El bodeguero
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Aunque la bodega y el bodeguero no
hayan cambiado de nombre, ambas realidades, la humana y la mercantil, poco
tienen que ver con lo que siempre fueron.
La otrora venduta abarrotada de productos y el bodeguero (que se movía
entre frijoles, papas, ajíes), acosados desde los primeros momentos por
la antipatía marxista, recibieron el golpe definitivo con la imposición
a la ciudadanía de la libreta de racionamiento.
El bodeguero actual dista mucho de aquel comerciante siempre gentil, que por
la fuerza del tiempo y el buen trato se insertaba en el hogar como un miembro más
de la familia.
No se trata de que el actual bodeguero, en su condición humana, sea
diferente a aquél. Pero el sistema es otro, y en los pantanales no crecen
las flores que perfuman. El de hoy es lo que puede ser y no lo que tiene que
ser.
Compitiendo con el carnicero por la supremacía del barrio, el
bodeguero es todo un personaje. Sin lugar a dudas, el principal agente de la
subsistencia. Al menos en apariencia. En la trastienda se mueven otros hilos
negros.
Desconfiado y poco permeable, el bodeguero posee un suspicaz olfato como
principal arma de defensa. Pocos como él saben de las miserias humanas, y
como pocos cubanos conoce la realidad social en que se vive. Ello le sirve para
distinguir al individuo "peligroso" o "conflictivo" de aquel
que "no está en ná".
Por lo general no son jóvenes los bodegueros, sino ya maduros como un
buen plátano para freír, lo cual les facilita ejercer con éxito
el indispensable arte del simulacro y la doble moral en la cual están
inmersos los cubanos en su inmensa mayoría.
Habitualmente, los bodegueros permanecen en la misma bodega durante varios años,
y cuando caen en desgracia (muchas veces por excesiva ambición) se les
asigna otra bodega, en otro barrio, pero dentro del mismo municipio, de modo tal
que siempre quede dentro de la "familia".
Una causa que puede provocar su exclusión definitiva es la transgresión
de las reglas del juego. Entre él y los niveles superiores existen normas
y pactos refrendados por el mutuo interés, tan secretos y anónimos
como reales e inexorables. Tales prescripciones encierran caminos estrechos y
sinuosos a través de los cuales ha de moverse el bodeguero, evitando
cualquier tropezón. Un fallo apreciable conduciría a su exclusión,
con la consecuente pérdida de privilegios y la realidad de pasar a ser un
ciudadano más.
Es así que un bodeguero inteligente y con sentido común no
basará sus beneficios en inclinar el pesaje del producto a su favor, ni
en enfrascarse en inútiles discusiones con el cliente. Su éxito ha
de basarse fundamentalmente en atar bien los cabos que le unen con el nivel
superior.
Esta es la fuente generadora de un mercado subterráneo, en virtud del
cual nuestro sujeto obtiene buenos dividendos y usted resuelve cinco libras de
leche en polvo o dos sacos de azúcar. De tal modo, y a la sombra del
bodeguero, vive el fabricante de ron casero y el elaborador de pizzas, el que
produce chambelonas o coquitos prietos.
Otro tanto sucede con la familia que compra algún producto para hacer
visible la cuota asignada, que sólo alcanza para los primeros siete días
del mes.
Por lo común, el bodeguero no vive muy cerca de la bodega , aunque sí
en el mismo barrio. No es un tipo demasiado ostentoso. Una de las preguntas que
se hace el ciudadano algo dado a la curiosidad (y en Cuba son muy frecuentes) es
la de saber dónde tendrá echada su "guanaja" el
bodeguero. Porque de que la tiene, la tiene.
La mujer de nuestro sujeto suele ser discreta y habla del marido lo menos
posible. No tiene amistades íntimas en la cuadra. No frecuenta la casa
del vecino para que frecuenten la suya. Practica una sentencia clásica: "En
boca cerrada no entran moscas".
Así pues, a pie o en bicicleta, cada día se ve ir y venir al
bodeguero. Sin prisa cuando devuelve el saludo. Observando todo a su paso, con
la absoluta indiferencia de quien no ve nada. Proyectando la imagen del hombre
atiborrado de ocupaciones y responsabilidades. Consagrado como pocos al
desinteresado servicio a su comunidad.
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