Esto no es
escondi'o
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - ¿De dónde provienen
las mercancías que los vendedores ambulantes venden por todas las calles
de La Habana? ¿Cómo las obtienen? ¿Sobre qué bases
establecen sus precios? ¿Cómo controla el fisco este mercado? ¿Qué
garantías tiene el comprador de que no lo estafen? Todas estas preguntas
me las hago cuando, cada tres pasos que doy en la ciudad, me asedia un enjambre
de comerciantes de la pobreza.
No existe una calle, una esquina donde no pululen mujeres escuálidas
proponiendo cigarrillos al menudeo, hombres de cara hosca exhibiendo paquetes de
confituras, refrescos instantáneos, útiles de oficina; donde no te
asalten con jabones, calcetines, martillos, neumáticos. Pareciera que el
mercado minorista se hubiera trasladado a manos menesterosas, y los
establecimientos concebidos para estos fines fueran inútiles. Mientras en
las ferreterías, sederías, farmacias, cafeterías, unos
empleados bostezantes pasan el día respondiendo: "No hay, no tenemos",
en los portales de cualquier calle se hacen transacciones turbias que proveen al
ciudadano.
Y lo asombroso, lo realmente increíble, es que las mercancías
que expenden estos mercaderes de aceras son las mercancías que se
suministran, o debían suministrarse, a los establecimientos de la red
minorista. Es muchísimo más fácil obtener cualquier artículo
de mano de los vendedores ambulantes que en cualquier entidad comercial
concebida para estos fines.
La raíz de este fenómeno se encuentra, claro está, en
la insuficiencia de los salarios que paga el Estado a sus trabajadores, la
carestía de la vida y el poco valor adquisitivo del circulante nacional,
así como la aberración que supone un mercado dolarizado y un pago
de salarios en moneda nacional. Las personas aceptan una especie de desempleo
voluntario que los conduce inevitablemente a dedicarse al mercado subterráneo
y con ello alcanzan un mayor nivel de ganancias.
Los que se mantienen en su puesto de trabajo son, a ojos vista, los
proveedores de los vendedores. El robo entronizado en todas las empresas del país,
ya de producción o de servicios, es la manera de equilibrar la
deficiencia salarial. Se mantiene el empleo como una posibilidad de acceder a lo
que se produce o se suministra.
De este rejuego, aún cuando el sistema de vigilancia en fábricas,
almacenes, empresas es férreo y estricto, brota el suministro y el
sistema de precios de las mercancías que mueven los vendedores
callejeros.
Pongamos un ejemplo: un jabón producido en Suchel cuesta entre 0.35 y
0.55 dólar, es decir entre 8 y 14 pesos cubanos, al cambio actual. El
ciudadano recibe (puede comprar), por la Libreta de Abastecimientos, un jabón,
de muy mala calidad, una vez al mes. Tiene necesidad de más jabones pero
no tiene dólares para obtenerlos. El obrero de la fábrica que ha
robado, ha abastecido al vendedor callejero. El vendedor callejero ha
establecido un precio razonable: cinco pesos. El necesitado, por esta vía,
resuelve su problema. De este entramado se sirve el gobierno para, haciendo la
vista gorda, evitar que la población se asfixie.
Y es, precisamente, de este mercado subterráneo que vive la población
cubana. El gobierno, claro está, manipula como calidad de vida la
gratuidad de los servicios médicos y educacionales, pero, frente al poco
valor adquisitivo de su moneda, calla y admite, con nada de discreción,
la existencia de un rejuego comercial que es, realmente, quien le mantiene la
sociedad sin explosiones.
De desarmarse esta urdimbre, la ciudadanía se vería expuesta a
vivir de su salario y de la Libreta de Abastecimientos, lo cual sería
imposible. El gobierno cubano lo sabe. Ahí la aquiescencia frente a ese
enjambre de vendedores callejeros a los cuales, cuando uno le pregunta, ¿pero
no tienen problemas con los inspectores, o con la policía?, responden: "Esto
no es escondi'o".
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