Hello Doris
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Doris es mi vecina. Laboriosa como
una hormiga. No descansa un minuto. Gusta de los animales y siempre está
sonriente. La saludo con agrado. Me complace la gente trabajadora. Le sobran
motivos para la congoja, pero no se deja vencer por la tristeza.
En 1994 su hija se subió a una balsa y fue a dar a Guantánamo
y de Guantánamo a Miami. Gianni era entonces pequeñito y su mamá
no quiso exponerlo a una travesía incierta. Desde esa época,
Doris, su abuela, lo cuida, educa y alimenta.
El año pasado, José, el esposo de Doris, también abordó
una balsa. No pudo llegar a su destino. Un guardacostas estadounidense lo
interceptó y lo devolvió al país. Desde entonces José
no trabaja para el Estado. Prefiere las labores particulares. Un balsero
devuelto es siempre sospechoso. Taciturno y amable anda en sus quehaceres sin
molestar a nadie, pero sin ocultar que tiene una gran esperanza: poderse marchar
algún día.
A Doris la escucho por mi ventana. Mientras yo escribo ella llama a sus
gallinas para alimentarlas. Detrás del edificio los vecinos han
improvisado patios cercados con toda la hosquedad que impone la miseria. Doris
improvisó el suyo. Cuando se podía criar cerdos tenía uno.
Cuando la furia contra el Aedes aegyptis los prohibieron y entonces Doris se
dedicó a la crianza de gallinas y patos.
Esos patios detrás de los edificios se autorizaron cuando el período
especial arreció. Se pretendía que los vecinos tuvieran parcelas
propias de donde extraer verduras y vegetales para el autoconsumo. Fue en vano.
Las tierras costeras no son muy fértiles. Pero, por lo menos, la gente
tuvo donde criar algunos animales y acumular trastos inservibles. Aún
permanecen como favelas en miniaturas.
No creo que las gallinas y los patos le brinden algún dividendo a
Doris. Más bien los cría para el consumo familiar. Su dinero lo
obtiene de otra manera. Ella forma parte de esa pléyade de voceadores que
venden cualquier cosa por los barrios. "Vaya, masarreal de coco", pasa
pregonando por las mañanas. "Vaya, coquitos acaramelados", pasa
anunciando al mediodía. "Vaya, panetelitas borrachas", pasa
vendiendo en las tardes.
Doris es infatigable. De vivir en cualquier otro lugar ya tuviera un negocio
próspero, pero en Cuba se vive, se trabaja sólo para morir de
hambre. Su voz no es angustiosa como la de otros vendedores. Ella lo hace con
alegría, como si disfrutara su pequeño comercio.
Cuando la encuentro y le digo: "Hola, Doris", me responde, primero
con una sonrisa, luego: "Aquí, luchando, que esto está de
truco". Si lo apetezco le compro de lo que esté vendiendo y,
mientras lo como, ella me cuenta de la muerte de Bethoven, su perro sato,
fallecido misteriosamente después que se fuera a las greñas con
otra vecina en la reunión de entrega del televisor. En eso pasa una señora
gorda gritando: "¡Espaguetis, comino, limones!" Y un oriental de
bigote negrísimo que con voz de torturado vocea: "¡Aguacateeeeee
... (hace una pausa larga) ... maduuuuuuuuro!" Y un viejito casi ciego con
espejuelos de gruesos cristales: "Refresquitos Toqui: fresa, naranja, cola".
Y ella me mira con mucho brillo en los ojos y una sonrisa esplendorosa y me
dice: "Parecemos almas en pena gritando por todo el infierno, y total, para
nada".
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