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16 de septiembre, 2002


Orgullo nacional

Lázaro Raúl González, CPI

HERRADURA, septiembre (www.cubanet.org) - Antes nuestro orgullo nacional lo representaba la industria azucarera. La producción per cápita de azúcar era la más alta del mundo.

También el tabaco ha sido muchas veces motivo para inflar el orgullo nacional. ¿Quién no ha escuchado el eslogan de que el de Vueltabajo es EL MEJOR TABACO DEL MUNDO?

Pero nuestra producción azucarera ha bajado a los niveles de Haití, y hay quienes dicen por ahí, a voz en cuello, que el tabaco que se cosecha en Honduras y en República Dominicana es mejor que el pinareño.

Tampoco es ya interés de ninguna potencia extranjera el hecho de que hayamos tenido 60 mil tropas dislocadas por el continente africano, lo cual permitió a algunos alucinados considerarse libertadores, y a algún cacique de república bananera suponerse Napoleón.

Los triunfos alcanzados en el campo de la educación y la salud son más un mito exportable del oficialismo que una verdadera conquista de la que pueda ufanarse el pueblo de la Isla. Ni siquiera el deporte, que había estado sacando la cara por todo el descalabro nacional de la década de los 90, ha podido últimamente contentar la vanagloria de la nación ni del gobierno que supuestamente la representa.

La derrota del "invencible" equipo cubano de béisbol ante los norteamericanos en Sydney 2000, la deserción en Europa del equipo nacional de volleyball, las reiteradas denuncias de dopaje contra Javier Sotomayor, y el eclipse de algunas individualidades del deporte criollo, nos han dejado huérfanos de las satisfacciones colectivas que perfilaban el orgullo nacional.

Pero, ¿acaso necesitan los pueblos, como el velero al viento, de un orgullo nacional para moverse? Según lo que muestra la historia, la infladera excesiva de los valores nacionales sirve, cuando menos, para ayudar a gobernar, tanto a demagogos electos como a déspotas consumados. Ya que el éxito de su gestión administrativa no suele justificar su presencia en el poder, estos políticos artificiosos deberán encontrar el modo de enaltecer el orgullo nacional del pueblo aunque fuere fundamentándolo sobre la pura ficción.

En el caso de Cuba, donde no convive una pluralidad de etnias y ni siquiera hay fronteras terrestres con ningún otro país, el régimen castrista ha explotado el antinorteamericanismo hasta el cansancio. Durante 43 años se han ensalzado los valores de la sociedad socialista criolla en contraposición con la herencia histórica de la nación de Jefferson y Madison.

El gobierno de la Isla niega al pueblo los beneficios que pueden derivarse de una democracia representativa-participativa, y abomina de ella amargamente. Pero encima, particulariza como una proeza exclusiva y propia derechos que gozan en cuantía superior millones de personas bajo regímenes democráticos.

Así, los apologistas del castrismo pretenden alimentar el orgullo nacional publicitando las posibilidades de que un médico atienda a un ciudadano y de que un niño asista a la escuela gracias a los "derechos cubanos".

Años atrás un cubano que por primera vez salía de la Isla quedó anonadado al llegar a Costa Rica y constatar que -contrario a lo que siempre había escuchado de que no había un cielo tan azul como el cubano- aquel firmamento era tan añil como su cielo.

Lastimosamente, como lógica consecuencia de toda obra espúrea, el esfuerzo del régimen por robustecer el orgullo de los cubanos por su patria ha sido infructuoso. De tanto enarbolarla la enseña nacional se ha vuelto un ripio ante los ojos de la gente.

Pocos encuentran de qué enorgullecerse y la crisis de amor propio nacional es bisexual y multigeneracional. La apatía por la problemática nacional, el deseo de emigrar y la falta de identidad constituyen algunas de las características que tipifican la desvalorización que sufren los jóvenes cubanos.

La obtención de una visa o al menos de una camiseta o una gorra con una bandera americana son la máxima aspiración de muchos. Para ellos orgullo sólo puede provocar el irse para Miami y regresar a los dos años conduciendo por entre la gente pobre un carro bien moderno alquilado al gobierno.

Todo contrasta con aquella Cuba de siempre que parió a hombres genuinamente nacionalistas como Guiteras y Chibás. El hombre nuevo diseñado por la revolución no parece heredero de aquel criollo promedio que hace 50 años se preocupaba por los problemas de su patria. Y sin grandilocuencias, pero con dolor, humildad y cariño exclamaba tras un hondo suspiro:

- Ay, Cubita la bella, tú no te mereces esto.


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