La Virgen de
la cueva
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, septiembre (www.cubanet.org) - En los pasados días Cuba
no ha podido escapar al desastre ecológico planetario que azota al mundo.
Pueblos enteros quedaron semi sepultados por las aguas. El causante de este fenómeno
meteorológico es un huracán nombrado Isidore.
Me sorprendió ver por el noticiero estatal los fragmentos de casas,
que sólo eran tablas podridas, que quedaron después del paso del
huracán Isidore, esta vez por la zona más occidental del país:
Pinar del Río, y la Isla de la Juventud. Yo pensaba que las casas de
tablas ya no existían en Cuba, y menos que menos las de techos de guano.
Cuando el huracán Michelle nos visitó en el año 2001, y
dejó un saldo de más de 38,133 viviendas destruidas y 1,506 en
malas condiciones en la provincia de Villa Clara, el gobierno no tuvo otra
alternativa que movilizarse y dar inicio a la construcción de casas
nuevas para los afectados.
Ahora el noticiero estatal nos ha mostrado, gracias al huracán
Isidore pueblos construidos con tablas y techos de guano y zinc que permanecen
igual o peor a como estaban antes del triunfo de la Revolución.
Los huracanes que visitan a Cuba se están convirtiendo en
arquitectos. Es como si cuando ellos pasan por un lugar, destruyéndolo
todo, dijeran: 'Aquí hay que hacer y rehacer esto y lo otro'.
En este sentido (aunque realmente es una ironía paradójica)
pienso que ahora sí podría resolverse el problema de la vivienda
en Cuba si todos los años somos visitados por huracanes que no militan en
ninguna organización de masas o estatales y, sin embargo, tienen poder de
convocatoria para obligar al estado socialista a ejecutar y realizar, con relación
al problema de la vivienda en Cuba, lo que hace muchos años se tenía
que haber hecho.
Al parecer el estado socialista no dispone, por sí mismo, del impulso
movilizador que hace falta para la construcción de viviendas. Han tenido
que arribar a nuestra isla huracanes con sus aguas torrenciales para que las
autoridades se vean obligadas -a carabina- a construirles a las pobres gentes
que habitan nuestros campos, viviendas más civilizadas.
Yo pienso que en todos los pequeños pueblos y caseríos del país
se pondrá de moda la vieja canción infantil: ¡Que llueva, que
llueva, la Virgen de la Cueva!
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