenciado por las eficientes turbas del pueblo.
El único sobreviviente, Prensa Libre, probablemente el más
popular periódico de Cuba, recibió de inmediato los asaltos de la
ofensiva oficial. El día 13 de mayo, publiqué mi denuncia de lo
que estaba ocurriendo y mi pronóstico de lo que iba a ocurrir en mi
patria. Fue el último artículo crítico y libre que se
publicó en Cuba. Al día siguiente, después de haberle añadido
a mi artículo una ''coletilla'' escrita por un súbitamente armado
''comité revolucionario'', en la que se pedía odio,
encarcelamiento y paredón para mí, las turbas cerraron Prensa
Libre.
Aquí reproduzco mi artículo, con una melancólica
nota de orgullo y una voluntad de desplegar siempre la advertencia de lo que
amenaza a nuestros pueblos. Ojalá que algunos lectores lancen una ojeada
al continente y juzguen cuán certera fue mi denuncia.
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La libertad de expresión, si quiere ser verdadera, tiene que
desplegarse sobre todos y no ser prerrogativa ni dádiva de nadie. Tal es
el caso. No se trata de defender las ideas del Diario de la Marina; se trata de
defender el derecho del Diario de la Marina a expresar sus ideas. Y el derecho
de miles de cubanos a leer lo que consideren digno de ser leído. Por esa
plena libertad de expresión y de opción se luchó tenazmente
en Cuba. Y se dijo que si se comenzaba por perseguir a un periódico por
mantener una idea, se terminaría persiguiendo todas las ideas. Y se dijo
que se anhelaba un régimen donde tuvieran cabida el periódico Hoy,
de los comunistas, y el Diario de la Marina, de matiz conservador. A pesar de
ello, el Diario de la Marina ha desaparecido como expresión de un
pensamiento. Y el periódico Hoy queda más libre y más firme
que nunca.
Evidentemente el régimen ha perdido su voluntad de equilibrio.
Para los que anhelamos que cristalice en Cuba, de una vez por todas, la
libertad de expresión. Para los que estamos convencidos de que en esta
patria nuestra la unión y la tolerancia son esenciales para llevar
adelante los más limpios y fecundos ideales, la desaparición ideológica
de otro periódico tiene una triste y sombría resonancia. Porque,
preséntesele como se le presente, el silenciamiento de un órgano
de expresión pública, o su incondicional abanderamiento en la línea
del gobierno, no implica otra cosa que el sojuzgamiento de una tenaz postura crítica.
Allí estaba la voz y allí estaba el argumento. Y como no se
quiere, o no se puede, discutir el argumento, se hizo imprescindible ahogar la
voz. Viejo es el método, bien conocido son sus resultados.
He aquí que va llegando a Cuba la hora de la unanimidad: la sólida
e impenetrable unanimidad totalitaria. La misma consigna será repetida
por todos los órganos publicitarios. No habrá voces discrepantes,
ni posibilidad de crítica, ni refutaciones públicas. El control de
todos los medios de expresión facilitará la labor persuasiva: el
miedo se encargará del resto. Y, bajo la vociferante propaganda, quedará
el silencio. El silencio de los que no pueden hablar. El silencio cómplice
de los que, pudiendo, no se atrevieron a hablar.
Pero, se vocifera siempre, la patria está en peligro. Pues si lo está,
vamos a defenderla haciéndola inatacable en la teoría y en la práctica.
Vamos a esgrimir las armas, pero también los derechos. Vamos a comenzar
por demostrarle al mundo que aquí hay un pueblo libre, libre de verdad,
donde pueden convivir todas las ideas y todas las posturas. ¿O es que para
defender la justicia de nuestra causa hay que hacer causa común con la
injusticia de los métodos totalitarios? ¿No sería mucho más
hermoso y más digno ofrecer a toda la América el ejemplo de un
pueblo que se apresta a defender su libertad sin menoscabar la libertad de
nadie, sin ofrecer ni la sombra de un pretexto a los que aducen que aquí
estamos cayendo en un gobierno de fuerza?
Lamentablemente, tal no parece ser el camino escogido. Frente a la sana
multiplicidad de opiniones se prefiere la fórmula de un solo guía
y una sola consigna, y una total obediencia. Así se llega a la unanimidad
totalitaria. Y entonces ni los que han callado hallarán cobijo en su
silencio. Porque la unanimidad totalitaria es peor que la censura. La censura
nos obliga a callar nuestra verdad; la unanimidad nos fuerza a repetir la
mentira de otros. Así se nos disuelve la personalidad en un coro
colectivo y monótono.
Y nada hay peor que eso para quienes no tienen vocación de obedientes
rebaños. |