La pedagogía
cubana
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - En el año 1958 mi madre
tuvo la suerte de conseguirme una matrícula en la escuela pública "Valdés
Rodríguez", en el distinguido barrio del Vedado. Yo tenia 6 anos y
provenía de la creche, que ahora llaman Círculos Infantiles. La
directora de esa creche era una señora rechoncha, mulata blanconaza, de
la cual mi madre se hizo amiga. Esa directora tenía influencia en el
sistema educacional de aquellos tiempos. La creche se encontraba en la calle
Concordia, entre Lealtad y Perseverancia.
A la entrada de la creche había una bandera cubana y un retrato
inmenso del tirano Fulgencio Batista. Un día, al principio de mi estancia
en la creche, mi madre, delante de la directora (que era batistiana), elogió
al tirano y me conminó a que hiciera lo mismo con mis escasos 5 años
que no comprendían nada de lo que me obligaban a decir, pero lo decía
como un papagallo. De todas maneras, de aquella directora no tengo ningún
mal recuerdo.
Después, de adulto, supe que mi ingreso en la escuela pública "Valdés
Rodríguez" dependió de aquella directora. Lo único que
me molesta después de grande es que a los niños se les obligue, aún
antes de comprender el infierno del mundo, a que se comprometan con algo.
Yo recuerdo con vívido agrado mi primer día de clase en la
escuela pública "Valdés Rodríguez", como también
recuerdo mis primeros días de clase en otras escuelas.
Mi primer día de clase en "Valdés Rodríguez"
ocurrió en el año 1958. "Valdés Rodríguez"
estaba rodeado de otras escuelas y no tenía nada que envidiarle a las
escuelas privadas. La disciplina era rígida, sin que significara que los
maestros e instructores tuvieran que tratar mal a los alumnos. Meses antes de
entrar a la escuela recuerdo que mi madre y yo pasamos a recoger la ropa
gratuita de la escuela, que eran dos camisas blancas de mangas cortas con el
escudo de la provincia de La Habana estampado en el bolsillo, y dos pantalones
negros.
El primer día de clase cada profesor le entregó una libreta a
cada alumno. Esas libretas las recuerdo con mucho cariño. Eran gordas, de
papel de calidad, y en la portada tenían el escudo de la provincia, y por
detrás las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir. Ahora que
existen las pequeñas calculadoras, y las libretas no traen impresas las
tablas de la aritmética elemental, pienso que aquello era un buen recurso
auxiliar para el alumno.
Una de las cosas que más me gustaba de "Valdés Rodríguez"
era el silencio que había en cada aula. Los profesores imponían
respeto, y los muchachos deseaban estudiar en "Valdés Rodríguez"
tenían que portarse bien para no ser expulsados.
En "Valdés Rodríguez" estuve hasta el segundo o
tercer grado. Esa fue la única escuela en toda mi vida donde me he
sentido bien.
Después conocí horribles escuelas en la Habana Vieja (ya había
triunfado la Revolución). Aulas llenas de gritos, ruidos, maestros histéricos
que no eran respetados por los alumnos.
Estas escuelas, que aún existen, simplemente eran casas coloniales
habilitadas para ser escuelas. Y pienso que la arquitectura es determinante. En
estas casas coloniales de la Habana Vieja el alumno sabe que no se encuentra
dentro de una auténtica escuela, sino que su aula simplemente es la
antigua habitación de una casa. En este sentido, la arquitectura juega un
papel primordial en el destino de una escuela. Y estas casas coloniales
habilitadas para escuelas no ayudan ni al alumno ni a los maestros. Pienso que aún
no hemos superado a los griegos y romanos que tenían un patrón
arquitectónico según fuera la función del edificio a
construir.
Pero mi objetivo era hablar de cómo eran los libros que se utilizaban
antes de la Revolución en las escuelas públicas y privadas. A mi
entender, eran libros que tenían muy bien definido y logrado el arte de
la pedagogía. Pero cuando triunfó la Revolución esos libros
fueron retirados. Yo guardo dos ejemplares de aquellos tiempos: un Compendio de
la Historia de Cuba, edición 1948, del maestro normalista Miguel Angel
Fonseca, y una Historia Contemporánea, edición 1950, de la Doctora
en Filosofía y Letras y Pedagogía, Profesora Titular de Geografía
e Historia del Instituto No.1, de La Habana.
Recientemente visité la casa natal del padre Félix Varela en
la calle de los Obispos, que la oficina del Historiador de la Ciudad, Sr.
Eusebio Leal, ha rescatado de las ruinas del tiempo, ahora convertida en
Biblioteca Pedagógica, y los dos libros antes mencionados allí los
encontré junto a otros libros de la misma época, que ya están
considerados ejemplares únicos.
Otros libros que llamaron mi atención son una Historia Local de la
Habana, grado tercero, edición 1948, del Doctor F. Armando Muñoz; "Los
cuentos de abuelito", edición 1947, del Dr. Justo Albert Luaces; "Aritmética
Elemental", tercer grado, edición 1955, del Dr. J. Elpidio Perez
Somoza, libros todos que a simple vista despiertan los deseos de estudiar por el
diseño y colores que clasifican su contenido. Algo que no ocurrió
con los libros que la Revolución editó por toneladas para la
educación en Cuba después de 1959.
Estos libros editados por la Revolución eran, y son, horribles. Uno
leía y leía, y nada entendía. Esto que estoy hablando es mi
experiencia personal. Y pienso que el actual estado cubano cometió un
gravísimo error cuando prescindió de los valiosos materiales
escolares que nuestros pedagogos de la República nos legaron y así
privó de un tesoro nacional a nuestros niños.
Un día me encontré en la calle de los Obispos, frente al
antiguo Ministerio de Educación de la década de 1980, cajas de
papeles mecanografiados que decían "primera copia para el Ministro,
segunda copia para archivar". Eran traducciones que se hicieron en los 80
sobre todos los sistemas de enseñanza pedagógica en diferentes países,
especialmente de revistas norteamericanas. Cuando el país se quedó
sin papel y sin nada, en los años 90 del Período Especial, esas
cajas llenas de interesantes materiales me sirvieron para escribir al dorso de
los papeles.
De manera que pienso que todo el trabajo o parte del trabajo que se gastaron
en el Ministerio de Educación los traductores en los años 80 del
siglo pasado fueron botados a la basura. Y eso es lo que siempre han estado
haciendo los cubanos después que triunfó la Revolución:
botando, expulsando, prescindiendo e ignorando nuestros valores autóctonos.
Los éxitos que se lograron durante la Republica, especialmente en
materia pedagógica y educativa, han sido ignorados.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
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