A paso de
bastón: Primer of Chess
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - A sus trece años de edad,
mi hijo Miguel David ha dejado de ser el incorregible hablador de política
que una vez fue, para convertirse en una de las promesas del ajedrez cubano,
mientras su padre vacila cual equilibrista entre el orgullo y la incredulidad.
La cubana Vivian Ramón, primera iberoamericana en alcanzar el título
de Gran Maestra y entrenadora principal de mi principillo, dice de él que
es un "diamante en bruto". Miguel David, como otros niños y
adolescentes que casi a diario asisten al Instituto Superior Latinoamericano de
Ajedrez, ubicado en Ciudad de La Habana, sueña con repetir la hazaña
del genio ajedrecístico cubano José Raúl Capablanca: traer
a Cuba la corona de campeón mundial.
Por ahora, sin embargo, ese sueño tropieza con todo género de
dificultades. Un año atrás reporté que los niños
asistentes al mencionado instituto jugaban a la vera de un cartel que anuncia:
PELIGRO TECHO AL DESPLOMARSE. Recientemente, por decisiones burocráticas
del presidente del Instituto Nacional de Deportes y Recreación, un
proyecto concebido para el desarrollo de esos niños talentos se vino
abajo, según se me informó. La idea era simple: garantizar
alimentación y entrenamiento especiales para seis chiquillos cuya
concepción y nivel de juego permite estimar que poseen algo así
como las capacidades mágicas de Harry Potter, pero frente al tablero.
Ser padre de un niño ajedrecista en Cuba no sólo implica pasar
por decepciones como las narradas. Miguel David, junto a niños como
Camilo, era uno de los seis que a estas alturas debía estar sometido a la
disciplina de exigentes preparadores, dispuestos a darlo todo para hacer
realidad el sueño de encontrar al heredero de Capablanca. Nada
descabellado, por cierto. Del Instituto Superior Latinoamericano de Ajedrez
surgieron Lázaro Bruzón y Lenier Domínguez, un par de
jovenzuelos ya Grandes Maestros que hoy se tratan de tú a tú con
lo mejor del ajedrez mundial.
A Dios gracias, los niños ajedrecistas a quienes se les negó
la oportunidad son duros de pelar. Siguen jugando, mientras los padres preparan
los bolsillos para algunos retos ilustrativos de cuál es la situación
real de la práctica del ajedrez en Cuba. No sólo ese cartel
anunciador del peligro de un techo al desplomarse informa (y no sólo el
andar de los trebejistas adolescentes por media Habana para asistir a clases y
torneos), avisa de precariedades absolutamente injustificadas.
La más elemental lógica hace pensar, por ejemplo, que un libro
de ajedrez como Primer of Chess, escrito por Capablanca en Inglés y
editado recientemente en Cuba, en castellano, debía estar al alcance de
esos muchachos que sueñan con heredar la gloria del considerado mayor de
los mayores en el juego ciencia. Pues no. Primer of Chess se vende en la Isla al
escandaloso precio de 5 dólares, aproximadamente la mitad del salario
medio mensual.
Primer of Chess apenas llega a las cien páginas. Su valor para los
ajedrecistas se encuentra tanto en la identidad del autor como en la intención
lograda de dotar a los interesados de una lógica de juego que hoy puede
identificarse como raigalmente cubana. Junto a otro libro de Capablanca, Últimas
Lecciones, Primer of Chess debía ser la obra de cabecera para quienes
anidan el sueño de heredar la corona del gran jugador isleño.
Pero, según parece, comerciar a precios de escándalo puede ser más
importante que hacer realidad un sueño.
Más de una vez me he preguntado por qué no parece el ajedrez
un deporte priorizado por el gobierno de Fidel Castro, que tanto se vanagloria
de logros deportivos. Como respuesta, sólo tengo una hipótesis:
enseña a pensar.
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