Armas,
violencia e ideas
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, septiembre (www.cubanet.org) - Tengo un amigo que se siente muy
mal viviendo bajo el sistema comunista cubano. Igual que yo, mi amigo nació
en 1962, por lo que lleva cuarenta años sufriendo la falta de libertad y
de oportunidades que caracteriza a nuestro país en esta época.
Pero hay aspectos de este nefasto sistema, más allá de la
atención médica gratuita y la educación generalizada, que a
mi amigo le causan satisfacción: en Cuba la ley prohíbe la
tenencia y uso de armas de fuego.
Fuera de escopetas de caza, cuya licencia sólo se obtiene luego de un
riguroso proceso investigativo -que por supuesto discrimina a los disidentes políticos-
ningún civil en la isla puede portar ni poseer armas cortas ni largas.
Obviamente, sobran quienes ven en esto de desarmar al pueblo el expediente
del cual se valió el régimen de Fidel Castro para deshacerse de
cualquier reto de fuerza, mientras otros consideran que negarle a la gente la
posibilidad de portar armas es otro de los derechos anulados por el castrismo,
excesiva y a veces gratuitamente totalitario.
Sin embargo, si al menos por unos segundos pudiéramos desentendernos
de la maldita rémora política, quizás esta vez podría
concederse un punto a favor del despotismo porque, ¿qué sucedería
en la Cuba de hoy a nivel social si la tenencia de armas fuera libre?
Según una indagación realizada recientemente por la
Cooperativa de Periodistas Independientes entre 120 residentes de la provincia
Pinar del Río, el 88 por ciento de ellos (105) estuvo de acuerdo en que
habría un sustancial aumento de la violencia si se pudieran tener armas
de fuego y que el número de muertos en homicidios sería
impredecible, seres humanos con madres que quedarían flageladas de por
vida o padres que dejarían hijos huérfanos y signados para siempre
por el dolor y la violencia.
El hecho es que lo que los cubanos llaman "trova", es decir la
palabra, el diálogo, tampoco es el medio más recurrente en la isla
para solventar los problemas, porque el influyente patrón de conducta que
sentó el ejercicio del gobierno totalitario no da para más, ya que
él jamás se ha sentado en la mesa de negociación a platicar
civilizadamente con sus gobernados de distinto parecer político.
Por tanto, es comprensible lo que se vive.
Si al hijo de Pedro "le embarajan una chinata", allá va el
padre con un pedazo de cabilla a aporrear al otro chico. Si alguien lo defiende,
con la ira de hoy en día, Pedro sería capaz de matar a nueve de
una vez. Todo por una chinata.
La violencia late en las manos, en los pies, en las mentes y en las entrañas.
Mi vecino Ricardo perdió a su hijo, otro adolescente se lo mató
de una patada. En Consolación un hermano mató a otro. Más
allá una madre golpeó tan salvajemente a su propia hijita que la
pequeña murió poco después. ¿Por qué? Ah,
porque la niña rompió el aparato de control remoto del televisor.
Por toda la isla hay tanta crispación social que dondequiera puede
encontrarse a alguien que esté dispuesto a explotar en añicos con
tal de causarle un rasguño a su adversario.
Resolver los más triviales litigios a machetazos, cuchilladas,
palazos, pedradas o cabillazos es muy frecuente en nuestro país ahora.
Lesionados y agresores no escasean en las policlínicas, los tribunales y
las prisiones.
¿Qué sucedería si a este "fuego" se le agrega
el elemento pólvora? Simplemente, una masacre.
En Cuba no hacen falta, ni harán falta después, armas de
fuego. El gobierno las tiene y no puede liquidar la violencia, y tampoco la
pobreza. En cambio se valió de ellas para fusilar la libertad e imponer
una dictadura feroz.
Por su parte, la oposición tampoco necesita armas de fuego. Sus
paradigmas no son Atila, Gengis Khan ni Napoleón. Los métodos de
lucha de la oposición cubana son los de Ghandi y Martin Lhuter King y,
aunque ellos mismos fueron víctimas del fuego, nadie pudo matar sus ideas
ni impedir sus triunfos.
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