CUBANET... INTERNACIONAL

Septiembre 9, 2002



¡La catorce! ¡La catorce!

José Antonio Zarraluqui. El Nuevo Herald, septiembre 9, 2002.

No sé qué tiene el número 14, ni siquiera sé qué significa en la charada, pero lo cierto es que de tanto en tanto sale a relucir con fuerza inusitada en la vida de los cubanos. Y 14 para acá, 14 para allá, se diría que de repente los otros números se escurren avergonzados por el foro.

Ahora es la enmienda 14, la que tiene que ver aquí en Miami con los derechos antidiscriminatorios --dicen algunos-- o discriminatorios --según otros-- concedidos a los homosexuales por una polémica regulación que debe por tanto ser --dicen algunos-- ratificada o --según otros-- abolida.

Pero en los ya lejanos tiempos de principios de la revolución facha en Cuba, el 14 sonó muchísimo. Fue con motivo de la última elección de una reina del carnaval habanero. A partir de ahí resultó que los pollos cubanos ya no pudieron exhibirse ni siquiera vestidas discretamente, no digamos en trusa, y menos disfrazadas de milicianas, porque a ''las compañeritas'', en ''una revolución verdadera'', en la que ''se muere o se triunfa'', hay que "respetarlas y no hacerlas objeto de deseo o espectáculo''.

Menuda estupidez, sobre todo viniendo de quien venía. Pero cuando las órdenes son revolucionarias, son revolucionarias de verdad. ¿Díjolo Blas? Punto redondo. Esto es, ¿díjolo Fidel?, pues todo el mundo bocabajo. Así que aquellos enjambres de chicas bonitas, despampanantes, a todo lo largo de la isla vieron de pronto todo su gozo metido en un pozo. El pozo de la guanajería marxistoleninistocastrista.

Antes, en el curso de la noche habanera en la Ciudad Deportiva en que se llevaba a cabo el concurso, cuando precisamente lo que pasó allí produjo un cambio de política, la que se armó fue de padre y muy señor mío. Pasaron primero las muchachas con traje de noche. Pasaron después en trusa. Y luego las entrevistaron. El público, atento al metal de voz, la entonación y la chispa al responder de cada aspirante, observó sus donosuras y sus desenvolturas. El jurado, mientras tanto, hacía sus apuntaciones. Hasta que llegó el momento de anunciar a la ganadora. Fue cuando ardió Troya.

Para los televidentes, ése era mi caso, resultaba obvio que desde el principio el público asistente había hecho su elección. Esos murmullos que corrían entre la multitud --de aprobación o arrobo o rechazo o, por el contrario, una ausencia de murmullos que denotaba indiferencia--, indicaban a las claras por dónde iban los tiros. Y cuando el jurado declaró triunfadora a una que no era la que llevaba el cartel con el número 14, el coliseo se vino abajo.

--¡La catorce! ¡La catorce! --rugieron las gradas, pataleos incluidos.

El maestro de ceremonias intentó hacerse oír, casi tragándose el micrófono. Nada.

--¡La catorce! ¡La catorce! --cada segundo era peor.

El pobre maestro de ceremonias, desgañitado, conque si la compañerita tal aparte de sus indudables encantos físicos e intelectuales poseía en grado insuperable valores morales y revolucionarios porque era sobrina del compañero tal, un mártir de la revolución, y era miembro del comité de defensa tal y del seccional de la juventud más cual y, a pesar de su corta edad, un verdadero cuadro de la federación de mujeres, y que si patatín y que si patatán... Pero el pueblo seguía intratable.

--¡La catorce! ¡La catorce! --que cuando a la gente se le concede la oportunidad de manifestar su opinión y su voluntad, olvídense, las manifiesta. Aunque la cosa acabe como la fiesta del Guatao.

Bueno, ahora, aquí en Miami, a lo que estamos enfrentados es a la enmienda 14. Son catorce las enmiendas por las que hay que votar, pero de las trece primeras casi no se habla. La 14 es la manzana de la discordia. Discriminación o antidiscriminación, simpatía por los gays o prejuicio por lo gay, así está planteado el asunto. ¿Qué debe hacerse? ¿Cómo marcar la boleta? Puesto que no me siento con el derecho a decirle a nadie de qué bando marcar, allá cada quien con su conciencia. Eso en cuanto a la 14.

Pero en cuanto a las trece enmiendas anteriores me siento impelido, como observador desde la barrera que soy, no a propugnar alguna en específico, sino a recomendar prudencia y a examinar con detenimiento todas y cada una de ellas. Y a rechazar todas y cada una cuya aprobación se traduzca en un aumento de impuestos. Los impuestos son cosas de los socialistas --ni siquiera de los comunistas, pues los comunistas eliminan casi enseguida los impuestos porque, claro, primero te dejan sin riqueza a la cual aplicar ninguna clase de tasa impositiva.

Es eso, me parece a mí, lo primero que debe tener en cuenta el personal ahora cuando va a las urnas y le toca seleccionar enmiendas y gobernantes, un privilegio del que no todos disfrutan. Por ejemplo, en Cuba, donde no pueden elegir siquiera a una simple reina de carnaval.

© El Nuevo Herald

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