Si yo fuera
Juan Carlos Alfonso
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - Si yo fuera Juan Carlos Alfonso,
director nacional del Censo de Población y Viviendas que tendrá
lugar en Cuba entre el 7 y el 16 de septiembre, hubiera presentado mi
irrevocable renuncia en protesta por el irrespeto de que fue víctima el
pueblo cubano en la noche del 30 de agosto.
Hubiera presentado mi irrevocable renuncia a casi una semana de iniciarse la
que se llama la más importante investigación socioeconómica
realizable en la Isla, para demostrar por lo menos a mi familia que tengo
pantalones y exijo respeto a mi condición de servidor público.
Perdone Alfonso por llamar al pan, pan y al vino, vino. Pero lo que hizo la
televisión cubana esa noche, no sólo a millones de televidentes
interesados en informarse sobre el censo, sino a las 77 mil personas
involucradas en sus labores, parece ser la prueba viviente de hasta cuánto
en realidad importa esa investigación a los gobernantes cubanos.
Bien simples los hechos. Días antes se anunció que a las 8:30
de la noche del 30 de agosto la televisión transmitiría un
programa especial dedicado al censo, a fin de responder a las preguntas
previamente formuladas por la población mediante números telefónicos
habilitados al efecto y una dirección de correo electrónico.
Al inicio del programa ya esperaban por respuestas más de 500
interrogantes formuladas desde todos los rincones del país. Juan Carlos
Alfonso comparecía de cuello y corbata, entrevistado por la periodista
Rosalía Arnaez. Se le veía dueño de la situación,
con todo el empaque de un tecnócrata inmerso en asuntos sin secretos para
él. El programa se desarrollaba de manera ágil. Se hacía
evidente que mucho se lograría en la eliminación de temores de la
población hacia el censo, no ocultados a los televidentes pese a los míseros
treinta minutos que le fueron asignados, en un país donde cualquier
asuntillo político puede tomar horas de transmisión televisiva. A
los veinte minutos exactos la entrevista fue cortada abruptamente, sin
explicaciones. Como se dice en Cuba: dejaron a Juan Carlos en eso.
Apareció en pantalla el motivo de la interrupción. El censo,
el famoso censo que tantas inquietudes provoca entre los cubanos, no era, no podía
ser de prioridad mayor que el acto de inauguración de no recuerdo ahora
cuántas escuelas construidas o reparadas en Ciudad La Habana, y en el
cual Fidel Castro pronunciaría el acostumbrado discurso. Por lo tanto, la
cuestión estaba clara: el programita del censo sólo podía
durar treinta minutos porque después "hablaba Fidel". Sólo
que al Comandante se le ocurrió aparecer con diez minutos de adelanto, y
ahí mismo el pobre Juan Carlos "desapareció del aire",
imagino que ante las miradas atónitas de millones de televidentes.
Ni sentido tiene preguntar si tan importante entrevista puede transmitirse
por el otro canal nacional de la televisión cubana, ocupado con una gala
por el cuadragésimo aniversario del Instituto Cubano de Radio y Televisión.
Pasó, ocurrió, se mostró irrespeto a millones de
televidentes y del propio detalle de los hechos se obtienen muy ilustrativas
conclusiones. Un discurso de Fidel Castro vale más que el esfuerzo de 77
mil compatriotas involucrados en el censo, a quienes tan bochornosa interrupción
puede causar serias dificultades en su labor. Por ese motivo, si yo fuera Juan
Carlos Alfonso hubiera presentado mi irrevocable renuncia de inmediato.
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