La crónica
complaciente
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Serían cerca de las once de
la mañana del miércoles pasado cuando me avisaron. Yara había
sido arrestada. La tenían, por orden de la policía política,
en la Estación 27 de Alamar. ¿Su delito? Hasta ese momento no se sabía.
Llegué a la Estación y ahí, sentada en un banco, sin
que nadie la hubiera atendido todavía, estaba mi amiga. La saludé.
Pregunté al oficial de turno. Sólo me dijo que un compañero
del Ministerio del Interior hablaría con ella, y que no podía
estar allí. Salí a esperar.
No pensaba escribir sobre el suceso. Ya para nadie es noticia que la policía
política arreste a cualquier ciudadano y lo interrogue, y lo amenace, y
le proponga que trabaje para ellos, y pretenda chantajearlo con el permiso de
salida del país, y hasta lo monte en un automóvil y lo deje
abandonado a cientos de kilómetros de la ciudad. Pero ocurrió algo
que llamó mi atención.
A las tres de la tarde, y sin que Yara Domínguez hubiera probado
bocado alguno, cuando yo iba a comprarle una pizza en un puestecillo cercano a
la Estación de Policías, vi deslizarse por la calle un automóvil
con el rótulo del G-2 que conducía a dos oficiales uniformados y
dos más de civil. Hasta ese momento pensaba que se trataría de una
conversación con un oficialito de poca monta de la misma localidad, pero
la cosa parecía más gorda. Habían venido oficiales de la
mismísima Villa Maristas.
La pizza de Yara tuve que comérmela. Yo también estaba sin
almorzar. El interrogatorio se prolongó hasta cerca de las cinco de la
tarde. Cuando salió me contó apresuradamente. Nada nuevo. La misma
bobería de siempre. Amenazas veladas, proposiciones de trabajo como
chivatiente, un poco de diatriba contra los opositores, recaditos para mí
de que no me otorgarían la Tarjeta Blanca (permiso de salida del país
que concede o niega el Ministerio del Interior, sin el cual ningún cubano
puede emigrar temporal o definitivamente de modo legal), cínicas
disculpas por haberla hecho esperar tanto, y "ya sabes, éste es
nuestro teléfono, para cualquier cosa en que podamos ayudarte".
Los oficiales que la interrogaron le dijeron llamarse Alberto y Miguel, que
es como decir Serpico y Chan Lee Po, ya se sabe, nombrecitos de ficción.
Y estaban muy preocupados por demostrarle a Yara que no la habían
maltratado. La policía política cubana tiene un extraño
concepto del maltrato y del abuso. Creen que sólo las torturas, las
patadas por el culo y algún dientecito arrancado de cuajo es violación
de los derechos humanos.
¿Cómo se llama entonces sacar a una mujer de su casa desde las
diez de la mañana, tenerla sin almorzar, retenida hasta las tres de la
tarde y, a esa hora, someterla a un interrogatorio hasta las cinco?
No pensaba escribir sobre el suceso. Es vulgar y sobresabido. Reportes de
este tipo, la prensa independiente cubana los hace por centenares cada semana.
Pero quise complacer a Serpico y Chan Lee Po. Como me vieron fuera de la Estación
esperando a Yara, le dijeron que cuando yo escribiera mi crónica -lo cual
le serviría de aval en la Oficina de Intereses de Estados Unidos de América,
según sus propias palabras- les enviara una copia. ¡Qué raro,
¿verdad?! Ni Yara ni ningún cubano normal tiene acceso a Internet.
Ellos debían ser los que le dieran copia a Yara. ¿No les parece?
Además, si de aval se trata, mi crónica en realidad a quien avala
frente a sus jefes, por su buen trabajo, es a ellos. Por eso nunca escribo sobre
esas boberías rutinarias que ocurren todos los días en Cuba contra
pobres ciudadanos como Yara Domínguez, a quien ellos mismos le han
arruinado la vida negándole el permiso de salida del país desde
hace más de diez años.
Nota: Para más detalles sobre Yara Domínguez sugiero la
lectura de El Grito
de Yara, publicado en cubanet.org.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
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