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25 de septiembre, 2002


Cooperativas hoteleras ¿informales?

Manuel david Orrio, CPI

LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Aunque Ana María dice mantenerse fiel a su militancia castrista, su vida de hoy se concentra en administrar el negocio de hotelería que comenzó a crear en los años más difíciles del llamado período especial, cuando la decisión de alquilar dos habitaciones de su vivienda habanera a los amantes urgidos de encuentros fugaces salvó de hambre a la familia.

Ana María, su esposo y su hijo comieron, pero también ahorraron e invirtieron. Repararon su casa y le agregaron una tercera habitación para arrendar, registraron el negocio y, andando y andando, llegaron a tener su actual microempresa especializada en alquilar esas bien acondicionadas habitaciones a turistas extranjeros.

El tiempo de otorgar techo a los desfogues clandestinos del barrio quedó atrás. Ahora Ana María es toda una experta en ese segmento del mercado al que ella nombra "turismo sexual de izquierda". Casi todos sus clientes peregrinan a la tumba del Che Guevara. Pero van a rendirle homenaje llevando del brazo a la jinetera o al jinetero.

En un área de un kilómetro cuadrado, otros vecinos de Ana María siguieron su ejemplo. Braulio, oficial jubilado del Ministerio del Interior; Antero, funcionario retirado; Mabel, profesora de Química, organizaron sus asuntos y emplearon parte de sus viviendas, o hasta la vivienda entera, para el arrendamiento a turistas extranjeros. Poco a poco comenzaron a avanzar pero se encontraron un obstáculo: se hacía difícil compatibilizar el pago de los impuestos mensuales al gobierno con la frecuencia de arribo de clientes. Y si no se pagaban, la licencia para ejercer el negocio podía ser retirada.

Por aquellos días más o menos desesperados apareció un hombre que al principio los arrendadores miraron con malos ojos. Mandy, como le llaman, se presentó al negocio de alquiler a extranjeros con todos los recursos a la mano. Se había mudado a una de las mejores casas del barrio y en menos de tres meses la acondicionó para su empresa. Mandy amenazaba con ser un peligroso competidor. Bajo su apacible talante de marido absolutamente enamorado de una bella esposa, dueña de ojos verdes y caderas generosas, parecía ocultarse un comerciante frío y sin escrúpulos.

Pero Ana María y los demás se equivocaron. Mandy comprendió al instante lo que pasaba y un día convocó a una reunión de arrendadores de barrio, donde propuso, y se decidió, crear una cooperativa. Compartirían la información y clientes, contactos y hasta avisos en Internet, porque el tal Mandy, si bien no es de juego, tiene madera de líder.

El acuerdo básico fue simple: si alguien encontraba un cliente que no podía atender porque sus habitaciones se encontraban arrendadas, lo pasaría a un centro coordinador y recibiría cinco dólares diarios de comisión, descontados del precio del arriendo del beneficiado que recibiría al cliente. Por ejemplo: si Mabel, que cobra 20 dólares por noche, recibe de Ana María un turista, le paga a ésta cinco de esos 20 dólares.

Seis meses después de creada la informal asociación, la cooperativa lidereada por Mandy exhibía un muy saludable nivel de ocupación de 80 por ciento, bien por encima del 58 por ciento reportado por la hotelería estatal al cierre de 2001, según datos de la Comisión Económica para América Latina.

Por supuesto, la baja del turismo provocada por los atentados terroristas del 11 de septiembre perjudicó, pero los cooperativistas hoteleros se recuperaron pronto. Este verano estuvieron a tope, en gran medida por la visión de Mandy, quien comenzó a buscar para todos un tipo especial de cliente. En vez de preferir gente como los peregrinos a la tumba del Che, la cooperativa optó por extranjeros que hacen estadías en Cuba por varios meses como médicos que cursan especializaciones, estudiantes latinoamericanos de música o menudas entomólogas japonesas que, de paso, hacen el amor con negros cubanos de más de seis pies de alto.

¿Es única la cooperativa lidereada por Mandy?

No. En la frontera de los municipios Centro Habana y Habana Vieja puede localizarse a Sandra, regenta de 18 habitaciones repartidas en un par de edificios. En el barrio del Vedado, municipio Plaza de la Revolución, Virginia dirige una asociación similar, especializada en turismo de casi cinco estrellas.

Todas estas cooperativas operan bajo condiciones parecidas: acuerdos generales, comisiones mutuas y, sobre todo, confianza entre los asociados. Las leyes cubanas no les permiten la legalización como pequeñas empresas de servicios. Pero nada de lo que hacen está prohibido. Cada arrendador tiene su licencia, paga sus impuestos y recibe a los inspectores del gobierno como hace cualquier empresario que se respeta. Pero, por debajo de la mesa, este curioso movimiento parece presentarse como una evolución de la economía informal cubana hacia una organización más compleja.

Mandy, al frente de su cooperativa, pone especial acento en el servicio exquisito al cliente y en contar con buenas comunicaciones. "Invertimos en un fax y aprovechamos la posibilidad de contar con un servicio de correo electrónico en una oficina postal del gobierno. También hicimos un fondo común para pagar llamadas telefónicas internacionales. Algunos de nuestros clientes nos anuncian en Internet, pero creo que nuestra mejor publicidad es que quedan encantados con nuestro servicio. Los arrendadores nos reunimos todas las semanas y velamos porque todos tengan clientes o, si ocurre alguna emergencia, pagamos entre todos los impuestos del que no ha tenido suerte", afirma el líder cooperativista.

Por su parte, Ana María complementa a Mandy como gestora de los servicios anexos. "De una manera o de otra los 15 arrendadores creamos empleo para cerca de 50 personas, quienes se ocupan de lavandería, electricidad, plomería, reparaciones de equipos o transportación. Nuestra única condición es no violar las leyes, porque sabemos que nuestros elevados ingresos, para las condiciones de Cuba, provocan muchas envidias", apuntó Ana María.

¿Puede considerarse a estas cooperativas hoteleras como informales?

En parte sí. En parte no. Su base es legal porque cada arrendador posee su licencia individual, pero su forma de organización no está reconocida por la ley, si bien nada prohíbe a los arrendadores coordinar sus acciones como lo hacen.

Sin embargo, la existencia de esa forma de organización hace pensar en que ha comenzado a repetirse el movimiento por medio del cual la economía informal isleña ha forzado al gobierno de Fidel Castro a adoptar algunas reformas económicas, como la despenalización de la tenencia de divisas o la ampliación del autoempleo.

De hecho, las cooperativas hoteleras son pequeñas empresas privadas. Si algo produce alergia a las políticas económicas gubernamentales en este momento es la idea de debatir, ya no de autorizar, la permisión de este tipo de empresas en todos los sectores de bienes y servicios (hoy sólo existen en la agricultura y con limitaciones), por mucho que destacados economistas oficiosos e independientes hayan recomendado cruzar el Rubicón.

Mandy, Ana María, Sandra, Virginia, son ejemplos de una iniciativa coartada, pero en acción. Todos ellos, aunque pagan sus impuestos y son o fingen ser simpatizantes del gobierno, participan de una soterrada rebelión que debería ser apoyada. Ellos no necesitan de los dineros provenientes de programas de ayuda a organizaciones no gubernamentales. Ellos sólo piden turistas.

Por ese motivo se están preparando y se mantienen atentos a las discusiones que en el congreso de los Estados Unidos de América tienen lugar sobre la eliminación de las restricciones a los viajes de estadounidenses a la isla. Como muchos en Cuba, ellos opinan que esos yankees serán los mejores clientes.


Esta información ha sido transmitida por teléfono, ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a Internet.
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