Una
disyuntiva difícil
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - No cabe dudas de que Fidel Castro
aspira a morir en el poder. Dicho así, sencilla, lacónicamente,
podría parecer una tontería, una perogrullada, una reiteración
innecesaria. El gobernante cubano, a lo largo de cuarenta y tres años ha
dado excesivas pruebas de su apego a la autoridad absoluta y permanente.
Barruntar ahora que su afán es permanecer a la cabeza del país
hasta su día final es como descubrir el agua tibia. Sin embargo, existe
una razón que me impulsa a tan manida reflexión.
Esta razón es el Proyecto Varela encabezado por el ingeniero Oswaldo
Payá Sardiñas. No haré historia sobre el proyecto ni me
detendré en detalles ya conocidos. Hablaré, más bien, sobre
los métodos usados por el gobierno para contrarrestar los efectos de
cualquier tipo de oposición.
Desde los días iniciales, después del triunfo de 1959, Fidel
Castro no ha escatimado trácalas para mantenerse en el poder. El intento
de sedición que encabezara el comandante Hubert Matos en Camagüey
fue aplastado brutalmente con la condena de éste a más de veinte años
de prisión, los alzamientos del Escambray y otras zonas del país
fueron barridos por oleadas de milicianos que fueron candorosamente a una guerra
que los conduciría sólo a la perpetuación de un individuo
en el poder, todas las organizaciones revolucionarios que participaron en la
lucha contra Batista fueron hábilmente descabezadas y unificadas primero
en la ORI y más tarde en un partido socialista, la Iglesia fue duramente
reprimida y los colegios, federaciones, asociaciones sociales independientes
sustituidas por pariguales dirigidas desde la misma cúspide del gobierno.
Quedó así abierto el camino para la implantación de un
totalitarismo a la usanza de la Europa comunista.
Ya con todos los controles en su mano todo era cuestión de segar,
antes de su florecimiento, cualquier intento disidente, por medio de un bien
engrasado mecanismo policial. No floreció la llamada "micro fracción",
no floreció el intento reformista inspirado en la glasnost y la
perestroika soviéticas, no han florecido los compromisos de apertura
contraídos en las cumbres iberoamericanas.
Sin embargo, parecía que el Proyecto Varela pondría al
gobierno de Fidel Castro en una disyuntiva difícil. Después de
recogidas más de once mil firmas de ciudadanos y entregadas a la Asamblea
del Poder Popular y conocido masivamente gracias a la comparecencia del ex
presidente estadounidense Jimmy Carter ante la televisión cubana con
motivo de su conferencia en la Universidad de La Habana, se esperaba que la
reacción del parlamento cubano no se hiciera esperar. Así fue. Ya
es conocida la escandalosa firma, barrio por barrio, del proyecto de modificación
a la Constitución encabezado por el gobierno. ¿Y del Proyecto
Varela? Ni media palabra. Como si fuera el proyecto que nunca existió.
Han pasado varios meses. El gobierno, en su aparente indiferencia, se ha pasado
olímpicamente por sus totalitaristas testículos el Proyecto
Varela.
¿Y cuál ha sido la reacción de los promotores y
seguidores del Proyecto Varela? Recoger más firmas. Quizás la
cifra de firmantes en este momento triplique la cifra entregada anteriormente.
Pero, he aquí mi pregunta: ¿Cuál será la reacción
del gobierno cuando se entreguen las próximas firmas? ¿Accederá
tranquilamente a las solicitudes del proyecto, no hará de nuevo el oído
sordo? No quiero hacer augurios. Sin embargo, me invade una duda: ¿No tendrá
el pueblo cubano que lanzarse a la calle, que inmolarse, que brindarle al viejo
caudillo el final apocalíptico con que sueña para despedirse del
poder? Todo está por ver. La disyuntiva difícil es realmente la
del pueblo.
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