Cooperativas
hoteleras ¿informales?
Manuel david Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Aunque Ana María dice
mantenerse fiel a su militancia castrista, su vida de hoy se concentra en
administrar el negocio de hotelería que comenzó a crear en los años
más difíciles del llamado período especial, cuando la
decisión de alquilar dos habitaciones de su vivienda habanera a los
amantes urgidos de encuentros fugaces salvó de hambre a la familia.
Ana María, su esposo y su hijo comieron, pero también
ahorraron e invirtieron. Repararon su casa y le agregaron una tercera habitación
para arrendar, registraron el negocio y, andando y andando, llegaron a tener su
actual microempresa especializada en alquilar esas bien acondicionadas
habitaciones a turistas extranjeros.
El tiempo de otorgar techo a los desfogues clandestinos del barrio quedó
atrás. Ahora Ana María es toda una experta en ese segmento del
mercado al que ella nombra "turismo sexual de izquierda". Casi todos
sus clientes peregrinan a la tumba del Che Guevara. Pero van a rendirle homenaje
llevando del brazo a la jinetera o al jinetero.
En un área de un kilómetro cuadrado, otros vecinos de Ana María
siguieron su ejemplo. Braulio, oficial jubilado del Ministerio del Interior;
Antero, funcionario retirado; Mabel, profesora de Química, organizaron
sus asuntos y emplearon parte de sus viviendas, o hasta la vivienda entera, para
el arrendamiento a turistas extranjeros. Poco a poco comenzaron a avanzar pero
se encontraron un obstáculo: se hacía difícil
compatibilizar el pago de los impuestos mensuales al gobierno con la frecuencia
de arribo de clientes. Y si no se pagaban, la licencia para ejercer el negocio
podía ser retirada.
Por aquellos días más o menos desesperados apareció un
hombre que al principio los arrendadores miraron con malos ojos. Mandy, como le
llaman, se presentó al negocio de alquiler a extranjeros con todos los
recursos a la mano. Se había mudado a una de las mejores casas del barrio
y en menos de tres meses la acondicionó para su empresa. Mandy amenazaba
con ser un peligroso competidor. Bajo su apacible talante de marido
absolutamente enamorado de una bella esposa, dueña de ojos verdes y
caderas generosas, parecía ocultarse un comerciante frío y sin
escrúpulos.
Pero Ana María y los demás se equivocaron. Mandy comprendió
al instante lo que pasaba y un día convocó a una reunión de
arrendadores de barrio, donde propuso, y se decidió, crear una
cooperativa. Compartirían la información y clientes, contactos y
hasta avisos en Internet, porque el tal Mandy, si bien no es de juego, tiene
madera de líder.
El acuerdo básico fue simple: si alguien encontraba un cliente que no
podía atender porque sus habitaciones se encontraban arrendadas, lo
pasaría a un centro coordinador y recibiría cinco dólares
diarios de comisión, descontados del precio del arriendo del beneficiado
que recibiría al cliente. Por ejemplo: si Mabel, que cobra 20 dólares
por noche, recibe de Ana María un turista, le paga a ésta cinco de
esos 20 dólares.
Seis meses después de creada la informal asociación, la
cooperativa lidereada por Mandy exhibía un muy saludable nivel de ocupación
de 80 por ciento, bien por encima del 58 por ciento reportado por la hotelería
estatal al cierre de 2001, según datos de la Comisión Económica
para América Latina.
Por supuesto, la baja del turismo provocada por los atentados terroristas
del 11 de septiembre perjudicó, pero los cooperativistas hoteleros se
recuperaron pronto. Este verano estuvieron a tope, en gran medida por la visión
de Mandy, quien comenzó a buscar para todos un tipo especial de cliente.
En vez de preferir gente como los peregrinos a la tumba del Che, la cooperativa
optó por extranjeros que hacen estadías en Cuba por varios meses
como médicos que cursan especializaciones, estudiantes latinoamericanos
de música o menudas entomólogas japonesas que, de paso, hacen el
amor con negros cubanos de más de seis pies de alto.
¿Es única la cooperativa lidereada por Mandy?
No. En la frontera de los municipios Centro Habana y Habana Vieja puede
localizarse a Sandra, regenta de 18 habitaciones repartidas en un par de
edificios. En el barrio del Vedado, municipio Plaza de la Revolución,
Virginia dirige una asociación similar, especializada en turismo de casi
cinco estrellas.
Todas estas cooperativas operan bajo condiciones parecidas: acuerdos
generales, comisiones mutuas y, sobre todo, confianza entre los asociados. Las
leyes cubanas no les permiten la legalización como pequeñas
empresas de servicios. Pero nada de lo que hacen está prohibido. Cada
arrendador tiene su licencia, paga sus impuestos y recibe a los inspectores del
gobierno como hace cualquier empresario que se respeta. Pero, por debajo de la
mesa, este curioso movimiento parece presentarse como una evolución de la
economía informal cubana hacia una organización más
compleja.
Mandy, al frente de su cooperativa, pone especial acento en el servicio
exquisito al cliente y en contar con buenas comunicaciones. "Invertimos en
un fax y aprovechamos la posibilidad de contar con un servicio de correo electrónico
en una oficina postal del gobierno. También hicimos un fondo común
para pagar llamadas telefónicas internacionales. Algunos de nuestros
clientes nos anuncian en Internet, pero creo que nuestra mejor publicidad es que
quedan encantados con nuestro servicio. Los arrendadores nos reunimos todas las
semanas y velamos porque todos tengan clientes o, si ocurre alguna emergencia,
pagamos entre todos los impuestos del que no ha tenido suerte", afirma el líder
cooperativista.
Por su parte, Ana María complementa a Mandy como gestora de los
servicios anexos. "De una manera o de otra los 15 arrendadores creamos
empleo para cerca de 50 personas, quienes se ocupan de lavandería,
electricidad, plomería, reparaciones de equipos o transportación.
Nuestra única condición es no violar las leyes, porque sabemos que
nuestros elevados ingresos, para las condiciones de Cuba, provocan muchas
envidias", apuntó Ana María.
¿Puede considerarse a estas cooperativas hoteleras como informales?
En parte sí. En parte no. Su base es legal porque cada arrendador
posee su licencia individual, pero su forma de organización no está
reconocida por la ley, si bien nada prohíbe a los arrendadores coordinar
sus acciones como lo hacen.
Sin embargo, la existencia de esa forma de organización hace pensar
en que ha comenzado a repetirse el movimiento por medio del cual la economía
informal isleña ha forzado al gobierno de Fidel Castro a adoptar algunas
reformas económicas, como la despenalización de la tenencia de
divisas o la ampliación del autoempleo.
De hecho, las cooperativas hoteleras son pequeñas empresas privadas.
Si algo produce alergia a las políticas económicas gubernamentales
en este momento es la idea de debatir, ya no de autorizar, la permisión
de este tipo de empresas en todos los sectores de bienes y servicios (hoy sólo
existen en la agricultura y con limitaciones), por mucho que destacados
economistas oficiosos e independientes hayan recomendado cruzar el Rubicón.
Mandy, Ana María, Sandra, Virginia, son ejemplos de una iniciativa
coartada, pero en acción. Todos ellos, aunque pagan sus impuestos y son o
fingen ser simpatizantes del gobierno, participan de una soterrada rebelión
que debería ser apoyada. Ellos no necesitan de los dineros provenientes
de programas de ayuda a organizaciones no gubernamentales. Ellos sólo
piden turistas.
Por ese motivo se están preparando y se mantienen atentos a las
discusiones que en el congreso de los Estados Unidos de América tienen
lugar sobre la eliminación de las restricciones a los viajes de
estadounidenses a la isla. Como muchos en Cuba, ellos opinan que esos yankees
serán los mejores clientes.
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