A paso de
bastón: ¡delicioso flan!
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Cuando un cubano degusta un flan
ni siquiera se acuerda de que los diccionarios le definen como un plato dulce
que se hace mezclando yemas de huevo, leche, azúcar, y poniendo este
compuesto en baño de María, para que se cuaje, dentro de un molde
generalmente bañado de azúcar tostada. Suele -afirma el
mataburros- componerse también de harina y con frecuencia se le echa
alguna otra cosa como café, naranja o vainilla.
Comer un flan de postre o merienda ha sido a lo largo de los tiempos una de
las grandes tradiciones culinarias isleñas. Las amas de casa se han
enorgullecido de sus escuelas y estilos, a la vez que han mejorado la fría
definición del diccionario. Uno de los flanes más populares en
Cuba es el de calabaza. Mi primera esposa es absolutamente genial en el flan de
chocolate. La de ahora logra extrañas combinaciones de dulces y amargos.
Me atrevo a decir, desde mi experiencia de caballero, que si usted quiere
conocer por adelantado cuáles son las virtudes de una cubana en el tálamo
de las delicias, pídale que le haga un flan.
Por los años más terribles del llamado período especial
me sorprendí una noche de diciembre prisionero de la añoranza de
un flan. Era 1993 y hacía 15 días que no había visto pasar
un huevo. Desde una semana atrás, mi madre guardaba dos cucharadas de
leche en polvo por si eran necesarias para una emergencia. Con esos truenos, ni
pensar en la posibilidad de un sacrificio. La imagen del flan me acompañó
hasta una tertulia de vecinos, por entonces dedicada casi todas las noches a
... hablar de comida. Pero en esa ocasión, al mencionar el dulce, liquidé
la tertulia. Los vecinos se levantaron de sus asientos y se marcharon.
Desde entonces quedé con la extraña sensación de
haberles herido en lo profundo. Claro, después vino la llamada
recuperación económica, la dolarización, el trabajo por
cuenta propia y hasta la compra de alimentos en los Estados Unidos de América.
La Habana se llenó de cafeterías estatales dolarizadas, y en
moneda nacional, que ofrecen unas misteriosas tortas a las cuales, con
indudable sentido del humor negro, se les llama tacos mexicanos.
Está por ver si tales tacos no influyeron negativamente en el estado
de las relaciones diplomáticas entre México y Cuba. Está
por ver...
Uno se pregunta por qué razón los deliciosos flanes cubanos
rara vez aparecen en el menú de esas cafeterías estatales, o en
los restaurantes de mayor cuantía e igual propiedad. No importa a qué
precio, sencillamente que aparezcan. Entretanto, si la señora de la casa
no quiere complacer al maridito con el flan de marras, la solución es
sencilla. Por ejemplo, si vive en el municipio Centro Habana toma la bicicleta
o se va caminando hasta cierto lugar de la calle Reina y allí, por sólo
tres pesos, podrá comprar un flan. ¡Delicioso flan!
Las cafeterías privadas habaneras, perseguidas por los inspectores,
alguna que otra vez acosadas por la prensa oficiosa, ofrecen este dulce, entre
otros muchos de la repostería cubana. La gente los compra para comer y
llevar. Pero lo que a mí me llama la atención es el envase. El
flan requiere de un molde que le dé forma y le contenga. Pues bien, los
reposteros privados recolectan latas vacías de cerveza o de refrescos,
las lavan y recortan ad hoc, y ya está el molde. Entonces el cliente se
marcha con su flan, que puede ir por el camino anunciando una marca de cervezas
como Cristal o Bucanero, o una de refrescos como Tropicola... y también
Coca Cola.
De esta forma el flan se vende por todo Centro Habana. Tengo noticias de que
en los célebres restaurantes privados del Barrio Chino de la capital,
donde jamás se carece de ese postre, lo que se hace es comprar el mismo
a los reposteros en cantidades mayoristas. Sencillamente, los meseros lo
extraen del molde y lo presentan a los comensales con la característica
elegancia del Barrio Chino de La Habana. Nada más...
Una iniciativa privada puede terminar en algo tan inhumano como el llamado
capitalismo salvaje. Pero por ahora parece que en mi ciudad produce flanes. ¿El
Estado? Bien, gracias.
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