Del Quibú
a Johannesburgo
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Quizás el río Quibú,
que en sus muchos recovecos atraviesa gran parte de Ciudad La Habana, sea la
mejor prueba del ferviente y entusiasmado respeto que en Cuba se siente por el
entorno y los ecosistemas. Este río, de pequeño cauce y corriente
débil, sin rápidos entre rocas ni saltos repentinos, es, tal vez,
el símbolo más sobresaliente del cariñoso tratamiento que
damos a nuestras áreas naturales.
Habría nada más que efectuar un recorrido por barrios como El
Palenque o El Hueco en el municipio La Lisa para aspirar el reconfortante aroma
de los albañales junto a las márgenes del río, ver sus
aguas plagadas de cuanto desecho reconocible e irreconocible pueda imaginarse,
contemplar viviendas insalubres construidas violando todas las leyes del
equilibrio y la más atrevida arquitectura de barrio marginal. Claro que
cuando pasa cerca del Palacio de las Convenciones ya parece otro río.
Otro símbolo pudiera ser la contaminante Bahía de La Habana o
el deshecho río Almendares, pero resultarían nimios, pálidos
símbolos que pudieran ostentarse en la Cumbre de la Tierra en
Johannesburgo. Mejor sería recordar aquel jubiloso y triunfante plan
llamado Cordón de La Habana, que arrasara con todos los árboles
frutales de la periferia habanera para plantar café caturra y dejara sin
frutas, y sin café, por supuesto, a toda la capital.
O qué decir de aquella heroica hazaña que significó el
contingente Ernesto Che Guevara y que desbrozara el país desde Oriente
hasta Occidente con el fin de hacer la zafra azucarera más grande de la
historia, la recordada con dulce amargura Zafra de los Diez Millones. No podría
olvidarse tampoco el acertadísimo proyecto para drenar y desecar la Ciénaga
de Zapata o convertir toda la Isla de Pinos en un inmenso naranjal o permitir
que todos los centrales azucareros y otras fábricas de la región
evacuaran sus residuales en la mayor albufera del país: la Laguna de La
Leche, allá por el pueblito de Morón.
Realmente ha sido meritoria la constante preocupación por construir
presas y embalses a lo largo de todo el país para abastecer a las
ciudades de agua potable, aunque sea por una hora, y desarrollar grandes
proyecto agrícolas que suministren la suficiente soya que compramos en el
exterior para fabricar el picadillo texturizado, desarrollar grandes proyectos
ganaderos que garanticen la leche que brindamos a nuestros niños hasta
que cumplen siete años o la abundante carne fresca que devoran los
turistas en la cuidadísima península de Hicacos, más
conocida por Varadero.
En realidad ha sido mucho lo que hemos avanzado en estos cuarenta y tres años
de revolución en cuanto a conservación del medio ambiente y
desarrollo sostenible. El plan de reforestación de la cuenca del río
Cauto ha sido propuesto para uno de los premios que se otorgarán en
Johannesburgo. Lo que todavía no se ha podido definir es quién
deforestó una de las áreas más feraces del país para
que reciba su culpa y su castigo, porque, a decir verdad, durante medio siglo,
ninguna de esas depredadoras transnacionales que agreden la estabilidad del
planeta ha podido poner sus pies en la isla.
Sin embargo, no puede negarse los estragos que ha causado el bloqueo
estadounidense sobre la flora y la fauna cubanas. Entre 1991 y 1995, momento más
crudo del período especial, faltó muy poco para que los gatos se
extinguieran en Cuba, y hasta las personas por poco se extinguen. Por eso en
Johannesburgo, como en Río de Janeiro, hay que volverle a echar la culpa
de nuestras desgracias medioambientales a los países ricos y tratar de
birlarles algún dinerito antes de que el hueco en la capa de ozono nos
achicharre a todos.
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